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Riven y Stella caminaron durante unos ochocientos metros desde la casa hasta una especie de claro desigual delimitado a un lado por un lago.

—El lugar de la pelota roja pródiga, supongo — comentó Stella mientras indicaba el agua.

Riven se rió y asintió.

—Es una lástima porque contábamos con equipo suficiente para toda la familia.

Stella no estaba segura de si sonreír o fruncir el ceño —Su familia está muy unida, ¿verdad?

—Más que ninguna— respondió riven con convencimiento mientras se acercaba a un cobertizo próximo.

Stella siguió sus pasos, dándose golpecitos en el muslo de forma distraída, tal vez hubiera pedido a Musa que viniera consigo. Continuó su recorrido hasta el cobertizo y Stella observó con interés como abría la puerta con cierto esfuerzo.

—Parece oxidada— comentó ella.

—Hace ya un tiempo que no venimos a jugar— explicó.

—¿De verdad?, si yo pudiera volver a mi casa de campo, jamás regresaría a Londres.

Riven se volvió hacia ella con la mano aún en la puerta medio abierta del cobertizo —Se parece mucho a Brandon, ¿lo sabe?

Stella soltó un resuello —Sin duda bromea.

Él sacudió la cabeza con una extraña sonrisa en los labios —Tal vez sea porque es tan mandona. Brandon es igual, es bueno como un hermano mayor, pero Dios sabe que cada día doy gracias por no haber estado en el lugar de Brandon.

—¿Qué quiere decir?

Riven se encogió de hombros —Pues no me gustaría cargar con su responsabilidades, eso es todo. El título de la familia, la fortuna, es demasiada carga para los hombros de una sola persona.

Stella no es que deseará, especialmente, oír lo bien que el vizconde había asumido las responsabilidades del título, no quería oír nada que pudiera cambiar su opinión de él, aunque tenía que confesar que la había impresionado la aparente sinceridad de su disculpa aquella misma tarde.

—¿Y qué tiene que ver eso con alfea?— preguntó

Riven la miró sin comprender por un momento, como si hubiera olvidado la conversación que había comenzado con su inocente comentario sobre lo preciosa que era la casa solariega.

—Nada, supongo— dijo finalmente —y también todo, a Brandon le encanta esto.

—Pero pasa todo el tiempo en Londres— dijo Stella —¿No es cierto?

—Lo sé— Riven se encogió de hombros —qué extraño, ¿no?

Stella no tenía ninguna respuesta, de modo que se quedó mirando mientras él tiraba de la puerta del cobertizo hasta que consiguió abrirla.

—Ya está.

Del interior sacó una carretilla con ruedas que se había construido especialmente para llevar ocho mazos y otras tantas bolas de madera, un poco descuidado, pero tampoco estaba tan mal.

—Excepto por la bola roja perdida— dijo Stella con una sonrisa.

—Toda la culpa es de Bloom— contestó Riven —culpo de todo a Bloom y así mi vida es mucho más fácil.

—Te he oído.

Stella se volvió y vio a una atractiva y joven pareja que se acercaba a ellos, el hombre era terriblemente guapo, con pelo oscuro y ojos oscuros y alegres, la mujer solo podía ser una Bridge, con el mismo cabello castaño que Brandon y Riven, por no mencionar la misma estructura ósea y aquella misma sonrisa.

Los BridgeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora