Capítulo 1: la caída de los Campbell.

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Fate se rebulló entre las sábanas de la cama. Escuchaba voces, aunque a bajo volumen. Abrió los ojos y vislumbró la luz del día en el cuarto donde se hallaba. No reconocía aquel lugar, incluso aunque intentase hacer memoria. Lo único que regresó a su mente fueron los recuerdos de aquella noche, las palabras de su madre y la flecha que acabó con ella.

Las lágrimas volvieron a manar de sus ojos. Había un espejo cerca de ella que reflejó la imagen lastimera de su rostro. Todavía llevaba puesto el traje de baile azul claro que le había entregado su madre. De la noche a la mañana ya no estaba. Una sensación tan artificial que dudaba de que fuera real. «Solo ha sido una pesadilla. Mamá volverá en cualquier momento y jugaremos en el jardín lleno de flores muy pronto».

La voz de Iva la sacó de sus pensamientos. Sin poder escucharle muy bien, se acercó hasta la puerta muy despacio para evitar tropezarse y pegó la oreja hasta captar por fin la conversación.

—Nuestro hijo está bien. Mamá está con él y ya han puesto rumbo a Atlanta. Nos esperarán allí hasta que vayamos.

—Menos mal, pero, ¿qué vamos a hacer ahora? —Aquella voz era la de su mujer—. Si volvemos con ellos ahora, ¿no los pondríamos en peligro? No quiero que le pase nada malo a...

—Puede que mamá esté entrada en años y esté retirada, pero todavía puede defenderse bien. Nuestro hijo estará a salvo con ella, no tienes de qué preocuparte. Lo que tenemos que hacer es llegar al punto de encuentro sanos y salvos. Ahora que Cassandra ha muerto, no nos queda otra que...

Un carraspeo y un silencio incómodo se instaló en el exterior. Los pasos se acercaron hasta que Fate se vio obligada a retroceder, asustada. Cuando la puerta se abrió allí estaban Iva y Venette, la última en forma humana, ambos mirándola con preocupación. El primer impulso de la pequeña fue saltar a los brazos del gigantesco hombre, abrazarle con mucha fuerza y llorar en su hombro.

—¿Dónde está mamá? —Iva no contestó. Pudo olfatear su miedo, también presente en la mismísima Venette. Incluso la vampira más serena que había conocido tenía la respiración agitada como ella—. ¡Quiero verla! ¡Tenemos que salvarla y...!

Venette asintió e Iva la dejó en el suelo, sin que la niña entendiera que pasaba. Fue la propia vampira la que se agachó para estar a su altura y mirarla con profunda tristeza en sus ojos castaño oscuro.

—Señorita Campbell, anoche la fiesta fue interrumpida por los cazadores. —El nudo en su garganta se hizo más fuerte, casi asfixiándola—. Su madre hizo todo lo que pudo por protegerla a costa de su propia vida. Ahora tiene que ser muy fuerte porque, allá donde esté Cassandra, la está viendo. Tiene que demostrarle que es muy valiente, ¿de acuerdo?

El abrazo, lejos de consolarla, le dolió más que nada en el mundo. Se había ido. No era una pesadilla, era real. No, no podía ser así, tenía que haber una manera, su madre no podía haberse ido. Ella jamás la dejaría sola.

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