Capítulo 4

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Rebecca no había terminado de cerrar la puerta de entrada al piso cuando el móvil volvió a sonar. El «joder» que se le escapó estaba cargado del agotamiento de un día de prensa y reuniones, de la constante sensación de ser observada y tener
que actuar.
Miró la pantalla y, como era habitual, un arrebato adolescente le hizo poner los ojos en blanco. Su madre, era inminente un interrogatorio de su madre.
Nung era una alternativa en extremo liberal en casi todas las áreas de su vida, pero como madre y mujer de negocio podía ser tan tradicional como la que más. No el bueno de su padre, ese bendito con residencia permanente en el nirvana.
Madre
HiJa
Rebecca sonrió, una forma de claudicación prematura y amable que siempre lograba su madre. Nung era feroz, entrometida en todo lo que afectara a Rebecca y profundamente contradictoria. También era una fuente sin fin de amor incondicional, la jugadora eterna en su equipo, la animadora excéntrica en la grada.
Había algo muy reconfortante en tener esa constante en su vida; pasara lo que pasara, Rebecca podía volver al inicio y ese inicio había sido maravilloso.
—¿Qué tal el día, cariño?
Deseó no conocer tan bien a su madre, no poder percibir las preguntas no hechas. Por suerte, fue educada por Nung;
ceder no estaba en su ADN.
Bien, agotador, pero bien.
Mmm, bien, bien. Haz ejercicio y bebe té de jengibre, te ayudará a desintoxicarte de esa gente.
Madre
Y venga con madre, ¿Qué he dicho?
Nada, no has dicho nada.
—Pues eso.
—Entonces, si ya está todo dicho, ¿puedo ir a ducharme?
Después del yoga, claro.
—¡Ja!, muy graciosa. No hemos terminado, Rebecca.
La Rebecca adolescente que siempre estaba dispuesta a saltar cuando se trataba de su madre, volvió a hacer acto de presencia. No para rebelarse, qué va, esta vez era solo cobardía ante lo que vendría a continuación.
¿Qué quieres saber?
Quiero saber de verdad cómo mi hija se sintió hoy en medio de ese nido de parásitos.
Mamá, por favor, ya hemos discutido esto. Es un trabajo como cualquier otro.
La primera que no cree eso eres tú, pero no es momento de volver a discutir el tema, ¿Qué tal hoy?
Bien, de verdad. Con lo que ya esperaba, el postureo constante, pero yo sabía que sería así.
¿Hablaste con ella?
La primera reacción de Rebecca fue aparentar ignorancia, hacer como que no sabía de quién hablaba. Hacía muchos años que su madre no mencionaba a Sarocha, no desde que ella le rogó cerrar el tema para siempre.
Supongo que te refieres a Sarocha. Mamá, por favor, de eso
hace muchos años.
No me has respondido.
Claro que no hablé con ella, es mi adversaria política o lo que sea ahora.
Esa es enemiga de tu bienestar primero, veneno para el país después.
Mamá, por favor, sigamos sin hablar de ella, nos ha funcionado muy bien.
Funcionó mientras estuvo fuera de tu vida de forma real.
Ahora te fuiste a meter en su casa y con las espadas sacadas.
—¿De qué hablas? Que no es su casa, esa es la cuestión, no podemos dejar que sea su casa ni la de su partido.
—La cuestión es que mi hija, mi preciosa y talentosa hija, llevaba una vida maravillosa que decidió volar por los aires.
¿Por qué? Y no me vengas que es por el país. Me temo que hay cosas que tiran más que la supervivencia de la democracia.
Pero, ¿de qué hablas?
Del coño, Rebecca. Que a ti te pierde, hija mía.
¡Mamá!
Que ya podías haber hecho una performance más modesta, esto se te ha ido de las manos.
¿Estás insinuando que hago todo esto por ella? ¿Pero estamos locos?
Pues sí, locas del coño, ya ves.
Rebecca no pudo contener la carcajada. Esa era la cuestión con Nung, exasperaba hasta el límite para después, con la frase más absurda, dejarte desarmada.
No mamá, puedes estar tranquila. Eso ni se me pasa por la cabeza, es que es absurdo. Ella es otra persona, su peor persona. Yo soy la misma con buena memoria. Tranquila.
Si tú lo dices.
Percibió la duda en las palabras de su madre, la misma que ella había tenido y nunca llegó a confesar. Detrás de su sí
Clara, ¿estaba una motivación social o había algo más personal? ¿Acaso, en el fondo, Rebecca solo quería volver a estar en el foco de Sarocha? Como en otras ocasiones, la respuesta fue un no y, al igual que todas esas veces, decidió ignorar la aprensión que se instaló en la boca de su estómago.
¿Rebecca?
¿Sí?
Estoy diciendo que no puedo pasarte con tu padre, está buscando el gris político, dice que en Pinturas Negras encuentra inspiración, ¿por dónde andabas?
Ejercitando la respiración para ganas en paciencia filial.
Funciona a medias, yo llevo 33 años entrenando, amada hija.
¿No es que era preciosa y talentosa?
Y engreída y respondona, pero sí, eres maravillosa y yo te amo.
Hablamos mañana.
—Y yo a ti mamá. Un beso.
Rebecca tragó con fuerza, cerró los ojos y presionó con los dedos, intentando confinar la humedad. Buena parte de los conflictos entre ella e Nung venían del rechazo a su propia debilidad. El rechazo a ese deseo, presente aún ahora, de querer ser abrazada por su madre, de correr y dejar, como muchas otras veces, que Nung solucionara todo como por
arte de magia.
Recordó cuando le hicieron sentir vergüenza de ese impulso por primera vez, recuerda las palabras exactas: «Para ti la vida es un juego porque eres una niña de mamá; si pierdes, ella te compra nuevas fichas».
Otro talento de Sarocha, un instinto absurdo para saber qué frase iba a causar el mayor daño. Y aunque en otra época
Sarocha intentó controlar lo que ella misma llamaba crueldad, Rebecca dudaba de que en la actualidad no cultive con total dedicación su talento.
Miró la hora en el teléfono y vio que pasaban de las once de la noche. Pensó en ir a correr, pero eso la activaría más. Una buena ducha, leer y a la cama, decidió. Se levantó del sofá, en el que se había tirado casi sin darse cuenta. Colocó el móvil sobre la mesa auxiliar y ya estaba dando los primeros pasos hacia el cuarto cuando el maldito cacharro volvió a sonar.
Quiso ignorar la llamada, pero recordó que ahora tenía una responsabilidad pública, lo que fuera que eso significara.
Volvió a por el móvil, pero no reconoció el número. Dudó unos segundos en responder, pero teniendo en cuenta la hora, decidió ver de qué se trataba.
- ¿Hola?
Durante unos segundos no se escuchó nada, después solo
dos palabras.
- Soy yo.
Una alegría inoportuna invadió a Rebecca y casi al mismo tiempo, la rabia ocupó su lugar. Doce años después, esa mujer creía que con dos palabras iba a reconocerla. Que sí, vale, pero iqué egolatría, por Dios!
Quiso aparentar no saber a quién pertenecía la voz. Quizás responder con otra pregunta: «¿Sí? ¿Carla, eres tú?» y completar así el proceso de regresión total a la adolescencia.
Hacer como que no la conocía y a la vez intentar provocar celos con una mujer imaginaria, si es que... patético, patético lo que esa podía hacer de ella.
El sentido común se impuso, hizo un esfuerzo por sacar un tono neutral y eligió responder con un simple «¿Sí?».
Necesitamos hablar —respondió Sarocha después de otra pausa.
¿Hablar nosotras? ¿Sobre qué?
Por favor, no alarguemos lo inevitable, sabes que tenemos que hablar.
Vale, te escucho.
También sabes que no puede ser por teléfono. ¿Puedes comportarte como una adulta? Hablar nos interesa a ambas.
¿Puedes ser menos arpía? Quizás así hago como que creo que me interesa. Le interesa a usted, diputada. Yo estoy encantada sin escucharle.
Para no querer escucharme te has venido muy cerca.
Consecuencias inevitables de querer hacer el bien, al otro lado está el mal.
Me alegra saber que sigues siendo tan competente con los clichés.
—Sigo siendo competente en muchas cosas.
Cuando Rebecca comprendió que estaba flirteando, era muy tarde. La frase estaba dicha y no había manera de que ambas no supieran lo que acababa de ocurrir. Esta vez el silencio se alargó por más tiempo, pero Sarocha se encargó de continuar.
Podemos vernos en la tarde el domingo o el sábado, tú eliges. En un sitio en la sierra, te diré la dirección, busca
donde anotar.
¿Pero tú no escuchas? ¡Que no voy a ir a ningún lado!
Sí vendrás.
¿Ah, sí? ¿Por qué lo manda su señoría?
Porque Bombom aún vive, pero no por mucho tiempo.
Por un momento, Rebecca se quedó inmóvil, incrédula ante tanta bajeza. Doce años atrás, rogó a esa misma mujer que la dejara cuidar de Bombón, un pequeño y travieso buldog francés que llegó a la vida de ambas y, en poco tiempo, se convirtió en el rey del piso que no compartían, pero en el que
sí convivían.
Bombón fue un regalo para Rebecca de una de las amigas de su madre, una mujer que cree que sin un perro, un humano no está completo. El error, después comprendería Rebecca, fue presentárselo a Sarocha como un regalo para ambas.
Aún recuerda a Bombón, torpe y juguetón, intentando llamar la atención de Sarocha por primera vez. Y a ella, rígida, frunciendo el ceño mientras miraba hacia abajo como si, en lugar de un cachorro necesitado de atención, estuvieran sus
heces estorbando el paso.
Sarocha no pudo oponerse a que Hércules se quedara, al fin y al cabo, ella no vivía con Rebecca. ¡Qué va! Ese no era su piso; solo era el lugar en el que tenía sexo, dormía, cenaba, comía y estudiaba. Ella, en realidad, vivía en un estudio minúsculo que visitaba una vez a la semana para comprobar que todavía seguía en pie. Esa era la lógica de Sarocha.
Por eso fue tan incomprensible que, cuando se fue, de forma abrupta y cruel, Sarocha se llevara a Bombón con ella.
Una idea absurda cruzó la mente de Rebecca: ¿Y si había estado esperando durante doce años la oportunidad de usar a Bombom en su contra? Entendió que estaba rozando las teorías conspirativas que tanto rechazo le producían. Aceptó la realidad: estaba ante la Sarocha sin escrúpulos que aprovechaba lo que tuviese a mano para lograr su objetivo. Y a esa mujer fue a la que respondió.
—Eres despreciable, Sarocha. Siempre lo has sido, pero antes aparentabas mejor. Me abochorna saber que un día te amé.
Iré a encontrarme contigo, iré a ver a Bombom. Después, dedicaré toda mi energía a acabar con el odio que tú y tu partido han traído a nuestras casas.
—Entendido —respondió Sarocha con aire ligero, casi alegre-.
Apunta la dirección.

No puedo odiarte Donde viven las historias. Descúbrelo ahora