Capítulo 23

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Sarocha terminó de aparcar en la sede del Frente por la Patria e inmediatamente sintió que su cuerpo se preparaba para la batalla. A primera hora, recibió la llamada de Juan, el presidente, convocándola a una reunión privada. Había estado esperando esa llamada durante dos días. No la temía;
temía a muchas otras cosas.
Sarocha sabía más que esperar caminos despejados, semáforos en verde o un hueco para aparcar en el centro.
Ella era más de aprovechar todo si se presentaba, pero siempre con un plan B para los jodidos atascos. No con
Rebecca.
Con Rebecca Sarocha no lograba formar planes B. Le aterrorizaban los planes B. Con obstinación se negó a pensar en cualquier posibilidad que no fuera seguir disfrutando de la burbuja que ella y Rebecca construían cada noche. Una burbuja rodeada de agujas, lo sabía, pero solo quería un poco más de tiempo antes de tener que reconocer su existencia.
Por eso, cuando comenzaron los primeros rumores en las redes sociales, los ignoró. Las fotos de ella y Rebecca mirándose durante una sesión del Congreso, las fotos de ella mirando a Rebecca, de Rebecca mirándola a ella... Unos meses atrás, Sarocha nunca habría dejado pasar un hecho así de brazos cruzados. La Sarocha intoxicada de Rebecca lo achacó a la obsesión de las redes por la mujer que cada noche tenía en su cama. Cada noche, pero no ayer.
Era frecuente que fotos semejantes se hicieran virales: imágenes donde hombres y mujeres por igual miraban embobados a Rebecca. Guapa, simpática y rica parecía ser la combinación ganadora para tener babeos visuales.
Pero hacía dos días, habían pasado de ser menciones marginales a convertirse en una tendencia en redes sociales a la que se sumaron miles de personas y bots. Incluso habían inventado un nombre para ello, Sarbeck. Si Sarocha pudiera, tomaría el teléfono de todos esos adolescentes flojos y los tiraría al mar. Después, por supuesto, vendrían las acusaciones de terrorismo ecológico, pero qué a gusto se quedaría.
Sabía que la mejor estrategia era tomar con humor la situación, restarle importancia ante los medios y desviar la atención hacia otro supuesto escándalo, pero la realidad es que sintió miedo. Y el miedo le hizo sentir débil y todo la llevó a experimentar vergüenza.
Porque por una vez, Sarocha se había negado a admitir la realidad de que casi siempre había sacrificios que hacer, víctimas secundarias, daños colaterales.
Mucha gente creía que ella lograba todo lo que se proponía en la vida. No era cierto; ella, y todos, alcanzaban sus objetivos en la misma medida en que estaban dispuestos a hacer sacrificios. Y ahora, Sarocha no se sentía capaz; creyó que sí, pero no, no todavía.
Lo que estaba en juego era demasiado importante como para sacrificarlo. ¿Rebecca o toda su vida dedicada a una misión?
No había forma de tener ambos sin antes destruir uno. De ahí venía el miedo y la sensación de acorralamiento.
Cuando habló con Rebecca el día anterior, le dijo que no podrían verse porque había surgido un viaje inesperado.
Además, le daría tiempo a estar con sus padres, de paso por la ciudad. Qué patético.
Rebecca no se lo creyó, por supuesto, pero hizo como que sí.
Porque era ella y Rebecca perdonaba las debilidades ajenas en la misma medida en que se recriminaba las propias.
"Te quiero"
, se atrevió a decir Sarocha al despedirse, una
verdad y una súplica que esperaba que Rebecca supiera interpretar.
«Lo sé», respondió la voz al otro lado de la línea. Tan simple y tan poderoso.
Con el recuerdo de la voz de su amante, salió del ascensor y se adentró en la sede de Frente por la Patria. Pisando con fuerza los tacones, moviendo el cuerpo con el poderío que había aprendido a usar desde hacía mucho tiempo. Ella no era Rebecca, ella usaba todo lo que tenía a su alcance.
Atravesó el control de seguridad y repartió saludos con austeridad.
Pensó en pasar antes por su oficina y saludar a Gertru, su asistente, pero lo descartó, prefería comenzar con todo de una vez. Fue directa hasta la puerta de Juan, deteniendo con un gesto de la mano a su secretario que intentó interrumpirla.
En la puerta entreabierta dio un toque decidido con los nudillos y entró.
-¿Presidente? -cateto, pensó.
Juan, con su pelo castaño perfectamente recortado, la cara impoluta y una sonrisa de circunstancias, se levantó para darle la bienvenida. Con un gesto de la mano, Sarocha le dio a entender que no era necesario, pero Juan salió de detrás del escritorio y le dio dos besos.
—Sarocha, bienvenida. No nos vemos mucho últimamente.
Lo que significaba que ya no pasaba las noches encerrada en la sede inventando cómo aumentar la popularidad de un hombre que tenía por mayor mérito decir la primera chorrada que le pasaba por la cabeza. Cosas tan tontas que, por fuerza, le auparon a la categoría de pensador independiente. De rebelde. Ja, el nivel.
-Los dos ocupados haciendo un país mejor, presidente.
Sarocha nunca bajaba la guardia delante de Juan, ni delante de nadie. Siempre era la militante perfecta, la creyente sin fisuras en la religión de un partido. Todos sabían que era una fachada, pero nunca podrían demostrarlo. Solo delante de Rebecca ella se mostraba toda.
—Así es, así es. Por favor, toma asiento.
Vio a Juan cerrar la puerta de la oficina y volver a su silla detrás del escritorio. Carraspeó y tomó el móvil en las manos, lo miró y frunció los labios.
—Te preguntarás para qué es esta reunión.
Sarocha sintió que el mal humor le empezaba a colonizar el pecho. Qué cobarde era ese hombre. Con esfuerzo, añadió una gota más de placidez en su expresión.
Siempre que me llamas, aquí estoy, Juan, ya lo sabes.
Así es, así es —repitió como un autómata y dio dos toques con el móvil en la mesa—. Verás, seguro has visto esa nueva ocurrencia en las redes. Te vinculan a la pija esa de Nueva Izquierda.
Juan hizo una pausa y miró a Sarocha, esperando un comentario.
—Sí, cosas de la redes, ya sabes. Nadie lo recordará la semana próxima -concedió.
Si no le facilitaba el camino, el muy gilipollas era capaz de retenerla todo el día para decir dos frases sin sustancia.
—Hay otro problema que debes conocer.
Juan volvió a hacer una de sus pausas innecesarias, pero en esta ocasión había algo diferente. No estaba incómodo, no, él estaba disfrutando del momento. Venían problemas, pensó
Sarocha, lo sentía en sus huesos.
—Me han enviado unas fotos. Fotos tuyas. Las van a publicar mañana y podrían causarnos muchos problemas.
Una ola fría la recorrió y, de inmediato, todas sus defensas se pusieron en alerta. Su cerebro, funcionando bajo estrés, barajó decenas de posibilidades en milisegundos. ¿Dónde las habían obtenido? Nunca habían dejado la casa de la sierra,
¿quizás alguien reconoció a Rebecca dentro del coche? O la puerta quedó entreabierta en algún momento, ¿un dron?
—¿Qué fotos, Juan? —preguntó con el tono de quien ya no quiere andarse con rodeos.
Lo vio desbloquear el móvil con la huella y clicar dos veces.
Se lo alcanzó en silencio, con los labios apretados y una actitud contrita. Hipócrita.
Ella sostuvo el móvil con fuerza, negándose a mostrar el más mínimo temblor. En la pantalla se vio a sí misma frente a una edificio que reconocería en cualquier tiempo, en cualquier dimensión. Ella frente al telefonillo de Rebecca, robando una nueva oportunidad.
Pasó a la siguiente imagen, Juan habló en plural, y se volvió a mirar frente al mismo edificio, pero horas más tarde. El pelo en rebeldía, las mejillas ardientes. Eufórica. Feliz.
¡Malditos buitres! ¿Cómo se atrevían a manchar un momento así? Sarocha se sintió expuesta y por un instante se permitió mirar de frente toda la rabia que le bullía dentro.
Después levantó con suavidad la cabeza y miró a Juan.
No entiendo, ¿hay algo más que quieras enseñarme?, ¿qué tienen estas fotos de especial? —preguntó, inocente.
Ese es el edificio de Rebecca Armstrong.
Sí, lo sé. Me lo comentaron los amigos a los que visité.
Juan sonrió, aunque más que sonrisa era una mueca.
¿Tú y ella se conocían, cierto? Lo escuché en una entrevista
que te hicieron.
Sí, de cruzarnos en algún bar con amigos comunes —ahora fue Sarocha la que hizo una pausa—.
Presidente, creo que no estoy comprendiendo, ¿hay algo que quiera decirme?
La vuelta a la formalidad era indispensable. Sarocha necesitaba un poco de control ya.
Mira, Sarocha, no me voy a andar con rodeos. El Express va a publicar estas fotos y el enfoque va a ser que entre esa
señorita y tú hay algo.
¿Algo? —se rió- ¿algo como qué?, ¿una conspiración para tomar el poder? Qué ocurrencias.
Sarocha solo estaba ganando un tiempo extra, pero el partido eventualmente acabaría. Cuando la prensa olía algo, eran sabuesos incansables. Pero ella necesitaba esos cinco minutos más para, al menos, no perder.
—Algo íntimo, Sarocha. Ya sabes que nosotros aceptamos a las personas homosexuales. No es como dicen los rojos. Mira a Charlotte, eh, Charlotte es una más de nosotros -insistió, exaltado—. Pero esos comentarios en tu caso pueden dañarnos. Ya sabes que una parte de nuestros votantes son más reacios a estas cosas modernas.
"Cosas modernas", la homosexualidad era una "cosa
moderna",
', ironizó Sarocha. El día que Juan, seguro bajo tortura o chantaje, leyera un poco de historia, su expresión de idiotez permanente pasaría al siguiente nivel, pro level.
—Lo entiendo, presidente —respondió casi con dulzura-. Yo me ocuparé de manejar el asunto. Si antes pude controlar el daño por las fotos de la señorita Ruiz, esto no será menos.
Con placer, vio el párpado izquierdo de Juan temblar. Su expresión se endureció, pero Sarocha percibió el miedo a punto de salir a la superficie.
Señorita Ruiz, profesionalmente Mistress Victoria Crimson, era una dominatriz a la que Juan visitó en varias ocasiones, antes de que Sarocha consiguiera las fotos. Mistress Victoria parecía ser una chica muy talentosa si la expresión de dolor orgásmico que tenía el presidente era un indicio.
Después conocería que una de las búsquedas más frecuentes del presidente desde su móvil era "mujeres con pene"
, pero
eso Juan ya no lo sabía, esa información formaba parte de un archivo mayor que ella se aseguró de acumular durante años.
Su salvoconducto, su paso a muchos pases.
Entonces esto es todo, Sarocha. Solo quería avisar para que no te cogiera de sorpresa —añadió, abrupto, Juan.
Gracias, presidente —dijo y se puso de pie, sonriente
—.
Seguimos haciendo mejor patria.
El asintió con la cabeza y evitó mirarle a la cara. Sarocha dio media vuelta y salió aparentando haber recibido la mejor noticia del mundo. Tomó a la izquierda, hacia su oficina.
Llegó y saludó a Gertru, una mujer que llevaba una década a su lado y la conocía igual de bien que todos en el partido, nada.
Abrió y cerró la puerta de la oficina con delicadeza. Cuando estuvo segura de que nadie podría verla, se apoyó contra la puerta que acababa de cerrar y respiró profundo. Sintió el corazón luchando contra los barrotes del pecho y reconoció la angustia del que presiente lo peor. Seguía sin planes, ella, sin planes, y todo por el miedo paralizante de perder a
Rebecca.
Escuchó un toque en la puerta y alguien al otro lado intentando entrar. Si Gertru no le avisó, tenía que ser alguien conocido. Deseó tener el poder de salir volando por la ventana, pero tuvo que conformarse con abrir. Charlotte.
Charlotte, ¿qué sucede? Ahora mismo estoy ocupada.
Tenemos que hablar.
Sarocha se quedó mirándola en silencio unos segundos y enseguida comprendió que se avecinaba un problema más.
Suspiró, resignada, y con un gesto del brazo la invitó a entrar.
—Yo sé qué es lo que te mostró hoy Juan —dijo sin dar tiempo a que ninguna tomara asiento.
Sarocha volvió a mirarla y se preguntó quién más dentro del partido estaría al tanto de las imágenes. Daba igual, concluyó, al día siguiente lo sabrían todos.
¿Sí? Bien por ti. Yo no le acabo de ver la gracia.
También sé que lo que sugieren es verdad. Mira —se apresuró a añadir, levantando los brazos—, no tienes que confirmarlo, no me interesa, aunque sé que es verdad. Y aunque no lo creas, me alegro mucho por ti.
Sarocha intentó saber si estaba ante una aliada o una enemiga disfrazada de aliada, pero decidió que sabía demasiado de Charlotte como para que la mujer se arriesgara a sufrir las consecuencias de una traición. Ese era el problema con Charlotte y, de forma imprevista, con ella misma: amaban y amar era una fuerza grandiosa. Y amar era
un gran lastre.
¿A qué viene todo esto, Charlotte? —respondió sin admitir, pero tampoco negar nada.
A los de Express los puso sobre la pista alguien de Nueva
Izquierda. La cosa viene de dentro.
—A los de Express los puso sobre la pista alguien de Nueva
Izquierda. La cosa viene de dentro.
Sarocha deseó poder experimentar sorpresa, guardar cierta duda, pero llevaba demasiado tiempo en política. Había visto traiciones en todas sus formas, formas nauseabundas, y Nueva Izquierda solo era nueva por fecha de nacimiento.
Rebecca, con la inocencia propia de quien nunca ha necesitado traicionar, se sentiría devastada.
¿Cómo sabes eso? —preguntó Rebecca.
El sobrino de Alicia trabaja en Express y se lo dijo —
respondió charlotte
Alicia, la mujer de Charlotte.
—¿Así, sin más? -insistió Sarocha.
—Tenemos un acuerdo, nos pasamos información que interese a ambos —explicó Sarocha.
Era una práctica común y Sarocha misma la había ejercido.
De ética dudosa y utilidad indiscutible. Pero había algo más importante en todo este asunto que ella quería saber.
¿Por qué me dices esto, Charlotte? ¿Qué quieres a cambio?
preguntó
Sarocha.
—Sarocha, hemos sido más que compañeras de trabajo. No
nos quisimos, nunca fue de eso, pero no te acuestas con alguien sin que quede un vínculo, aunque sea uno pequeño. Y si esa razón tú no la entiendes, entonces te diré que me caes mejor tú que el homófobo hipócrita de Richard. Y Rebecca Armstrong me cae mejor que ambos, ya ves tú -confesó
Charlotte.
Sarocha sonrió, quizás la primera sonrisa real que mostraba
delante de charlotte
—Sí, esa pija progre tiene el peligro de caer bien —respondió parodiando a sí misma.
Charlotte la miró entre atónita y divertida.
—Mucha suerte —le deseó.
Sarocha se limitó a asentir con la cabeza. La vio partir y cuando estuvo segura de que estaba lejos, tomó el móvil y abrió la aplicación de mensajería.
Sarocha_11:09
¿Te puedo llamar en 30 min?
No esperó respuesta, se aseguró de llevar todas sus cosas encima y salió por la misma puerta que 15 minutos antes había atravesado en dirección contraria. Se detuvo a decir a Gertru que volvía después del mediodía y, como siempre, su discreta asistente se limitó a asentir.
Bajó hasta el parking y solo cuando estuvo dentro del coche, se atrevió a volver a mirar el móvil.
Rebecca_11:13 Ok.
Se puso en marcha buscando un lugar seguro en el que hablar. No confiaba en exceso en la seguridad de la sede y sentía cierto reparo en hablar con Rebecca desde un lugar
tan manchado.
Rebecca, que estaba a punto de descubrir que los puñales que más duelen son los que salen de casa. Una vez más, Sarocha deseó poder protegerla, pero en este caso Rebecca era la que tendría que decidir si protegerla o no a ella.

No puedo odiarte Donde viven las historias. Descúbrelo ahora