Capítulo 10: cuestión de práctica.

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El olor inconfundible a macarrones con queso inundó sus fosas nasales nada más abrir la puerta de su casa, seguido del de su madre y su padre. De inmediato el martilleo repiqueteó en lo más hondo de su cabeza, instándola a avanzar hacia la cocina. Kara lo ignoró como pudo y subió a su cuarto para dejar la mochila mientras se preparaba para la comida. Abrió la boca y empezó a respirar a través de ella. Los pulsos de su mente disminuyeron, pero no desaparecieron del todo.

«Lo has hecho otras veces, podrás hacerlo de nuevo». Bajó por fin mientras, a cada paso que daba, los repetidos golpes se hacían más fuertes. Su respiración se volvió agitada, pero trató de pensar en su lugar tranquilo: una playa solitaria, con las olas rompiendo en la orilla y una calma absoluta. No es que le funcionara demasiado bien, pero aquel truco ya le había salvado más de una vez y era el único que tenía a mano.

Entró por fin a la cocina y se encontró con la mirada de su padre, que apenas le prestó atención durante un segundo antes de volver la vista hacia su comida. En cambio, su madre sonrió al verla llegar y le dejó el plato encima de la mesa.

—¿Qué tal has pasado el día?

—Meh, tranquilo, como siempre —mintió. De tranquilo no había tenido nada, no después de que iniciara de la forma más inesperada posible. Solo con recordar el hecho de que Alisson, su nueva vecina, hubiera averiguado su secreto la había tenido embelesada toda la mañana. «Al menos me ha servido como distracción para no perder la cabeza en clase», pensó.

—Venga, empieza a comer, que se te va a enfriar la comida.

Las palabras de su madre hicieron que volviese la vista hacia abajo. El delicioso aroma de los macarrones no podía compararse al de sus progenitores. Solo volver a centrarse en ellos hizo que el martilleo de su cabeza se intensificara. Volvió de nuevo a aquella playa alejada mientras se llevaba el primer bocado a la boca. Tragó y la distracción pareció surtir algo de efecto, aunque no llegó a desaparecer. Se limitó a esconderse en lo más profundo de su ser, pero advirtiéndole de que llevase mucho cuidado. Al menos la comida estaba buena, y con cada nueva porción que devoraba los pulsos fueron calmándose.

—Kara, tienes mala cara.

—No es nada, mamá, de verdad. —Su mentira no pareció convencerla mucho—. Solo estoy algo cansada.

—¿Las pesadillas otra vez? —Kara frunció el ceño al escuchar la voz de su padre, aunque él no pareció darse cuenta de ello—. Llevas tres noches desvelándote por lo mismo.

—Si pudiera controlarlas no las tendría, en primer lugar, ¿sabes?

—A mí no me hables con ese tono, jovencita.

—Pues no me hables como si yo tuviera la culpa, ¿vale?

La mano de la mujer detuvo a su marido antes de que dijera algo más. Su padre se relajó un poco, aunque estaba claro que sus palabras le habían molestado. «Mejor», se dijo en su fuero interno, «a ver si mamá se da cuenta pronto de lo que haces a sus espaldas y te piras de aquí».

Colmillitos AnónimosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora