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Llamé a Tomás un par de veces, pero no me respondía. Sebas también lo había llamado, pero seguía sin contestar. Aun así, saludé a Sebas y Jose antes de bajarme del auto y tocar el timbre. Tal vez simplemente tenía el celular en silencio o apagado, pero el timbre sí lo escucharía. No esperé mucho tiempo antes de que la puerta se abriera y Joaquín apareciera del otro lado. Saludé con la mano a los chicos, y Sebas tocó la bocina en forma de despedida antes de arrancar e irse.

—¿Te desperté? —le pregunté, un poco avergonzada. Se le notaba cansado, pero aun así me sonrió y negó con la cabeza.

—No. Te estaba esperando. Sabía que Tomás no se iba a levantar ni aunque le cayera un árbol al lado —dijo en tono de chiste. Yo solo me reí. Cuando vio que me costaba caminar por el alcohol y los zapatos con tacón, preguntó—: ¿Podés sola? Siento que te vas a caer.

Yo me reí, pero asentí.

—Creo que puedo. Anda a descansar, Joa.

—Vos también descansá.

Esperó a que yo entrara en la habitación de Tomás y después me saludó con la mano antes de desaparecer en la oscuridad de su habitación. Cuando cerró la puerta, me pregunté cómo se vería su pieza y comencé a imaginarla. Hasta ese momento no había entrado y sentía curiosidad. ¿De qué color serán las paredes? ¿Será de los que dejan ropa tirada por todo el piso y la ordenan al final de la semana, o de los que siempre mantienen todo impecable, como si no viviera nadie? Esos pensamientos no duraron mucho tiempo en mi cabeza cuando vi que Tomás me había dejado la cama preparada y ropa de él en los pies de esta para que durmiera más cómoda.

A los pocos minutos de despertarme, mi estómago reclamó comida de manera insistente, y fue imposible ignorar esa petición.

—¿A qué hora llegaste anoche? ¿Y cómo entraste? Porque no recuerdo haberme despertado —preguntó Tomás después de darme los buenos días.

—No sé a qué hora llegué, pero me abrió Joa. Me estaba esperando —respondí mientras me acercaba a calentar agua para hacerme un café.

—Llegó un ratito antes de las 7. Y no es que la estuviera esperando —aclaró Joaquín rápidamente. Tomás y yo nos miramos extrañados, pero él simplemente levantó los hombros sin saber qué decir.

—Pero eso me dijiste anoche... —dije, confundida.

—Estaba cansado, no importa lo que dije —me sonrió.

No le di más importancia cuando mi estómago me volvió a reclamar comida.

Cuando le dije a Tomás que ya me tenía que ir, Joa no tardó en ofrecerse a llevarme cuando lo escuchó. Según él, tenía que ir a pocas cuadras de mi casa y no le molestaba dejarme de pasada. Era mucho más cómodo y rápido que ir en micro, así que acepté.

—Gracias por traerme —dije con una sonrisa cuando estacionó frente a mi casa.

—No me agradezcas. No me costaba nada traerte si tenía que venir para este lado —respondió también con una sonrisa. Su mirada hizo que sintiera que estaba esperando algo, pero seguramente solo fue una impresión mía.

Lo saludé con un beso en la mejilla y me bajé del auto. Él esperó a que yo entrara para irse.

Mientras me cambiaba de ropa para ponerme más cómoda, mi celular sonó. "¿Querés ir a merendar?" leí en la pantalla. Me fijé bien y decía Manu arriba. Dudé un poco porque me sentía algo cansada, pero terminé diciéndole que sí.

Después de casi una hora, me pasó a buscar y me llevó a un café algo lejos de mi casa.

—Vine una vez acá y me gustó. Espero que también te guste —comentó, con una sonrisa mientras me abría la puerta del local. Ese gesto me enterneció.

—Seguro que sí. Merendar me gusta, no importa mucho el lugar —respondí.

Desde afuera, a través de las ventanas, se podía ver que no estaba tan lleno. Se podía elegir una mesa tranquilamente y a mí me había gustado una cerca de una de las ventanas, donde entraban los rayos del sol y generaban un ambiente más cálido. Una moza agradable se acercó para traernos la carta y después de algunos minutos de charla decidimos qué pedir.

Y así pasó el resto de la tarde, entre risas y cafés. Fue divertido. Me gustaba pasar tiempo con Manu, pero era complicado verlo como algo más que un amigo. No sabía si estaba preparada para arriesgar una amistad por una simple atracción que tal vez se pasaría en cualquier momento.

Antes de irnos, fui al baño y al volver, me encontré con la sorpresa de que él había pagado todo sin siquiera consultarme. Me esperaba con una sonrisa y mis cosas en la mano.

—¿Vamos? —me preguntó. Yo asentí, agarrando mis cosas.

—No tenías que pagar, yo tengo plata —dije mientras cruzábamos la puerta.

—Sí, pero yo te invité, ¿o no? El que invita paga —me respondió. Yo asentí, dándole la razón. No podía discutirle mucho más.

Cuando dimos la vuelta a la esquina, un gatito naranja se me acercó a olfatearme. Sin dudarlo, me agaché a acariciarlo. Pasó entre mis piernas ronroneando y una sonrisa se me dibujó.

—¿Te gustan los gatos? —pregunté, al notar la mirada de Manu.

—Más o menos. Soy más de los perros. Pero por lo que veo, a vos sí te gustan —dijo riendo al ver cómo acariciaba a aquel gatito de pelaje suave.

El gatito se sacudió y luego se metió en una casa por la ventana. Yo me levanté para seguir caminando junto a mi amigo.

—Sí, de chiquita tuve algunos. Pero ahora ya no tengo mucho tiempo para hacerme cargo de uno y tampoco quiero que mi abuela se encargue de algo que quizás no quiere.

—Yo siempre quise un perro, pero nunca me dejaron porque la casa era chica y no tenía patio. Y ahora vivo en un departamento, así que tampoco quiero adoptar uno.

—Eso también es complicado. Los perros necesitan mucho espacio, a diferencia de los gatos —respondí. Él asintió.

Venía tan envuelta en la conversación que ya habíamos llegado al auto. Manu me abrió la puerta y la cerró una vez que yo subí. Estos gestos que tenía conmigo me parecían muy tiernos y, en cierto modo, ayudaban a que lo viera con otros ojos. Pero, ¿realmente vale la pena arriesgar la amistad?

—Hace tiempo tenía ganas de invitarte. Gracias por aceptar y venir —dijo cuando estacionó en mi casa. Sus nervios me parecieron muy dulces, pero luego me hicieron sentir culpa. ¿Y si por haberle aceptado la salida se creaba falsas ilusiones conmigo? Aunque a decir verdad, no estaba segura de si él me veía como algo más que una amiga.

—Gracias por invitarme —respondí para alejar esos pensamientos de mi cabeza.

Le di un beso en la mejilla y me bajé del auto. Él esperó hasta que entré a mi casa para tocar la bocina en forma de despedida e irse.

Manu se había vuelto más lindo en este último tiempo, pero la idea de tener algo con él más allá de una amistad no sabía qué tan bien resultaría. Me atraía lo suficiente como para querer besarlo, pero pensar en una relación no se me había ocurrido. Una parte de mí creía que él también me veía como algo más que una simple amiga, pero otra parte pensaba que, tal vez, él solo era amable y yo me estaba haciendo ilusiones.

Entre besos y dudas (2024) (Terminada)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora