Debilidades

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Era de noche cuando por fin llegue a la calle, a mi calle. Reconocí cada esquina, cada árbol, cada casa, todo estaba casi igual desde la última vez que estuve en ese lugar, incluso ese grafiti en la pared de ladrillo.

De deslice sin hacer el mínimo ruido. Mis compañeros estaban en un lugar seguro descansando y planeando el rescate. Yo no podía estar allí. Sabía que era una trampa, todos lo sabían, aun así estaban allí, por mí, para ella.

Cualquier idea, plan o modelo que me plantearan para rescatarla la rechazaba; ninguna encontraba que fuera lo suficientemente buena para el caso. Al final decidieron que lo mejor era que vaya a descansar.

Como siempre decidí pasar por alto la sugerencia y hacer lo que mi instinto me decía qué hacer. En ese momento mis pies, sin que me diera cuenta, me llevaron a esa calle que tantos recuerdos tenía para mí.

Faltaban unas horas para que amaneciera, por lo que todos estarían durmiendo. No me importó. Rebusque en mi mochila alguna llave, mejor dicho la llave del portón de entrada de mi casa. Al no encontrarla decidí tocar el timbre. Saltarla no me tentaba en esos momentos. Estaba cansada y si lo hacía sería con movimientos torpes, además de que activaría la alarma y sería una molestia la situación que se formaría. Llegarían los carabineros, los seguritos y no se me ocurrían quién más. El punto era que se armaría un gran jaleo que era preferible evitar si era posible.

Volví a tocar al no recibir respuesta alguna desde adentro. Tal vez estuvieran dudando de que realmente haya sonado el timbre dudo que hayan estado esperando a alguien por esas horas y todos pensarían que fue producto de su imaginación. O para todos había sido un largo día y todos estarían descansando profundamente en sus respectivas camas.

Toque por tercera vez, esperando ser por fin escuchada. Mis súplicas fueron escuchadas, porque unos segundos después escucho la voz de una de las empleadas por el otro lado de la línea.

-¿Buenas noche? – la voz sonaba adormilada y con la clara intención de terminar lo antes posible la conversación para volver a la cama y aprovechar al máximo las siguientes horas, antes del inicio del nuevo día.

-Hola, buenas noches, perdón por molestar en estas horas, pero soy Bernardita – se sintió raro decir mi nombre, hace mucho que no lo pronunciaba.

-En esta casa no vive no vive ninguna Bernardita. Por favor deje de molesta – escuche como se despegaba el auricular de la oreja para colgar.

-Espere. No estoy buscando a ninguna Bernardita. Yo soy ella, Bernardita Brahm, mejor conocida como Meme…

Escuche un fuerte ruido, como de un golpe, de algo caer al suelo, probablemente el teléfono que segundo antes sostenía la empleada, que no lograba identificar.

-¿Meme? – su voz sonó lejana.

-Marta – dije segura, solo ella decía mi sobrenombre con ese acento tan peculiar del sur. Sonreí – soy yo, Meme.

No hubo respuesta, solo un grito aislado y el sonido de una puerta abrirse, al parecer a alguien le había entrado la curiosidad y quería saber quién era el que tocaba el timbre a esa hora de la madrugada en plena semana.

-Marta, ¿quién era? – no me equivocaba.

-Señorita Lupe, el… la que esta afuera es … - no pude terminar, porque se volvió a abrir la puerta y la voz de Juan se hizo oír.

-¿Quién es esa persona que está molestando a esta hora de la mañana? Mas le vale que se vaya de inmediato – estaba realmente enojado.

-Señor Juan, la que toca el timbre – pero nuevamente no pudo terminar la frase. Yo me estaba desesperando un poco, llevaba como mínimo diez minutos afuera, y francamente la temperatura no era lo que uno considera agradable, en realidad me estaba congelando.

Adelfa, mi historia.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora