Capítulo 13

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Sarocha se aseguró de aparcar dentro del garaje y dejar el sendero libre para Rebecca. El dolor de las manos la alertó de que debía dejar de presionar el volante. Se tomó unos minutos antes de salir del coche, intentando calmar todos los signos de excitación que le mandaba el cuerpo.
¿Qué había hecho? ¿Por qué no era capaz de sobreponerse a su propia debilidad? Se odiaba y, al mismo tiempo, no recordaba la última vez que se había sentido tan viva. Era consciente de que no podría parar ese impulso formidable
que la llevaba hacia Rebecca.
Y también odiaba a Rebecca, por volver a su vida, por no oponer resistencia a una excusa tan negligente como era ver a un perro casi a media noche.
Desde el momento en que Rebecca aceptó acompañarla, Sarocha sintió que se rendía a su destino, que una fuerza mayor la llevaba en brazos y ella no tenía ninguna oportunidad. Nunca la tuvo, no con Rebecca. En el pasado, en ocasiones llegó a pensar que genéticamente estaba diseñada para estar atraída por Rebecca.
Su cuerpo, ese cúmulo de carne, huesos y terminaciones nerviosas, era incapaz de resistir la cercanía del cuerpo de su ex. Con ella era una gran puta, una gata en celo, un guiñapo
necesitado capaz de rogar.
Era una esclavitud y también era el momento de la libertad.
¿Estaban todos destinados a tener este vínculo con alguien?
Si era así, bien podrían habérsela traído menos progre.
Pero una cosa era su cuerpo, un insubordinado sobre el cual nunca aspiró a mucho control, y otra cosa ella, la Sarocha real. Nunca más se entregaría a Rebecca con el descuido de otros años. Nunca más volvería a la verdadera esclavitud.
Respiró profundo y salió del coche. Le temblaban las piernas y el corazón imitaba a un baterista de rock, pero endureció el
gesto. Afuera,
Rebecca esperaba apoyada en la puerta del Tesla. Cuando la vio, se apresuró a hablar.
—¿Entras por aquí? -preguntó mientras señalaba a la puerta principal.
No era frecuente ver a su ex insegura y esta era una de esas raras ocasiones. La idea, por contraposición, le regaló algo de calma. La fluidez que alcanzaron frente al ascensor había desaparecido y ahora solo quedaba torpeza y un deseo crudo
que mucho recordaba al dolor.
Sarocha abrió la puerta e invitó a Rebecca a pasar. La vio titubear unos segundos, pero enseguida se le iluminó el rostro. No tuvo que darse la vuelta para saber que Bombom se acercaba al paso de sus muchos años.
Sintió al perro en sus piernas y al mirar hacia abajo, lo vio menear la cola como siempre que la recibía. La lealtad de Bombom, tan semejante a la de Rebecca. La incondicionalidad del amor de Bombom, tan diferente del de
Rebecca.
Se agachó y acarició la cabeza del animal. A los pocos segundos, otras manos se unieron a las suyas y Sarocha se halló a pocos centímetros del cuerpo de Rebecca.
—Guapo, sí, ¿quién es el más guapo? -dijo con voz aniñada
su ex.
Sarocha quiso coger esa mano de dedos largos y cuidados, y darle besos hasta desfallecer. Así, de rodillas, adorar las manos de la única persona que la hizo feliz. El pensamiento la asustó y se puso de pie con rapidez.
¿Quieres algo de beber? Hay un poco de todo -preguntó.
Agua está bien, gracias. Y mis marshmallows, claro - respondió con su encanto habitual.
Sarocha fue a la cocina y aprovechó para tener un minuto de tranquilidad. Quizás la situación todavía se podía salvar, pensó, quizás su cuerpo en realidad no estaba destinado sin
remedio a sucumbir a Rebecca.
Sacó una botella de agua y el fantasma de una sonrisa le cruzó los labios. La botella de plástico le encantaría a la progre que tenía en casa. Buscó en el cajón donde estaban guardados los marshmallows. Cuando los compró, tuvo la petulancia de no ahondar en la causa porque sabía que la respuesta era fácil de encontrar.
Regresó al salón. Al entrar, se descalzó del potro de tortura al que cada mañana de forma voluntaria decidía subirse. Si algo podía envidiar a Rebecca, además de sus millones, era su absoluta indiferencia por la percepción que los demás tenían de ella. Nunca su ex se subiría a unos tacones de 10 cm solo por impresionar.
Ella, más de oxfords y mocasines, parecía hecha para lucir la ropa de Nung: atemporal, minimalista, luminosa. Y también hipócrita, claro, porque esos rojos creaban camisas que ni en sueños un obrero podía pagar.
Avanzó hasta donde estaba Rebecca dando mimos a
Bombom. Le alcanzó la botella y los conos de azúcar, conteniendo a duras penas la sonrisa de satisfacción. Su disimulo tuvo poco éxito, si se guiaba por la mueca divertida que le devolvió su ex.
Se giró y fue hasta el sofá, evitando que Rebecca viera cómo otro pequeño momento de tregua la hizo brillar.
—Marcho, es tarde y mañana volvemos al ruedo — escuchó a su ex todavía ocupada masticando las bombas de azúcar.
Un pequeño pánico surgió en Sarocha y su mente, a la desesperada, intentó buscar una excusa que retuviera a
Rebecca por más tiempo.
¿Te espera alguien en casa? ¿Chicas de veinte de familia sospechosa?
¡Que tiene 23 años! ¿Celosa?
¿De los 23 años? Odié mis 23 años, así que no, gracias.
No fue lo que pregunté, pero me vale igual, ¿por qué odiaste tus 23?
verdad.
Porque ya no te tenía a ti, pensó Sarocha.
-¿De verdad no quieres algo más fuerte? —dijo en lugar de
la
Se levantó y fue hacia el carrito de bebidas. Se sirvió un dedo de
Hennessy y disfrutó de un sorbo mínimo.
¿Desde cuándo bebes destilados? —le preguntó Rebecca.
Me gusta tomar un poco de vez en cuando. Tú te relajas con kombucha, supongo —respondió con sorna.
Mmm, si pones a trabajar la memoria, seguro que cambias
la frase respondió divertida Rebecca.
Diputada, ¿en serio? ¿No escarmienta?
Un poco hipócrita, ¿no? Que tus buenos porros te fumaste conmigo.
No recuerdo nada de eso —respondió Sarocha sin poder
evitar reír.
El sonido de su propia risa la sorprendió. No recordaba la última vez que había reído así, sin capas de sorna, sin toques de ironía, sin pizcas de burla. Una risa limpia y espontánea, sin más.
Todavía con el vaso en la mano, volvió al sofá donde Rebecca también se había dejado caer hacía pocos segundos. Quizás por el efecto del Hennessy, más seguro debido a su propia debilidad, se sentó a un palmo de su ex. Incapaz de mirarle a los ojos, se limitó a observar la nada delante de sí.
Y a ti, ¿te espera alguien en casa algún día? ¿Corro riesgo de que un hombretón salte ahora en defensa de su hembra?
preguntó con voz cansada Rebecca.
Pasan los años, no la orientación sexual, Rebecca.
Lo sé, pero contigo mejor comprobar.
¿Porque por escalar soy capaz de follarme a un tío? - preguntó con amargura.
No debía suceder, pero la realidad era que dolía la imagen que de ella tenía Rebecca. Era inocente esperar que la conociera mejor, que al mirarla solo viera a la verdadera Sarocha.
Pero al final, ¿quién era la verdadera Sarocha? Alguien capaz de muchas cosas que Rebecca y su familia de rojos con suerte
consideraban indigno.
—Porque nunca has sido muy clemente contigo misma.
La frase la sorprendió y el tono, casi de lástima, le despertó una furia abrumadora.
—¿Y qué si lo hago?¿Qué pasa si me follo un tío por llegar a donde quiero? ¿Te daría asco?¿Tus escrúpulos te impedirían
tocarme con un palo?
Escupió las palabras con dureza, casi violenta.
Apenas tuvo tiempo de reaccionar antes de que Rebecca
acercara la boca a su oído.
Yo no te tocaría con un palo porque eso es lo más leve de lo que eres capaz de hacer, Sarocha. Yo no te tocaría ni aunque me rogaras —Rebecca hizo un pausa y continuó en susurros
. Aunque te gustaría, ¿verdad, Sarocha? Te encantaría que te toque ahora mismo.
El deseo, casi dolor, que había acompañado a Sarocha toda la noche, explotó. Sintió la humedad correr entre sus piernas, escuchó su propia respiración volverse cada vez más errática.
Se le escapó un gemido.
Deseo. Frustración. Rencor.
Mordió el cuello de Rebecca con rabia y pronto la mordida fue un beso desesperado que intentó trasladar a una boca que llevaba doce años extrañando.
Fue consciente de los brazos de Rebecca en sus hombros.
—Para, para ya - escuchó.
Se separó con brusquedad. ¿Por qué hacía esto Rebecca?
¿Cómo podía convertirla en esa triste figura tan necesitada?
Ya el deseo era completamente dolor, ausencia. Hizo un esfuerzo por respirar con normalidad y lo consiguió a medias.
—Lo siento, es mi culpa, no debí venir —habló su ex.
Por supuesto, Rebecca siendo la mejor persona, la buena y responsable. ¡A tomar por culo, Rebecca!
-Pues no, si no querías follar no debiste venir. No es que me interese hablar sobre estrategias de reciclaje.
«Así mejor», pensó Sarocha, «que se sienta la misma mierda que yo me siento ahora». Le escocieron los ojos y rogó que, por favor, por favor, Rebecca no notara los signos de humedad. Cualquier cosa era preferible a que la mujer a su lado supiera cuánto poder seguía teniendo sobre ella.
—Yo también te he extrañado, Sar, pero un nosotras no es posible.
La frase fue un bofetón, el vaso estrellándose en el suelo, un frenazo a toda velocidad.
—Vete, sal de aquí —dijo en voz baja, mordiendo cada palabra.
No se preocupó en disimular las lágrimas que ya le desbordaban los párpados, no hizo un esfuerzo por ocultar su vulnerabilidad. Vio a Rebecca partir sin decir una palabra más. Y todo el tiempo Sarocha tuvo presente una idea terrible, una idea que la abrumó por su mucha verdad: sería capaz de hacer cualquier cosa, cualquier cosa, por volver a tener a Rebecca en su vida.

No puedo odiarte Donde viven las historias. Descúbrelo ahora