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Aquella noche a las siete y media, Stella consideró ponerse horriblemente enferma; a las ocho menos cuarto, había definido de mejor manera cuál sería su indisposición, decidiendo sufrir un ataque. Pero cuando faltaban cinco minutos para la hora y sonó la campanilla que avisaba a los invitados del momento de reunirse en el salón levantó los hombros y salió de su dormitorio al pasillo para reunirse con Luna.

Se negaba a ser una cobarde.
No era una cobarde.

Y sería capaz de superar aquella noche. Además, se dijo a sí misma, era imposible que se sentara en algún lugar próximo a lord Bridge, era un vizconde y el cabeza de familia, por consiguiente se sentaría en la cabecera de la mesa, ella al ser hija de la viuda de un duque no tendría tanto rango para sentarse próxima en la mesa.

Musa que compartía habitación con Stella ya había salido, estaba en la habitación de Luna para ayudarle a escoger un collar. Por lo tanto, Stella se encontró sola al salir al pasillo, suponía que podía entrar en la habitación de Luna y esperar allí con las dos. Pero no sentía demasiadas ganas de conversar y Musa ya había advertido antes del extraño humor reflexivo de Luna, lo último que Stella necesitaba era una tanda de ¿Qué será lo que le pasa?

Y la verdad era que Stella ni siquiera sabía que le pasaba, lo único que sabía era que aquella tarde algo había cambiado entre ella y el vizconde.

Algo era diferente y no tenía reparos en admitir, al menos para sí misma, que estaba asustada.

Lo cual era normal, ¿verdad?

La gente siempre tenía miedo a lo que no entendía. Y era indiscutible que Stella no entendía al vizconde.

Pero justo cuando empezaba a disfrutar de verdad de su soledad la puerta situada al otro lado del pasillo se abrió y por ella salió otra joven. Stella la reconoció al instante, Musa la miró con consternación desde el otro lado del pasillo.

Stella soltó un suspiro aliviado, desde que la conoció le había caído bien. Se había establecido un vínculo especial entre ellas ya que de alguna manera ambas habían sido acribilladas por la sociedad. Y la verdad todo era mejor que ver a su madre en un momento en que ni ella misma podría resolver sus dudas.

Stella saludo a Musa tras cerrar la puerta detrás de ella.

—¿Acaso estabas escondiéndote?

Stella asintió —Creo que me siento más cómoda entre las sombras.

—No te culpo, yo también quisiera estar entre las sombras si el vizconde me estuviera prestando más atención de la habitual— ambas volvieron a mirarse —desearía haberme quedado en casa.

Stella soltó una risa —Entonces deseamos lo mismo.

Sentía cierta afinidad con ella. Pese a que Musa era de clase más baja que ella, estaba segura de que ambas conocían aquella sensación singular de soledad, era como si la rubia conociera la expresión exacta que adquiere tu rostro cuando nadie te tiene en sus pensamientos, pero quieres que parezca que no te importa.

—Digo yo— dijo Musa —¿por qué no bajamos nosotras dos juntas a cenar? parece que Luna no saldrá pronto.

Stella no tenía demasiada prisa por llegar al salón y encontrarse en la inevitable compañía de lord Bridge, pero esperar a Luna retardaría la tortura tan solo unos minutos, de modo que perfectamente podía bajar con musa, pensó.

Las dos asomaron la cabeza por la habitación de Luna y le informaron del cambio de planes, luego se tomaron el brazo y se fueron por el pasillo.

Cuando llegaron al salón, buena parte de la concurrencia ya estaba allí formando círculos y charlando mientras esperaban a que bajara el resto de invitados. Stella que nunca antes había asistido a una de estas reuniones campestres, advirtió con sorpresa que casi todo el mundo parecía más relajado y un poco más animado que en Londres.

Los BridgeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora