Prólogo: el baile de nuestra vida.

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Diez años atrás

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Diez años atrás...

No era fácil hallar el silencio. Uno no lo comprendía hasta que lo buscaba. Incluso aunque permaneciese callada, podía escuchar un zumbido en su cabeza y el golpeteo rítmico de su corazón dentro de su pecho. Eran dos sonidos que siempre la acompañaban a todas partes, dos compañeros de juegos inseparables que siempre estaban allí aunque los otros sonidos los opacasen. Nunca la abandonarían salvo que ella buscase el silencio. Tal vez por eso se sentía más tranquila, pese a ver a la persona más importante de su vida al final de la fila que tenía delante y no a su lado, como de costumbre.

—Recuerda lo que hemos hablado antes, Fate. —Su madre, que lideraba con orgullo al resto, la miraba de reojo desde su posición. Aunque susurrase en voz baja ella era capaz de escucharla—. Eres la última, pero la más importante de esta noche: cabeza alta y sonrisa amable. Que todos vean que estás preparada.

—¿Y sí cometo un error? ¿O una estupidez? A lo mejor me tropiezo con el vestido o me resbalo con un escalón o...

Más de una risa se escuchó entre los sirvientes que tenía delante. La mayoría eran como ella: pieles pálidas, blanquecinas o grises, orejas puntiagudas y ojos color sangre. Otros poseían una apariencia humana como su madre, pese a que mantenía oculta su verdadera apariencia. Lo único que los diferenciaba era la elegancia natural de la mujer frente a la disciplina que mostraba el resto. Bueno, eso y el color de sus ropajes. Mientras ella vestía un vestido de encaje rojo oscuro, los demás llevaban simples trajes negros con camisa blanca, tal y como lo exigía el protocolo de los bailes. Solo Fate vestía de azul claro.

—No lo harás, porque la primera que confía en que podrás hacerlo soy yo. Saben que eres y lo que representas. Dales motivos para que estén en lo cierto.

Las palabras solo la pusieron más nerviosa. Había comido antes de la ceremonia y también había bebido para satisfacer su sed y las pulsaciones. Por desgracia seguían ahí. Cada vez que inspiraba por la nariz se incrementaban y le pedían que saltara hacia el siervo humano más cercano. Le prometían desaparecer si lo hacía. No obstante, agitó la cabeza y se redujo su frecuencia como por arte de magia. «El truco está en aprender cómo desviar la atención». Era lo que siempre decía su madre y todavía le costaba dominarlo.

Un mayordomo apareció desde la entrada al otro lado. Fate podía oír las voces y la música, aunque muy debilitadas por el muro que conformaba la madera de las enormes puertas que separaban el pasillo de la sala de baile. Iva, uno de los más fieles sirvientes de su madre y su fiel compañero de juegos, entregó unas tarjetas antes de retirarse y regresar a su anterior puesto. Incluso a pesar de lo grande que era, casi dos metros de altura y la complexión de un armario, se movió con una soltura que ya quisiera ella poseer. Se retocó un poco el pelo castaño junto a su esposa y permaneció firme.

Tras retirarse el criado volvieron a estar a solas. No fue hasta que escuchó como llamaban a su madre cuando las puertas se abrieron. Sujetó la falda de su vestido conforme iniciaba la marcha y dirigió un último vistazo a la pequeña.

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