Capítulo 25: baile y aquelarres.

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Había llegado la tan ansiada noche y, con ella, el nerviosismo de Fate había sobrepasado el límite de lo inimaginable

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Había llegado la tan ansiada noche y, con ella, el nerviosismo de Fate había sobrepasado el límite de lo inimaginable. Trataba de inspirar y espirar el aire de sus pulmones sin parar para tranquilizarse, pero todo era en balde. Su corazón latía como una locomotora. Por más que Venette intentaba tranquilizarla no lo conseguía. Oía a malas penas lo que le decía: habrá mayor seguridad, no tiene porqué suceder lo mismo que la última vez, estamos más preparados... Ella solo podía pensar en los últimos momentos de su madre y en los asesinos que acabaron con su vida.

Soltó un gritito cuando la limusina se detuvo ante un enorme edificio. Según tenía entendido, los Clark eran los dueños de la enorme construcción, y el baile se realizaría en su interior. En palabras de Venette, ningún cazador se atrevería a entrar o poner un pie en ese lugar.

Tan absorta estaba en sus pensamientos que reaccionó tarde al carraspeo de Venette. La puerta del vehículo estaba abierta y era hora de enfrentarse a sus miedos. Le tembló la mano cuando cogió la que le ofrecía la mujer y salieron las dos juntas. Estaba nerviosa, muy nerviosa, tanto que todo su ser le pedía a gritos que diera media vuelta, que huyera de ese lugar y desapareciera para siempre para no volver jamás. No obstante, había otra fuerza que se oponía a ese deseo, una fuerza que, aunque más pequeña, conseguía darle las energías necesarias para mantener el control sobre sí misma.

—No te habría traído si no supiera que todo va a salir bien, Fate —le dijo al tiempo que le apretaba la mano con fuerza—. Además, te he preparado una sorpresa.

—¿Una... sorpresa?

—Sé de sobra que esto no te agrada, que es muy difícil para ti por los recuerdos que te traen. No les habría invitado si no tuviera la certeza de que estuvieran sanos y salvos ahí dentro.

Fate no tenía ni idea de a que se refería hasta que el viento sopló desde su espalda y trajo un olor que, aparte de despertar el pulso de su cabeza, le resultó inesperado. Los reconocía muy bien, a pesar de haberlos conocido desde hacía muy poco. Se dio la vuelta despacio, como si aquello fuera un sueño, y descubrió a Alix y a Hunter, juntos y con una sonrisa en el rostro.

La corta melena de la chica mantenía sus rizos bajo control en un despliegue organizado, como siempre hacía con todas las cosas que planeaba a conciencia. Su vestido era negro, con una falda que le llegaba hasta algo más abajo de las rodillas y que dejaba sus hombros al descubierto. Su nerviosismo era más que palpable, muy idéntico al suyo. Hunter se veía... raro. Sin su habitual gorro, su cabello pelirrojo, que normalmente estaba desordenado, ahora yacía peinado hacia atrás. Ese detalle, sumado al traje de chaqueta y pantalones negros y camisa blanca, le hacía parecer otra persona distinta.

—¿Chicos? —Fate todavía no salía de su asombro—. ¿Qué hacéis aquí?

—También nos alegramos de verte, ¿eh? —le soltó el muchacho, que no dudó en abrazarla con cuidado de no estropearle el vestido. Fate le devolvió el abrazo a su estilo, dándole fuerza y calidez a su gesto—. Estás que crujes, tía, que se preparen las damas del salón porque ya no tienen nada que hacer a tu lado.

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