10

102 7 6
                                    


Sky no estaba seguro de en qué momento supo que iba a besarla, posiblemente era algo que nunca supo, solo algo que sintió. Hasta el último momento había sido capaz de convencerse de que solo la había llevado detrás de aquel seto para regañarla, para reprenderla por su comportamiento tan despreocupado, que solo podía traerles graves problemas a los dos.

Sin embargo, había sucedido algo, o a lo mejor, llevaba sucediendo desde hacía mucho, y él se había esforzado en ignorarlo.

Los ojos de Bloom eran distintos, casi brillaban y había abierto la boca, solo un poco, aunque lo suficiente para que Sky no pudiera dejar de mirarla.

Su mano empezó a subir por el brazo, por encima del guante blanco, por encima de la piel del codo y, al final, por encima de las mangas del vestido. La rodeó por la espalda y la trajo hacia sí eliminando por completo la distancia que lo separaba, quería tenerla más cerca, quería tenerla a su alrededor, encima de él, debajo de él, la quería tanto que le daba miedo.

La amoldó a su cuerpo y la rodeó con los brazos, la notaba de arriba a abajo contra su cuerpo, era bastante más baja que él, así que sus pechos le quedaban a la altura de las costillas y el muslo de Sky...

Se estremeció de deseo.

El muslo de Sky estaba entre las piernas de Bloom, sintiendo en su propia piel el calor que desprendía.

Sky gruñó, un primitivo sonido que mezclaba la necesidad y frustración. Sabía que no podría hacerla suya esa noche, que no podría hacerla suya nunca y necesitaba que aquellas caricias le duraran toda la vida.

La seda del vestido de Bloom era suave y fina bajo sus dedos y a medida que le recorría la espalda, notaba cada línea de su cuerpo. Entonces, sin saber por qué, no lo sabría en la vida, se separó de ella. Solo un poco, pero fue suficiente para que el aire fresco corriera entre los dos cuerpos.

—¡No!— exclamó ella, y Sky se preguntó si Bloom tenía alguna idea de la invitación que le acababa de hacer con esa sencilla palabra.

Le tomó la cara con las dos manos y la miró fijamente, hasta que sintió que se perdía en ella, estaba demasiado oscuro para diferenciar los colores exactos de aquella cara inolvidable, pero Sky sabía que los labios eran suaves y rosados con un toque anaranjado en las comisuras, sabía que los ojos tenían mil matices de azul.

Pero el resto, cómo sería abrazarla, cómo sería saborearla, solo podía imaginárselo.

Y Dios sabía que lo había imaginado. A pesar de su actitud serena, a pesar de las promesas que le había hecho a Brandon, se moría por ella. Cuando la veía al otro lado de la sala llena de gente, la piel le quemaba y, cuando la veía en sueños, su cuerpo se encendía.

Y ahora, ahora que la tenía en sus brazos, ahora que la respiración de Bloom era entrecortada por el deseo y que sus ojos brillaban con una pasión que seguro no podía entender, ahora creía que iba a estallar.

De modo que besarla se convirtió en un asunto de supervivencia. Era muy sencillo. Si no la besaba, si no la devoraba, moriría. Podía parecer melodramático, pero en aquel instante Sky había jurado que era así. El deseo que sentía en el estómago estallaría y se lo llevaría con él.

La necesitaba hasta ese extremo.

Cuando al final cubrió su boca con sus labios, no fue nada suave. Tampoco fue cruel, pero tenía el pulso demasiado acelerado, demasiado urgente, y el beso fue el de un amante hambriento, no el de un educado pretendiente.

Cada movimiento, cada roce hacía que la deseará más y, cada segundo que pasaba, sentía que su cuerpo y su mente libraban una batalla cada vez más dura. Ya no importaba lo que estaba bien o lo que era adecuado. Todo lo que importaba era que ella estaba en sus brazos y que la deseaba con todas sus fuerzas.

Los BridgeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora