Capítulo 2

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Rebecca miró a lo largo del pasillo del orden del día. Observó las paredes de falso mármol rosa y la alfombra roja y amarilla con intrincados detalles, que ese día recibiría a cientos de diputados con sus mejores trajes.
Pensó que su pantalón Nung, su camiseta Nung y su americana Nung de la línea Minimal (by Nung, por supuesto), no estaban precisamente fuera de lugar, pero tampoco en el lugar ideal. Minimal by Nung estaba diseñada por ella y su equipo pensando en los trabajadores de cuello blanco modernos. Gente que trabajaba en una oficina, sí, pero trabajaba. Definitivamente, no era ropa para figurar o aparentar que se trabajaba. Y aunque Rebecca apenas llevaba 10 minutos en el edificio del congreso, ya suponía que esa gente tenía cierta experiencia en el arte de aparentar.
Intentó introducirse bien en el papel, poner la cara de solemnidad que en su imaginación exigían las circunstancias.
No le costó mucho, al fin y al cabo, seguía mortificada.
Habían pasado meses desde que dijo que sí a la propuesta de Clara y la sensación de haber cometido un gran error no la abandonaba. ¿Pero quién iba a predecir que llegarían tan lejos? Cuando aceptó ir en la lista de Nueva Izquierda, realmente lo hizo como muchas cosas: como un juego. Un nuevo reto con el que vivir otras experiencias.
El resultado de las elecciones fue un subidón de energía increíble, nadie imaginaba que en su primer asalto llegarían a 33 diputados. Pero claro, eso significó que el juego tenía un final envenenado. Ella de finales envenenados en juegos inconscientes sabía un rato, pero ese se había ido madre.
Si hasta sus padres estaban preocupados, isus padres! Si Richard y Nung sentían una gota de preocupación por la última aventura de su hija, es que realmente había llevado los límites muy lejos. Los límites de la tolerancia de sus padres eran amplios, tanto que hasta ahora no se habían divisado.
Rebecca lo entendía, claro que sí. Desde que nació, escuchaba a sus padres hablar de los políticos como los seres más grises y lamentables que poblaban, más bien despoblaban, el planeta. Y va y les sale la hija política.
Si es que, si la hija les hubiera salido puta, bueno, no pasa nada.
¿Narco? Pues oye, qué se le va a hacer, aprovechar y sacar la yerba barata.
¿lesbiana? Bueno, lesbiana les salió y fue una gran noticia.
Su fiesta de salida del armario todavía se recuerda como mítica entre el grupo de amigos de sus padres. Casi 20 años después, Nung y Richard siguen felicitando a Rebecca cada 3 de junio. ¿Pero política? Por ahí les estaba costando pasar.
Las limpiezas espirituales de su madre alcanzaron una intensidad nunca vista. Ya no era posible entrar a la villa sin sentir el cargado olor a incienso por todas partes. En la última visita que les hizo, notó que Nung había añadido unos
ramos de hierbas en las esquinas.
No preguntó qué eran. El eclecticismo espiritual de su madre desafiaba toda lógica y lo mejor era ignorarla.
Por suerte, ninguno de los dos veía la tele, así que no había riesgo de que los vieran con cara de novatos fuera de lugar en los pasillos del Congreso.
—Rebecca —registró la voz de Clara casi al mismo tiempo que esta le rozaba el brazo.
Se dio cuenta de que llevaba algunos minutos divagando en el pasillo. ¿Algún periodista lo habría notado? Rebecca se permitió en ese momento admitir qué la seguía reteniendo fuera.
¿Ella estaría ahí? Por supuesto que sí. Esa mujer nunca faltaba a un compromiso, aunque a ella decidió faltarle toda la vida. Después de 12 años, se lamentó Rebecca, seguía teniendo algún efecto sobre ella.
Echó mano de los mantras de sus padres, reconoció la emoción y se dijo que era normal. Había sido alguien importante en su vida. Como mínimo, tenía curiosidad por verla en su elemento. ¿Se asombraría al ver a Rebecca? ¿O ya lo sabía? ¿Admitiría conocerla? ¿Mandaría a la policía a arrestar a la progre peligrosa? Bueno, qué estrés tan tonto por una mujer que nunca admitiría en público conocerla y que difícilmente la notaría entre 350 diputados.
-Rebecca —insistió Clara, que tenía la cara pegada al celular
¿entramos? Joaquín y los demás ya están dentro.
Rebecca se limitó a asentir con la cabeza y seguir a Clara.
Ella y Clara siempre habían tomado los horarios como sugerencias bienintencionadas, sin obligatoriedad implícita.
Joaquín era de otra pasta y, por eso, era el rostro más visible de la formación, literalmente. Todos confiaban en que sería el primero en llegar y dar la cara con el mayor sosiego del mundo.
Clara llegaría en algún momento, con una cara menos amable, pero con una agudeza intelectual que Rebecca aún no sabía si les hacía daño o bien. El pensamiento de Clara era majestuoso, pero tan carente de emociones que era como energía nuclear: capaz de cosas muy buenas e igual de capaz
de cosas terribles.
Después de Joaquín y Clara, quizás el diputado más popular de Nueva Izquierda fuese Azim Benali, hijo de inmigrantes y un economista respetado. Sin vergüenza alguna, al interior de Nueva Izquierda se admitía que Benali fue un fichaje buscado, diseñado por Clara y ejecutado por Rebecca.
Inmigrante y economista, una mejor combinación no se podía pedir. Rebecca también fue un fichaje estratégico, no una militante de corazón. Conocía a Clara desde pequeña por moverse en los mismos círculos. Clara quería para su partido gente de izquierda que demostrara que a la izquierda no se le da mal la economía. Que existen, eh, existen y ahí estaba Rebecca. Hija de dos hippies de izquierda ricos gracias a hacer ropa que se vendía por todo el mundo. Y Rebecca era la hija de, cierto, pero en sus años al frente de Nung fue la que logró su internacionalización y lanzó la presencia online.
La primera vez que Clara le planteó unirse a Nueva
Izquierda, Rebecca se lo tomó a broma. Cuatro encuentros después ya le dijo que sí, pero Rebecca seguía teniendo la sensación constante de haber cometido un error. Que sí, que ella sí estaba comprometida con las ideas de su partido, pero eso lo demostraba en la empresa, creando empleo, haciendo posible que sus empleados tuvieran uno de los mejores salarios del sector. ¿Qué iba a hacer ella en medio de sesiones interminables en el Congreso? Si es que entendía el amor de los diputados por el Candy Crush, debería venir instalado por defecto en todos los móviles que tan generosamente financiaba el bolsillo del contribuyente.
Apenas había puesto un pie en el salón de sesiones y ya estaba de los nervios. Los bancos rojos y azules estaban casi al completo, muy diferente a las sesiones ordinarias que se veían en la tele. Hoy era el inicio de la legislatura, todos querían dejarse ver. Su grupo se distinguía sin problemas, eran los que miraban alrededor con ojos de no creérselo y apenas hablaban entre ellos.
Sintió la mano de Clara en la espalda, incitándola a caminar.
Se puso en movimiento y alcanzó el primer escalón del segundo pasillo a la derecha. Miró a un lado y, en ese momento, todo alrededor de Rebecca desapareció.
Por unos segundos, los que le tomó a Clara reaccionar para volver a incitarla a caminar, Rebecca miró directamente a los ojos grises de Sarocha Chankimha. Observó el pelo negro brillante, la piel casi traslúcida del que se pasa el día urdiendo tramas en una oficina.
Habían pasado casi doce años desde la última vez que ambas se habían visto, un encuentro que significó el inicio del periodo más oscuro en la vida de Rebecca.
Confirmó algo que ya suponía al ver a Sarocha en la tele: la chica apasionada y resuelta que había conocido era ahora una mujer que ahorraba en gestos como si le fuera la fortuna en ello. Sarocha se había construido la imagen de mujer de hielo con propósitos superiores con tanto éxito, que millones de ciudadanos votaban un partido de extrema derecha porque estaban convencidos de que eran los únicos capaces de encaminar a un país en constante respiración asistida.
Pero más de una década después, Rebecca todavía conocía lo suficiente de Sarocha para saber que la había reconocido.
Fue un reflejo rápido que Sarocha se apresuró a borrar, pero ahí estaba.
Y en lugar de la indiferencia que Rebecca deseaba sentir, o la rabia que temía experimentar, el chute de adrenalina que recorrió sus venas la sobresaltó. En ese instante, volvieron sus ganas de comerse el mundo.
Estaba en el Congreso de los Diputados, podía influir en la vida de más personas que nunca y formaba parte de un partido nuevo que, con honestidad, quería hacer las cosas diferentes.
Del otro lado, un gran enemigo a batir: la derecha más peligrosa que se había enquistado en su país como un tumor y expandía el odio como el peor de los virus.
Para Rebecca, solo había una contrincante digna, la mujer que ella sabía era el gran referente mediático de Frente por la Patria. Sarocha siempre supo cómo mover las piezas para lograr su final y siempre, siempre, confirmó Rebecca, Sarocha había sido fascista y tan bella que dolía.

No puedo odiarte Donde viven las historias. Descúbrelo ahora