Capítulo 6

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Rebecca comprobó la hora en el reloj de la mesa de noche.
Apenas pasaban de las siete de la mañana y ya tenía el teléfono notificando una llamada de Clara a través de la aplicación segura. Bajó el sonido del timbre y lo dejó pasar.
Lo que fuera, podía esperar un minuto hasta que su cerebro se activara y procesara todo con normalidad.
A su lado, Sveta se removió, pero solo cambió de posición.
Rebecca pasó una mano por su espalda perfecta, le dio un beso en el hombro y escuchó el ronroneo plácido que salía de
sus labios gruesos.
Sveta intentó acurrucarse más cerca, pero Rebecca sabía que prolongar el momento solo llevaría a pasar del ronroneo al gemido. Por mucho que esa idea le apeteciera, ya era hora de abrir la puerta y dejar entrar al mundo. Volvió a besar el hombro de Sveta, ajustó la manta alrededor de su cuerpo y salió de la cama. Las protestas en forma de sonidos de la chica provocaron una pequeña sonrisa en Rebecca.
Con un suspiro, tomó el teléfono y lo primero que le llamó la atención fue la avalancha de notificaciones de Twitter. ¿Qué había pasado? Un temor, por ahora sin fundamento, le hizo evitar indagar más. Decidió empezar por devolver la llamada a Clara. Al segundo timbre, ya la tenía en línea.
¿Has entrado en Twitter? -preguntó Clara sin formalidades previas.
Me acabo de levantar, Clara. No he visto nada. ¿Qué sucede?
Sucede que te han pillado. ¿No me habías dicho que no salías con nadie? ¿Quién es esa chiquilla?
No salgo con nadie. ¿De quién hablas?
El temor siguió avanzando con agilidad en Rebecca.
—Vamos, Rebecca, no te hagas la tonta. Tus fotos están por
todas partes.
Clara, no me hago la tonta. No salgo con nadie, lo que no quiere decir que no me divierta de vez en cuando. Lo sabes
perfectamente, tú haces lo mismo.
Lo que no hago es dejarme ver comiéndole los morros a una chiquilla de 20 años, hija de un mafioso ruso, Rebecca, joder —respondió Clara con una rabia apenas masticada en
cada palabra.
Mierda, te refieres a Sveta. ¿Anoche nos vieron y tomaron fotos? Mierda. Tengo que ir a hablar con ella. ¿Después quieres que nos reunamos? ¿En la sede?
¿Está todavía contigo? Rebecca, seguro hay fotógrafos
cerca de tu casa.
No exageres, Clara, no soy material de Hola.
Eres hija de Nung y ahora diputada del partido al que
todos
quieren borrar. ¿Cuándo vas a ser consciente de lo que hay
en juego?
-Que sí, tienes razón, pero ahora déjame ir a hablar con Sveta. Después veremos cómo enfocar esto. Te prometo que lo vamos a convertir en victoria.
Lo dijo convencida, con encanto, y cuando Rebecca estaba así, pocos se resistían, incluso Clara. Aun en la distancia, percibió que se relajó. Por ahora, la dejaría en paz.
—No estoy en la sede. Mejor, por ahora, no mostrar que le damos mucha importancia a una tendencia de Twitter. Y, Rebecca, lo digo en serio, es mejor que sepas cómo solucionar esto.
-Que sí, pesada. Te llamo pronto.
Después de colgar, lo primero que hizo Rebecca fue revisar Twitter con la determinación que le faltó al inicio. Nadie iba a decirle cómo vivir su vida privada, nadie iba a avergonzarla por ello, y más que una postura personal, era una postura ideológica y social: tu vida, tus decisiones, tu responsabilidad.
Esa misma determinación tuvo grietas ante lo que vio:
#MafiaRusa, Putin y Rebecca Armstrong estaban entre las primeras tendencias y aún el reloj no marcaba las ocho de la mañana.
Lo peor eran los comentarios.
Rebecca no era una figura desconocida, pero tampoco se podría decir que era popular, no al nivel de Clara o Joaquín.
Al parecer, eso la había salvado del nivel de vileza del que era objeto ahora.
Desde la barrera, siempre vio con asombro el odio que podían almacenar y distribuir algunos, pero era muy diferente cuando miles de personas anónimas, que nunca han cruzado contigo media palabra, deciden hacerte saber que te odian, que eres una traidora, pervertida y que ojalá
estés muerta.
Por un momento, Rebecca se sintió desconcertada, incrédula, incapaz de conectar nada de lo que ella era con lo que decían.
Después pensó en las advertencias de Nung cuando decidió meterse en política, de los peligros de la exposición en ambientes de odio. Así era, ella lo había escogido y debía asumir las consecuencias. Lo primero, hablar con Sveta.
¿Quién demonios era el padre de Sveta? Ella no tenía la más mínima idea. Había conocido a Sveta en una sesión fotográfica para la colección de verano de Nung, hacía ya más de dos años. La espectacular modelo de 23 años entabló conversación con ella y resultó ser un intercambio relajado, cómodo para ambas.
Esa noche volvieron a verse en la fiesta de cierre y esa sensación de relajación al lado de Sveta se repitió. No pasó nada más después de la fiesta, pero Rebecca le dejó su número y la invitación a llamarla cuando estuviera por la ciudad otra vez.
La verdad era que apenas había dedicado un pensamiento a Sveta cuando esta la contactó casi dos meses después. Se volvieron a encontrar y en esa ocasión, sí ocurrió lo que ambas deseaban.
Rebecca fue honesta, siempre lo era en este tipo de situación: ella no buscaba una relación, de hecho, no buscaba nada. Se habían encontrado, se gustaban y podían disfrutar del sexo juntas. ¡Sería magnífico! Pero compromiso y exclusividad no
estaban sobre la mesa.
Sveta no pudo estar más de acuerdo. Tenía 23 años y se pasaba media vida viajando por trabajo. Las relaciones casuales era lo único que podía permitirse. Además, la
"chiquilla"
, como ahora la bautizaron las redes, tenía la madurez y ambición que ya quisieran para sí muchos señores
sin cincuentones y calvos.
Un ramalazo de paranoia recorrió a Rebecca. ¿Realmente era
Sveta una espía rusa infiltrada? Después le entró la risa tonta; el poder de las redes era increíble. Hasta ella podía tener momentos de flaqueza conspirativa.
Se puso en movimiento, hacía mucho que estaba como una estatua en medio del salón, los dedos agarrotados por la fuerza con la que apretó el teléfono. Fue al cuarto donde Sveta dormía con la tranquilidad que regala la ignorancia.
Antes de despertarla, todavía tuvo tiempo para pensar en qué consecuencias podría traer este escándalo a la vida de la chica.
¿Las marcas dejarían de contratarla? ¿Su familia sabía que salía con mujeres?
Rebecca suspiró, se sentó en la cama y con delicadeza pasó la mano por el pelo dorado de Sveta. Se inclinó y repartió besos suaves en su espalda. Escuchó el gemido delicado que tal vez previera otro final, uno que no iba a ocurrir.
—Sveta, despierta —llamó Rebecca.
La chica le atrapó la mano e intentó rodearse con ella, pero
Rebecca rehuyó el agarre.
-Despierta, dormilona, tenemos que hablar —insistió.
Esta vez, Sveta se giró, y con ojos más cargados de sueño que de lucidez, la miró.
¿Si? ¿Qué sucede? —se escuchó su voz adormilada y con el marcado acento que tanto gustaba a Rebecca.
Escucha, parece ser que anoche alguien nos hizo fotos juntas saliendo del club y también besándonos. Las publicaron en Twitter y ahora mismo somos tendencia. Lo siento muchísimo, guapa. Estoy segura de que en unos días pasará, pero me temo que hasta entonces será muy molesto.
Sveta quedó en silencio unos segundos, seguramente intentando comprender todo lo que se le decía.
¿Pero por qué? No entiendo.
Sí, lo sé, es absurdo, pero ya sabes que ahora estoy en política y las cosas son así. Hay otro tema —Rebecca titubeó
. Están publicando informaciones sobre tu familia, sobre tu padre.
Sveta hizo un amago de hablar, pero Rebecca la detuvo.
No, escucha. No sé si es verdad o no, hasta ahora no lo sabía y mejor que siga siendo así. Solo quería advertirte por si esto te va a generar algún problema con tu familia.
No te preocupes, yo soy independiente de ellos. Se sentirán molestos, pero nada más. ¿Puedo revisar el móvil ahora?
Rebecca asintió y se retiró a un lado para dar un poco de espacio a Sveta. Observó mientras la chica desplazaba el dedo con rapidez por la pantalla. Lejos estaba la cara adormilada, ahora sustituida por una expresión de asombro.
Wow, es increíble. Todo esto por unas fotos tontas.
Hey, tontas no. Estamos guapísimas.
Sveta se rió y, todavía con la sonrisa en los labios, dio un beso rápido a Rebecca.
Lo que se veía en las fotos, quizás nunca se hubiera fotografiado de no ser por sus protagonistas: dos chicas besándose a la salida de un conocido club nocturno, las dos chicas delante de un taxi. De no ser por la foto del taxi, nunca podrían decir sin margen de duda quiénes eran las protagonistas de la primera imagen.
¿Quién tiró la foto? ¿Era una simple casualidad o todo respondía a un plan? Iván Cuadrado, el encargado de prensa del partido, tendría que ocuparse de investigar.
Ahora ella solo podía elaborar un plan para presentarlo a
Iván, Clara y Joaquín. Clara tenía razón: ir todos a la sede un domingo solo transmitiría el mensaje de que estaban tratando una tendencia de Twitter sobre una información
privada como una crisis de la organización.
Mejor esperar hasta el lunes; mientras tanto, ella crearía la estrategia para tomar las riendas de la narrativa. No era muy diferente de su trabajo en Nung y, al mismo tiempo, era
radicalmente opuesto.
En Nung movían los hilos para transmitir el espíritu de la marca. En política, mover los hilos significaba presentar cualquier hecho de forma comestible para potenciales votantes.
Rebecca apenas había entrado en política y ya sentía el peso de ese ejercicio permanente de imagen pública.
¿Y si aprovechaba la polémica para marcar su propio estilo?
Ella siempre había sido consciente de su capacidad de atraer a los demás. La gente solía confiar en Rebecca desde el primer momento.
Sabía que su posición social ayudaba; ser guapa no hacía daño, pero también estaba el hecho de que tenía una actitud genuinamente positiva ante la vida. Era la reina del vaso medio lleno, de la sonrisa a prueba de balas.
La Rebecca prepolítica apenas experimentaba emociones negativas hacia los demás, y eso, ella creía, era lo que percibía la gente: lo que Nung llamaba su energía positiva intrínseca y Richard, siempre más dado a la belleza, su azul.
Al recordar a su padre, el corazón de Rebecca dolió. Tanta bondad, tanta nube. Ella esperaba que la burbuja en la que vivía Richard tuviera el grosor suficiente como para no ver el azul de su hija rodeado de gris.
¿Terminaría su azul siendo borrado, absorbido?
Desde el encuentro con Sarocha, el azul de Rebecca había cambiado de tonalidad; ya no era luminoso y brillante, ahora
era más oscuro.
Normal, Sarocha era su opuesto: la reina del vaso agujereado, del rictus a prueba de cosquillas. Si ella tenía azul, Sarocha era la monarca del anaranjado. Su opuesto siempre, su complemento en otra época.
Creo que me voy a duchar, mi vuelo sale a mediodía - escuchó la voz de Sveta.
Vale, yo te llevo.
-No, es mejor que no, de verdad. Pero -Sveta hizo un pausa, sonrió con picardía y deslizó la punta de un dedo por la liga de la braga de Rebecca-, puedes ducharte conmigo.
Hay cosas que nunca cambiarían, como el cosquilleo que recorrió a Rebecca y el placer del beso que le dió Sveta.
—Ve, en un segundo estoy contigo —respondió a la chica.
Rebecca miró por última vez el circo de la red social. Abrió la aplicación y ahí, encabezando las tendencias, estaba el mensaje que, en realidad, había estado esperando desde que
todo explotó.
Sarocha Chankimha @Sarochappedersen Nuevo no es mejor.
Lo nuevo puede estar tan corrompido como lo de antes.
Domingo de reflexión en casa. #NoNosVanaEngañar
Acompañada por este fiel amigo que ya tiene 12 años.
La foto de Bombom fue la gota final a una declaración de hostilidades muy al estilo de Sarocha. La parte sensata y racional de Rebecca le dijo que debía sentirse indignada, que experimentar decepción era normal. Su parte irracional, esa que siempre respondía a los juegos de Sarocha, daba saltos macabros de excitación ante la expectativa.

No puedo odiarte Donde viven las historias. Descúbrelo ahora