Capítulo 4: primer día de clase.

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El sonido del despertador hizo que se diera la vuelta con dificultad y tanteara con los dedos hasta lograr encontrar el aparato. Con manotazos desesperados solo logró tirar el cacharro al suelo, que dejó de pitar de inmediato. Alzó la mirada, todavía con los ojos entrecerrados, y descubrió que se le habían caído las pilas. «Como me lo cargue, mamá se va a poner buena.»

Se levantó con la lentitud de un perezoso y se agachó para recoger el trasto y las pilas antes de colocarlas en su sitio correspondiente. El despertador volvió a sonar con insistencia, pero Alix lo apagó y lo depositó encima de la mesilla. Sin perder el tiempo agarró una pequeña libretita en la que apuntaba cosas y repasó el contenido de la penúltima hoja: «verificar que en la mochila no falte nada, asearme, vestirme, desayunar y salir antes de las siete y media». Todo ello apelotonado y separado por guiones, como solía hacer al escribir en ella.

La dejó de nuevo en la mesilla y revisó el contenido de su mochila. Los libros y carpesano estaban preparados. Se metió al cuarto de baño y se enfrentó a la imagen que el espejo le devolvía de ella. Como cada mañana solo se revisó el pelo, cada día más largo. Su rostro era harina de otro costal. Se miró los ojos azules y trató, en la medida de lo posible, de ignorar el resto de sus facciones.

Se había duchado la noche anterior, por lo que solo se lavó la cara y se arregló el pelo lo mejor que pudo. Sus rizos rebeldes siempre hacían de las suyas, así que lo dejó estar. «Hoy va a ser un gran día», pensó para sus adentros, «no como ayer que casi la palmas». El solo pensar en el recuerdo de lo acontecido en la tarde hizo que se le erizara el pelo de la nuca y le diera un escalofrío que le recorrió todo el cuerpo.

Revisó las dos cruces que había comprado y que descansaban en el alfeizar de las ventanas del baño y de su habitación. Seguían allí donde las había dejado. Había pensado en dejar también alguna ristra de ajos, pero eso habría llamado demasiado la atención de su madre. No es que fuera religiosa, todo lo contrario, pero ahora que había descubierto, a las malas, que los vampiros existían, era mejor prevenir que curar.

Se vistió y se guardó una de las cruces en el bolsillo del chándal negro. Una camiseta gris por encima del sostén y listo, estaba preparada. Revisó la hora en el móvil y vio que iba bien de tiempo. Agarró la libreta y se la guardó también en el bolsillo tras verificar el siguiente paso, por más que el estómago ya le diera una pista de lo que debía de hacer.

Su madre ya le había preparado unas tostadas cuando apareció por la cocina. Mucho más baja que ella, compartían los mismos rizos y color de pelo, aunque sus ojos eran verdes a diferencia de los suyos. La miró con una sonrisa antes de darse la vuelta y seguir preparando la comida.

—Buenos días, Alix. ¿Lista para tu primer día de instituto?

—Más o menos —le respondió, no muy convencida—. ¿Papá se ha ido ya?

—No lo has pillado por quince minutos —explicó mientras daba vueltas al contenido de la olla con la cuchara—. Él también te desea mucha suerte.

Colmillitos AnónimosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora