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Stella había esperado que alfea la impresionara. Lo que no había esperado era quedarse encantada.

La casa era más pequeña de lo que creía. De cualquier modo era mucho, mucho más grande que cualquier cosa a la que hubiera visto en el camino o en los alrededores, pero esta casa solariega no era una arquitectura monumental elevándose sobre sobre el paisaje como castillo medieval fuera de lugar, como lo había sido su hogar.

Más bien, alfea parecía casi acogedora. Quizás era una palabra peculiar para describir una casa con cincuenta habitaciones, como poco, pero sus caprichosas torretas y almenas parecían casi salidas de un cuento de hadas, en especial con el sol del atardecer, que proporcionaba un relumbre casi rojizo a la piedra amarilla. No había nada austero o sobreacogedor en alfea, y a Stella le gustó de inmediato.

—¿No es preciosa?— susurró Musa.

Stella asintió.

—Lo bastante preciosa como para hacer casi soportable una semana en compañía de un hombre espantoso.

Musa se rió y Luna la regañó, pero ni siquiera ella pudo contener una sonrisa indulgente. De todos modos, mientras echaba una ojeada al lacayo que se fue a la parte posterior del coche para descargar el equipaje, le reprendió.

—No deberías decir esas cosas, Stella. Nunca sabes quién está escuchando y es muy poco decoroso hablar de ese modo de nuestro anfitrión.

—No temas, no me ha oído— contestó Stella —y aparte, pensaba que Lady Bridge era nuestra anfitriona. Fue ella quien mandó la invitación.

—El vizconde es el propietario de la casa— respondió Luna.

—Muy bien— admitió Stella y señaló alfea con un dramático movimiento de brazo —en cuanto entre en esa morada sagrada, seré toda dulzura y luz.

Musa soltó un resoplido —Será algo digno de ver.

Luna lanzó a Stella la mirada de una madre que conoce bien a su hija.

—Dulzura y luz son términos que también se aplican en jardinería.

Stella se limitó a sonreír —Cierto, Luna, me voy a portar mejor que nunca. Lo prometo.

—Limítate a evitar en lo posible al vizconde.

—Así será— prometió Stella.

Un lacayo apareció a su lado e indicó el vestíbulo con un espléndido movimiento arqueado de su brazo.

—Si tienen la amabilidad entrar— dijo —Lady Bridge está ansiosa por saludar a sus invitados.

Las tres se volvieron de inmediato y se encaminaron hacia la entrada principal. Sin embargo, mientras ascendían por los escalones de poca altura, Musa se volvió a Stella con una sonrisa maliciosa y susurró:

—La dulzura y la luz empiezan a partir de aquí.

—Si no estuviéramos en un lugar público— respondió Stella con voz igualmente acallada —creo que tendría que pegarte.

Lady Bridge se encontraba en el vestíbulo principal cuando entraron en el interior de la mansión. Stella alcanzó a ver los dobladillos ribeteados de unos vestidos en movimiento que desaparecían por lo alto de las escaleras mientras las ocupantes del carruaje anterior se dirigían a sus habitaciones.

—Duquesa Solein— saludó Lady Bridge al tiempo que cruzaba el vestíbulo hacia ellas —qué alegría verla y a la señorita Solein— añadió volviéndose a Stella —cuánto me alegra que hayan podido venir a vernos.

—Ha sido muy amable al invitarnos— respondió Stella —y de veras es un placer escaparse de la ciudad durante una semana.

Lady Bridge sonrió —¿Así que en el fondo es una chica de campo?

—Eso me temo, Londres es excitante y siempre merece la pena una visita, pero prefiero los verdes campos y el aire fresco.

—A mi hijo le pasa lo mismo— dijo Lady Bridge —oh, pasa el tiempo en la ciudad, pero una madre sabe lo que le gusta de verdad.

—¿El vizconde?— preguntó Stella sin convicción. Parecía un mujeriego consumado, y de todo el mundo sabía que el hábitat natural del mujeriego era la ciudad.

—Sí, Brandon. Cuando era niño vivíamos casi siempre aquí, íbamos a Londres durante la temporada, por supuesto, ya que a mí me encanta asistir a bailes y fiestas, pero nunca pasábamos más de unas pocas semanas. Solo tras la muerte de mi esposo, trasladamos nuestra primera residencia a la ciudad.

—Lamento mucho su defunción— murmuró Stella.

La vizcondesa se volvió hacia ella con una expresión nostálgica en sus ojos azules.

—Es muy tierno por su parte. Hace ya muchos años que sucedió, pero aún le echo de menos, cada día.

Stella notó que un nudo se formaba en su garganta. Recordó cuánto se querían Luna y su padre, y supo que se encontraba en presencia de otra mujer que había experimentado el amor verdadero. Y de pronto se sintió terriblemente triste. Porque Luna hubiera perdido a su esposo y la vizcondesa al suyo también, y...

Y tal vez, más que nada, porque ella nunca iba a conocer la dicha del amor verdadero.

Los BridgeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora