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Brandon sabía muy bien cuál era el motivo de haber traído a Mitzi Rosso a su estudio.

Estaba claro que ningún hombre de sangre caliente podía quedar inmune a sus encantos, tenía un cuerpo exuberante, una voz embriagadora, y sabía por experiencia que el contacto con ella era igualmente potente. Pero aún cuando tomaba un mechón de sedoso cabello azabache y aquellos labios carnosos que formaban un puchero, aun cuando sus músculos entraban en tensión con el recuerdo de otras partes carnosas estrechas de su cuerpo, sabía que la estaba utilizando.

No se sentía culpable por utilizarla para su propio placer, pues ella le estaba utilizando también a él y al menos ella se vería compensada por ello, mientras que a él le costaría varias joyas, una asignación trimestral y el alquiler de una casa lo suficientemente aceptable en una parte bastante elegante de la ciudad, aunque tampoco demasiado. No, el motivo del que se sintiera inquieto, de que se sintiera frustrado, de que tuviera ganas de atravesar con el puño un muro de ladrillo, era que estaba utilizando Mitzi para sacarse de la cabeza aquella pesadilla que era Stella Solein.

No quería volver a despertarse torturado con una erección sabiendo que Stella Solein era la causa.

Quería hundirse en otra mujer hasta que todo recuerdo de aquel sueño se disolviera y se desvaneciera de la nada, porque Dios sabía que nunca iba a tomar parte activa en esa fantasía erótica particular.

Ni siquiera le gustaba Stella Solein. La idea de acostarse con ella le provocaba un sudor frío, aunque extendía una oleada de deseo por sus entrañas. No, la única manera de que el sueño se hiciera realidad era que Brandon estuviera delirando de fiebre, y ella tal vez tendrá que estar delirando también. Y quizá los dos tendrían que haberse perdido en una isla desierta, o estar sentenciados a muerte a la mañana siguiente, o...

Sintió un estremecimiento, aquello sencillamente no iba a suceder.

Pero ¿qué diantres? aquella mujer tenía que haberle hechizado, no había otra explicación para aquel sueño, no, mejor dicho, aquella pesadilla. Y aparte de eso, incluso en aquel preciso instante podía olerla, era aquella mezcla enloquecidora de lirios y jabón, aquel aroma cautivador que se había apoderado de él mientras estaban en su jardín.

Aquí estaba él, sirviendo una copa del mejor whisky a Mitzi Rosso, una de las pocas mujeres que sabía apreciar ambas cosas, un buen wishky y la embriaguez diabólica que venía a continuación.

Y lo único que podía oler era el maldito aroma de Stella Solein.

Sabía que estaba en la casa y estaba medio dispuesto a matar a su madre por aquello, pero esto era ridículo.

—¿Todo bien?— llamó Mitzi.

—Perfecto— fue la respuesta de Brandon, pero su voz sonó tensa incluso a sus propios oídos.

Empezó a canturrear, algo que siempre hacía para relajarse, se dio media vuelta y se dispuso a dar un paso adelante. Al fin y al cabo, Mitzi le esperaba. Pero otra vez notó aquel maldito perfume, lirios, podía jurar que eran lirios y jabón.
Los lirios eran intrigantes, pero el jabón era comprensible, una mujer práctica como Stella Solein se frotaría con jabón hasta quedarse bien limpia. Su pie vaciló en el aire, y su primer paso resultó ser corto en vez de la habitual zancada larga, no podía escapar a aquel olor, de forma que continúa dándose la vuelta, su olfato le hizo torcer instintivamente la vista hacia donde sabía que no podía haber lirios, y sin embargo, su aroma estaba ahí, por imposible que pareciera.

Y entonces la vio, debajo de su escritorio, era imposible.

Sin duda esto era una pesadilla, sin duda si cerraba los ojos y volvía a abrirlos ella habría desaparecido, pestañó, ella continuaba allí.

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