Capítulo 27

1.1K 65 6
                                    

En el reflejo del espejo, Sarocha vio a Rebecca acercarse.
Todavía llevaba la camiseta y el pantalón corto del pijama.
No era justo.
—No es justo —se quejó—. Yo a enfrentarme a las hienas y tú todavía en pijama. Podíamos estar en cama.
Un hábito recién adquirido: quedarse en cama hasta tarde disfrutando de Rebecca.
Era una desempleada por decisión propia y una perezosa reciente por simple adicción.
Rebecca solía bromear diciendo que se estaba poniendo al día con las cosas buenas de la vida.
—Estás preciosa -dijo Rebecca y con cuidado, le dio un beso en el cuello. La piel de Sarocha se estremeció al contacto de unos labios que nunca dejó de reconocer como parte de sí misma. Una semana llevaba Rebecca en su casa y ya Sarocha era incapaz de imaginar una vida sin ella.
Después del alta en el hospital, decidieron que lo mejor era que Rebecca fuese para casa de Sarocha a recuperarse.
Richard e Nung se quedaban en un hotel. Demasiado pronto para que Nung y Sarocha despertaran bajo un mismo techo.
-Gracias —dijo y le sonrió a través del espejo.
Cada día Rebecca estaba mejor. El cansancio de las primeras semanas había desaparecido, aunque ahora el recuerdo de lo sucedido parecía inquietarla con más frecuencia.
Otra vez Sarocha deseó tener superpoderes para hacerle sentir a Rebecca que estaba segura, que ella haría todo lo necesario para que nadie volviera a herirla. Pero Sarocha no tenía superpoderes, tenía un amor tan intenso que dolía.
Ya están aquí mis padres. Nung quería empezar a empacar
comentó Rebecca con una sonrisa pícara apenas disimulada.
Agradece a mi querida suegra -respondió Sarocha con una parodia de amabilidad—. No es necesario que toque nada de mi casa, por favor. Ya me ocuparé yo de recoger todo.
Mujer, si solo lo hace por ayudar.
Se iban a ir una temporada a la ciudad de Rebecca, cerca del mar. Un tiempo para recuperarse, ambas, y para pensar en los siguientes pasos.
Rebecca no había roto todos los puentes con Clara, pero era evidente el distanciamiento. Tampoco había solicitado la baja del partido, pero sí renunció a su puesto alegando motivos de salud. Todos comprendieron que era lo mejor para ella, pero especialmente para el partido. Que uno de sus miembros más destacados mantuviera una relación con uno de los pilares del facherío patrio ya era mucho, incluso para los supuestos liberales rojillos.
¡Ja! Liberales, los rojos. Otro debate a tener con Rebecca y un motivo más para pasárselo en grande.
Pero, a pesar de las prevenciones partidistas, la realidad era obstinada. La popularidad de Rebecca y Sarocha estaba en máximos. Así apuntaban todas las encuestas y se podía constatar a diario en las redes sociales. Era una popularidad polémica, cierto, pero hay pocas cosas mejores para un político que ese escenario. Unas actuaciones bien dirigidas y podías cambiar todo el tablero a tu favor.
Su instinto político le decía que debía aprovechar el momento, pero ese mismo instinto la había llevado a ser muy infeliz. Por ahora mandaría el instinto a descansar y se dedicaría a seguir otros instintos, más placenteros y seguros.
—Cariño, tu madre no quiere ayudar, quiere dirigir - respondió Sarocha en broma. Más o menos.
La batalla inocua, pero intensa, que ella e Nung libraban todos los días, era objeto de risas para Richard y Rebecca. A Sarocha también la divertía, aunque se cuidaba de decirlo delante de su contrincante doméstica. Entendía que debía probar que se merecía a Rebecca, no esperaba menos de
Nung.
Con Richard no había nada que probar porque Richard aceptaba a todos y a todo. Cada vez que Sarocha lo veía, se sentía enternecida. Era la única persona en toda su vida a la que recibía con una placidez involuntaria y genuina.
¿Lista? —preguntó Rebecca.
No, pero sí.
Sarocha se giró, rodeó el cuello de Rebecca con sus manos y la atrajo hacia sí. Le dio un beso lento y con cada movimiento, intentó transmitirle a Rebecca todo lo que significaba para ella.
—Te amo —le dijo.
Los labios perfectos de Rebecca se curvaron, inclinó la cabeza y apoyó la frente sobre Sarocha.
—Lo sé, Cariño. Yo también te amo.
Nunca dejé de amarte.
La abrazó.
En momentos como ese, sentía la necesidad física de absorber a Rebecca, apretarla contra sí hasta tenerla dentro.
De ese modo, quizás, calmaría la sensación de nunca tener
suficiente de Rebecca.
Cuidado, Sar. Vas a arrugar la camisa —le dijo Rebecca, separándose.
Da igual, siempre encontrarán algo que criticar.
Sarocha estaba a punto de enfrentarse a la prensa después de todo lo sucedido. Los convocó en el salón de actos de un hotel del centro de la ciudad. Haría una declaración y respondería a preguntas. Era lo responsable, se lo debía a quienes la habían votado una y otra vez, y también era lo más seguro para su imagen. Aunque se retiraba temporalmente, su narrativa no quedaría en manos ajenas.
—Si no supiera yo que disfrutas de las críticas...
Rebecca la tomó de la mano y juntas se encaminaron al salón.
No disfruto de las críticas, disfruto de hacerles perder el tiempo criticándome -respondió Sarocha a medio camino.
¿Quién critica a una chica tan adorable, querida? Qué crueles - escuchó la voz de Nung goteando sarcasmo.
A Sarocha, sin querer, los labios se le curvaron, amenazando con una sonrisa. Entró al salón y vio a Nung sentada en el sofá con Bombom sobre sus piernas. Traidor.
Richard, de pie, ya esperaba por ella.
Buenos días, querida suegra —se limitó a responder en el mismo tono—. Buenos días, Richard -añadió con una dulzura que cualquiera diría era ajena a ella.
Guapa, ¿ya estás lista? Cuando quieras -dijo Richard.
Se había ofrecido a llevarla: a acompañarla, según sus palabras. Para Richard los detalles importaban, como la diferencia entre llevarla y acompañarla. Y ella lo agradecía tanto.
Miró a Rebecca, miró a Nung, miró a Richard.
Gracias a todos.
Nada que agradecer, para eso está la familia —respondió el buen hombre.
Sarocha sintió que la emoción la invadía como un ejército.
Rebecca se acercó y la abrazó. Bendita Rebecca.
Se separó con cuidado, encuadró los hombros y se dispuso a enfrentar lo que venía. Valía la pena enfrentarse a todos para conservar lo que tenía delante.
-Lista, podemos partir.
Años en primera fila de la política la habían preparado para la escena que la recibió en el hotel. Los gritos de los periodistas, cada uno queriendo un pedazo de ella, la policía intentando abrirse paso, los curiosos, los que escupían odio.
Era un circo y era también, a pesar de todo, su espacio natural. La política estaba en Sarocha como la creación de belleza estaba en Richard y Rebecca. Como el agua en el río, como el fuego en el incendio.
La sangre galopó, la respiración bailó al ritmo de los gritos, los pasos se sintieron contundentes. Extasis.
«Como todos, todas y todes saben»
Comenzó y miró alrededor con el aire trascendental con el que siempre lograba hacerse notar. Vio las caras de desconcierto, los intentos de risas cortadas por la inseguridad, los murmullos.
Se echó una buena risa.
«Era una broma. Ahora hago bromas y esos malabares con el idioma me siguen pareciendo ineficientes. Sigo siendo la misma, sigo creyendo que vivimos en un gran país que merece aspirar a la grandeza. Sigo creyendo en la libertad como faro y como medida de todo acto. Pero también hay cosas nuevas en mí, cosas que he aprendido con el peor de los métodos: el sufrimiento de quien amas».
El silencio en la habitación era absoluto. Sarocha tenía la certeza de que esperaban que a continuación hablara de Rebecca, como si entre sus transformaciones estuviera ser un personajillo de la revista Hola.
No, eso no iba a pasar.
«He aprendido que las medias verdades y el cherry picking de la realidad es muy peligroso. Que cuando digo que los malabares para ser inclusivos en el idioma me parecen una tontería, lo responsable es decir también que no pasa nada con los malabaristas. Que pueden hablar como deseen, que como mínimo hacen la realidad de vivir más interesante».
Cambió la inflexión de la voz, como lo hubiese hecho en el Congreso, y al igual que en la casa grande, en esta sala de hotel las miradas estaban pendientes de cada una de sus palabras.
«He aprendido que cuando hablo de corruptos, enchufados y garrapatas de lo público, no estoy hablando de males de un bando o de una persona. Estoy hablando de males que, como sociedad, debemos combatir porque como sociedad lo hemos tolerado durante demasiado tiempo. Nuestro corrupto no es mejor que tu corrupto. Lo mal hecho no tiene carné».
«Pero lo más importante que he aprendido es algo que todos deberíamos saber: utilizar a grupos o personas como dianas para juegos de poder es antiético y es peligroso. A un político solo le mueven los votos. Cuando ataca a un grupo, su único interés es atraer más votos y eso, algo que yo también he hecho, es repugnante. Se destruyen vidas por ese camino»
Sintió la garganta apretada y tragó con esfuerzo, negándose a mostrar debilidad ante tantas alimañas mediáticas. Maldita y maravillosa Rebecca, qué brechas hacía en su coraza.
«La destrucción solo entiende de banderas en el corto plazo.
En el largo plazo, todos pueden ser víctimas. Hoy los enemigos son los empresarios o el colectivo LGTB, del cual formo parte, por cierto. Mañana serán los jubilados porque nos cuestan mucho o los youtubers por incitar al odio. Nadie está a salvo del hábito de señalar y de las consecuencias de odiar».
Escuchó los murmullos, pero decidió ignorarlos. Se negaba a ser material de prensa por su orientación sexual. Se negaba a ser reducida a lo que deseaba en la cama. Se negaba a la tentación hipócrita de utilizar el azar del deseo como cebo para atraer a las masas.
Dejaba esa batalla a Rebecca, que sentía la lucha como propia. Rebecca y muchas otras que peleaban las batallas que le hacían la vida más cómoda a ella, al igual que ella se lanzaba a otras guerras para allanar el camino a otros.
«Hoy anuncio que hago una pausa en mi vida política pública. Es un hasta pronto. Me retiro a pensar y a construir un proyecto que nos permita aspirar a más, aspirar a la grandeza que todos merecemos».
Sarocha respiró con fuerza y, cuando dejó salir el aliento, se preparó para lo que vendría a continuación.
¿Preguntas?
Sarocha, ¿qué hay de cierto en que tiene una relación sentimental con Rebecca Armstrong? -preguntó la más rápida en la jungla de medios.
Pensó en Rebecca, en el beso que le dio esa mañana para quitarle el mal humor por tener que ir a la conferencia de prensa, por tener que dejarla. Era tan fácil rendirse a la maravilla de compartir la vida con Rebecca.
Sonrió, refugiada en el pensamiento de lo que le esperaba cuando terminara el espectáculo.
—No hablo de mi vida privada. ¿Alguna otra pregunta?
Cuando salió del hotel, otra vez escoltada por la policía, la calle estaba aún más abarrotada de curiosos. Bien podrían los responsables del hotel haberle ahorrado este momento, se les pagaba por algo más que el espacio.
Vio a Richard esperándola con la puerta del coche abierta.
Una metáfora perfecta del momento: lo que dejaba atrás, lo que le aguardaba delante. No dudó. Entró. Lo mejor, estaba convencida, todavía estaba por venir.

Fin

Has llegado al final de las partes publicadas.

⏰ Última actualización: Apr 04 ⏰

¡Añade esta historia a tu biblioteca para recibir notificaciones sobre nuevas partes!

No puedo odiarte Donde viven las historias. Descúbrelo ahora