Capítulo 8: ángel oscuro.

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La mañana siguiente no comenzó demasiado bien para Alix. La noche había sido espantosa y apenas había conciliado el sueño. Entre las pesadillas en las que Tiffany le atacaba o veía a sus amigos convertidos en vampiros tuvo que añadirle el dolor del hombro que la obligó a dormir de una sola postura.

Al despertar no pareció mejorar la cosa. Aunque estaba tapada con una gasa, Alix notó que la zona se había hinchado un poco y le dolía al tacto. Iba a ser toda una odisea mentirle a sus padres si la veían en todo momento quejarse de dolor, así que tendría que fingir lo mejor posible delante de ellos.

Por desgracia para ella su padre todavía no se había ido a trabajar. La abrazó con fuerza a modo de saludo, como siempre hacía cada vez que la veía, y por poco no gritó de dolor.

—¿Qué pasa, Alix? —le preguntó al notar sus quejidos.

—Nada importante. Me di anoche con la puerta en el hombro pero estoy bien. Solo no me des esos abrazos de oso, papá, que tengo la zona...

—Lleva más cuidado, hija —le aconsejó su madre—. Y tú, no la abraces tan fuerte, que a veces ni te controlas.

—Tampoco ha sido para tanto, ¿verdad, Alix?

—¡Que va! —mintió mientras se obligaba a soportar el dolor—. Todo controlado por aquí. Y no os preocupéis por lo del hombro, tengo un moratón un poco feo, pero unos cuantos días de reposo y como nueva, ¡palabra de Alix!

Su madre puso los ojos en blanco y pareció susurrar algo. Tras despedirse y darle un beso en la mejilla a la chica, su padre se marchó y dejó a las dos a solas.

—¿Te manchaste la camiseta anoche?

—Ah, sí —dijo, tratando de inventarse alguna excusa—. Daisy quería hacer fotos de unas ardillas y me manché de barro la camiseta cuando nos metimos en el bosque. Nada importante, la dejé bien limpia.

—Ardillas. En la noche. —Los ojos de su madre se entrecerraron como si no la creyera.

—Estaban muertas. Al parecer hay un bicho extraño que se las come, así que mi amiga me pidió ayuda para investigar el asunto e hicimos fotos por la zona.

—Hija, lleva cuidado con la noche, que esta ciudad tiene peligro en cada esquina.

«Si supieras realmente cuál es el peligro nos dirías de huir de este sitio en cuestión de segundos», pensó. Desayunó en silencio, se tomó la pastilla y compuso una mueca de dolor (su madre, por suerte, no la vio) al cargar la mochila a cuestas. Decidió aguantar un poco hasta salir de su casa para no levantar más sospechas de las que ya había creado.

A pocos metros de ella vio a Kara salir de su casa en dirección al instituto. Le dirigió una mirada de recelo antes de darle la espalda y caminar con prisa. Alix no darle importancia al asunto mientras aminoraba un poco el paso para no tener que alcanzarla o cruzarse con ella. Por suerte, al ir más veloz pronto giró la esquina y desapareció de su vista.

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