Capítulo 14

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Rebecca entró a la sede de Nueva Izquierda con la urgencia que otorgan los acontecimientos importantes. Antes, tuvo que sobrepasar la barrera de periodistas hambrientos de una declaración.
El día anterior, una organización internacional de medios de prensa había desvelado cómo el estado espiaba a ciudadanos por motivaciones políticas, o al menos eso se suponía.
Porque, ¿Qué otra razón tendría que grabaran las conversaciones de Rebecca? ¿Económicas? Nada tenía
mucho sentido.
De su partido, solo ella aparecía en la lista de espiados, aunque contando los afectados de otras formaciones políticas, el número superaba ampliamente la veintena.
Era extraña la sensación de constatar algo que teóricamente se asume. Sabía que el uso del móvil abría la puerta a seguimientos de todo tipo, pero una cosa era ser un fragmento de dato más entre millones de fragmentos, y otra que tu propio gobierno escuche lo que hablas en la intimidad.
Imaginar que un señor gris escuchaba las conversaciones con sus padres repugnaba e indignaba a partes iguales. ¿Y las conversaciones con Sarocha? No quería ni pensar en lo que podría pasar si la única conversación que tuvo con Sarocha por teléfono se divulgaba.
Hasta ahora, solo se habían mencionado nombres, no conversaciones concretas. Pero alguien en algún lugar sabía y esa desnudez era enervante.
La dirección del partido se reunía de urgencia para definir una respuesta común, pero Rebecca no descartaba una acción individual contra los responsables. Como un ejemplo de su habilidad para ver el vaso medio lleno, pensó que no le vendría mal algo que la distrajera del reinado permanente de
Sarocha en su mente.
Habían pasado tres días desde que estuvo en su casa y desde entonces, no hacía otra cosa que repasar una y otra vez lo que sucedió. Rebecca ya no sabía ni qué pensar. En un momento, se sentía molesta por la desfachatez de Sarocha y su intento de convertirla en un pedazo de carne con el que tener sexo, y al siguiente, se conmovía con la vulnerabilidad de una mujer que vivía para que los demás la percibieran como invulnerable.
Y estaba el deseo, claro, un detalle no menor. Ese deseo encendido por Sarocha y que era tan difícil de controlar a su lado. Siempre fue así la fiebre entre ellas, tan primaria.
Después de que Sarocha la dejara como a una camisa cuando se hace limpieza de armario, Rebecca quiso convencerse de que su apego a Sarocha era solo por sexo. Luego, Rebecca recordaba cuánto reía con Sarocha, cuánto disfrutaban discutiendo de cualquier tema, casi siempre desde posturas opuestas.
La Sarocha de antes, con ideas contrarias, pero sin el odio y los bulos que su partido se dedicaba a esparcir en la actualidad. Comenzó en algo que recordaba a Ayn Rand y terminó siendo un Roger Stone. Vaya transformación.
Entró en la sala de juntas de Nueva Izquierda, un título que no lograba reflejar la informalidad de una habitación organizada rápido y sin inspiración. Un blanco sin intención cubría las paredes, unas letras en el amarillo de la formación anunciaban «Nueva Izquierda, la izquierda que te mereces», y en el centro, una mesa ovalada de falsa madera marrón sugería una igualdad que estaba lejos de ser real. Alrededor de ella, unas incómodas sillas, casi llenas en su totalidad, invitaban a estar el menor tiempo posible. Es lo que tenía llegar tan alto por sorpresa: terminaban improvisando hasta el mobiliario.
Ya estaban casi todos, a la cabeza Joaquín y Clara. Quiso hablar antes con Clara, pero ahora cualquier interacción por teléfono le causaba recelos. Volvió a recordar que tenía que buscar a un especialista para añadir medidas extras de seguridad al móvil.
Lanzó un «buenos días» general y barrió el salón con la mirada. Agradeció la expresión compasiva de Joaquín y le desconcertó la euforia contenida de Clara.
—Buenos días, creo que podemos ir comenzando -se lanzó su amiga—. Todas conocemos los hechos. Lo que tal vez no todas sepan es que el Partido Conservador ahora mismo anunció que va a pedir explicaciones al Centro de Inteligencia. Creo que debemos unirnos a la petición.
Rebecca conocía de toda la vida a Clara. Fueron juntas al colegio, sus padres eran amigos, frecuentaban los mismos círculos en el período de universidad. Y en todo ese tiempo, Clara nunca hizo menos de lo que Rebecca esperaba de ella.
Como en ese momento, ignorando a Rebecca, viendo delante de sí una situación y la oportunidad que abría. Las personas siempre eran secundarias para Clara, solo eran parte de una masa, de un proyecto, herramientas para llegar al fin. Había algo cómodo en la previsibilidad de Clara. Siempre sabías
cuál era su prioridad.
—Rebecca, qué opinas? Tú eres la principal afectada - preguntó Joaquín, siempre más cercano.
Rebecca se tomó unos segundos para organizar las ideas. En un gesto tan suyo que todo el que la conocía sabía que iba a aparecer en cualquier momento, coló sus largos dedos entre las hebras de pelo castaño y las lanzó a un lado.
—Creo que tenemos que ser precavidas en cómo enfocamos esto. No estoy 100% segura de que a mí se me haya espiado por razones políticas. En la fecha que tienen las escuchas yo estaba en conversaciones con Clara, pero apenas nadie sabía de eso. ¿Y por qué espiarme a mí y no a Clara o a Joaquín?
No tiene sentido.
Durante unos segundos nadie habló y Rebecca aprovechó para continuar.
—Creo que sí debemos apoyar cualquier acción que busque alguna explicación a lo que ocurrió, pero no desde el «hemos sido espiados por razones políticas», sino desde la defensa del derecho a la privacidad. No solo ante el estado, sino sobre todo ante el estado, que tiene un poder totalmente desproporcionado al de cualquier ciudadano.
—Rebecca, no podemos ignorar que fuiste espiada —habló
Clara-.
Ni desdibujar la presencia del partido en la situación.
—Es que no creo que el partido haya tenido nada que ver —
respondió Rebecca.
—¿Estás totalmente segura de eso? Porque no lo sabemos.
—Sabes que no estoy segura, como tú tampoco estás segura de que tenga relación con el partido.
—Y seguramente nunca lo sabremos, pero eso no quiere decir que tengamos que desaprovechar el protagonismo que nos da la situación. Es momento de que se nos escuche más que nunca. Sobre todo a ti, que eres a la que más van a querer escuchar.
Rebecca sintió el rechazo construyéndose poco a poco en su interior. La parte de sí que había tomado decisiones similares en Nung, hacía un esfuerzo por imponer las ventajas, pero la Rebecca moldeada por Richard, la Rebecca que surgía por contraposición a Sarocha, quería salir espantada de una situación en la que era tan fácil ceder por lo leve de la transgresión.
Su padre siempre le advirtió del peligro de las transgresiones fáciles, un primer chute del que muchos no volvían.
Endureció el gesto, aunque tuvo cuidado en hablar con suavidad.
—Clara, no voy a decir más de lo que sé, aunque sea por precaución. Lo que yo sé, lo que todas sabemos, ya es suficientemente grave como para poner en entredicho este gobierno y los anteriores. No me parece poco.
Hubo un momento de silencio y Rebecca se vio conectada a la mirada de Clara. Unos segundos en los que los años de conocimiento mutuo fueron suficientes para decir todo lo que había que decir. Clara rompió la conexión, bajó la mirada hacia la agenda que tenía sobre la mesa y movió con rapidez el bolígrafo que sostenía en la mano.
Para cualquier recién llegado a la vida de Clara, el acto sería un intento de organizar las ideas. Rebecca sabía más, y por eso, aceptó por adelantado y con resignación la forma que
Clara elegiría para devolvérsela.
De pequeña podía ser dejarla fuera en una actividad con otras niñas del colegio, en la universidad le podía caer un comentario en apariencia amable que no cubría demasiado bien el veneno y la Clara política, ¿qué haría la Clara política a su compañera de partido? Rebecca sintió algo parecido a la curiosidad y disimuló una sonrisa con poco sentido de la oportunidad. Recordó a su madre, la conexión a tierra de la familia, «Clara es tu amiga, pero es una psicópata». El orden de los factores, tan importante en esa frase.
Dejó que la reunión transcurriera sin apenas intervenir.
A esa altura de su corta vida política sabía que si quería que algo se hiciera a su manera, tenía que salir y hacerlo. El deslumbramiento que parecían tener las redes sociales con ella multiplicaba hasta el absurdo cualquier mensaje.
Se había convertido en un verso suelto dentro de Nueva
Izquierda, pero eso Clara siempre supo que era una posibilidad. Había algo paradójico en el término "disciplina de partido" asociado a Rebecca. Ella, formada para cuestionar cualquier orden, para aspirar siempre a la libertad. Ella, hija de Nung y Richard, que se hicieron ricos para ser más libres. Ella, que amó a Sarocha, entre otras cosas, fascinada por su obstinado sentido de la libertad.
El fin del encuentro supuso un alivio para Rebecca. Esta vez no estaba en sus planes quedarse a hablar con Clara. Recogió sus cosas y fue a despedirse del grupo que formaban Joaquín y otros miembros del partido.
—Rebecca, ¿puedes venir un momento a la oficina? Necesito comentarte algo —escuchó a Clara preguntar desde el otro lado de la mesa.
Las defensas de Rebecca se pusieron de inmediato en alerta.
El tono de Clara, con un exceso de calidez impropio de ella, no pronosticaba nada bueno. En contra de todo deseo, la siguió hasta el final del pasillo.
—¿Qué sucede? —preguntó Rebecca sin apenas dar tiempo a cerrar la puerta.
Vio a Clara dejarse caer con desgana en el sofá que reposaba en un lateral. Por un momento percibió cansancio también en ella, pero un aire de forzada intimidad empezó a dominar
su expresión.
Rebecca se acercó y se sentó a su lado. Sabía que lo prudente sería aparentar la misma cercanía, pero no podía evitar transmitir la suspicacia que le despertaba la situación.
—Nada, es solo algo que quería comentarte. Sobre Sarocha
Chankimha, ¿la facha de Frente por la Patria?
Todas las defensas de Rebecca se dispararon, Clara se traía algo entre manos y pintaba muy mal.
—¿Sí? —preguntó con el ceño fruncido.
—Vi la entrevista que te hicieron y recordé que tú la conocías.
Tenía dudas, no estaba segura. Ahora sí recuerdo haberla visto contigo, ¿han reconectado? -preguntó Clara con una sonrisa que aspiraba a ser sugerente y solo lograba evocar el adjetivo de psicópata que Nung le regalaba.
—Sí, nos conocíamos de la época de la universidad. Lo hablamos el día del programa. El mundo es un pañuelo - respondió Rebecca con una calma artificial.
Ya, ya —dijo Clara, ausente, mirando a Rebecca con una expresión congelada—. Nada, era solo para decirte que la madre murió en estos días, pero casi nadie lo sabe. Me lo dijo una fuente cercana a fachilandia. Pero bueno, supongo que si apenas tienen trato, a ti esto ni fu ni fa.
Ah, ok. Está bien que me lo digas, si la veo por el Congreso le doy el pésame, ¿eso es todo? —respondió Rebecca mientras se levantaba del sofá.
Sí, es todo. ¿Qué tal Nung y Richard? -añadió con familiaridad.
Estupendos. A ver si nos tomamos un fin de semana para ir a casa y ver a los padres.
¡Y ver el mar, cómo extraño navegar! —dijo Clara con un quejido mientras daba a Rebecca un abrazo de despedida.
Psicópata, pensó Rebecca. Una vez más en su vida se preguntó por qué aguantaba las bajezas de Clara. Una vez más volvió a recordar los muchos detalles con los que Clara le demostraba que era importante para ella.
Se dijo que no era momento de reevaluar su relación con Clara. Sarocha había perdido a su madre, estaba segura de que estaba sola y Rebecca no podía hacer otra cosa que intentar ayudar.

No puedo odiarte Donde viven las historias. Descúbrelo ahora