Rebecca suspiró, derrotada. Con su madre nunca había podido; no es que eso fuese a cambiar ahora.
Que sí, mamá, me estoy cuidando —hizo una pausa y no pudo evitar añadir con voz estridente—. Cuando me quedaba hasta las tantas trabajando en la oficina, no te quejabas.
Estabas creando, regalando belleza y confort al mundo. Por cierto, dice Jojo que si no regresas pronto, él se larga, que lo has dejado tirado como a una camiseta pasada de temporada.
Jojo, siempre dramático y maravilloso, capaz de crear diseños tan limpios y opuestos a su propio exceso. Lo extrañaba, a él y a todo su equipo, muchos de ellos amigos.
—Lo voy a llamar en estos días. Dile que no sea dramático, que él sabe que es atemporal.
Bien que pudieras venir a visitarnos; mucha gente quiere verte.
¿Mucha gente, eh?
Mmm...
No pasa nada por decir que extrañas a tu hija preferida - añadió con guasa Rebecca.
No te creas, en ocasiones creo hijos imaginarios que tienen
muy buena pinta.
Buah, seguro que no son tan guapos como yo.
Ese engreimiento, Rebecca —amonestó Nung con su tono madre.
¿De dónde lo habré sacado?
Qué fácil lo tienen los hijos, todo es culpa de los padres.
Qué fácil lo tienen los padres, todo es gracias a ellos.
Pues sí, no nos ha salido mal.
Eso digo yo. ¿Y papá?
En el estudio, espera que te lo paso.
En el silencio que siguió, Rebecca identificó las habitaciones por las que pasó Nung, gracias a los sonidos que se filtraban a través del teléfono. La nostalgia, esa cosa bella y anhelante, hizo acto de presencia. Rebecca la dejó estar, justo como
haría su padre.
—Hija, hija, querida Beck, ¿cómo estás?
La nostalgia puede cambiar en un segundo hacia una tristeza inmensa; bien lo supo Rebecca. Por unos instantes, no pudo responder y tragó en un intento por aliviar la bola que se le estaba formando en la garganta.
—Muy bien, papá. Extrañándote mucho.
Con su padre, el lenguaje del afecto siempre fue mucho más fácil. Era un hombre que habitaba en su nube, pero una nube
que abría a todo el que quisiera pasar.
—Ya lo sé, hija. Don Jorge está desolado.
Rebecca rió, aunque el recuerdo de las horas pasadas sobre Don Jorge, el sofá del taller de su padre, se le antojaron una utopía inalcanzable en su situación actual. El equilibrio perfecto: eso significaba para Rebecca el momento en el que su padre pintaba como si tuviera todo el tiempo del mundo a su disposición y Rebecca leía, nada más. Solos los dos durante horas, acompañándose en silencio, dejando al otro ser, estar, crear.
Ella misma se encargó de romper ese equilibrio cuando anunció que se sumaba a la política. La reacción de su madre la esperaba y, en realidad, solo la hacía empecinarse más, pero la decepción en los ojos de su padre fue difícil de digerir.
Era un hombre dedicado a la belleza y, para su hija, solo quería belleza, azul. Pero la vida no era así, Rebecca lo sabía, aunque nunca se atrevía a decírselo a Richard.
—Y yo suspiro por Don Jorge, ¿qué estás creando en estos
días, papá?
Cosas oscuras, pero fascinantes.
Como la política -terminó con resignación Rebecca.
O como la bella Sarocha, ¿cómo está ella?
Su padre siempre fue mucho más generoso al hablar de Sarocha que su madre. Para él, Sarocha era una figura fascinante y dramática, la forma amable de Richard de describir lo hija de puta y traicionera que podía ser su ex. Si es que era hablar de Sarocha y ya Rebecca se encendía, dispuesta al combate.
—Peor que nunca. Hoy tengo que ir a un programa de televisión con ella.
Tu madre lo verá ahora que tiene tele.
¿Mamá tele? -preguntó asombrada.
Sí, no le digas que yo te lo dije. Te ve cuando sales - respondió su padre con un toque de picardía.
Saberlo la enterneció, pero también le preocupaba. Era una claudicación por afecto, quizás la única forma de claudicación de la que era capaz Nung. Pero, ¿su madre siguiendo todo el circo al que se enfrentaba todos los días?
Eso ya le gustaba menos.
Nung, a su manera altiva e imponente, era una madre más, incapaz de aceptar en paz que su hija ya era mayor y le tocaba buscarse y salir de los problemas sola.
Hacía frío fuera del cobijo de Nung, pero Rebecca tenía que recorrer este nuevo camino al descampado.
-Intenta que no la vea papá, no vale la pena —pidió a su padre.
—Está bien, Beck. No te preocupes por tu madre, ya sabes que ella siempre logra estar bien. Dime, ¿quieres hablar de cómo ha sido volver a ver a la bella Sarocha?
Los niños tenían el hombre del saco, sus padres tenían a Sarocha, esa figura que representa todo lo malo y peligroso que acecha y ataca cuando menos lo esperabas. Ni siquiera el generoso despiste de su padre era capaz de eliminar por completo las reticencias sobre una figura que llevó a su hija a
perder el azul durante mucho tiempo.
A su pesar, Rebecca recordó el regreso a casa de sus padres después de que Sarocha saliera tan incomprensiblemente de su vida. Recordó los primeros días de llanto fácil, casi teatral.
Las semana y meses en los que comía, dormía y hablaba por obligación, porque era lo que había que hacer.
Sobre todo, recuerda el dolor. Tan crudo, tan desprovisto de compasión. Le habían roto el corazón por primera vez, una historia compartida por millones de humanos afortunados de haber amado, pero a ella se lo habían roto de una forma
cruel e inmerecida.
Si un minuto antes de entrar a su piso y ver a Sarocha con una pequeña maleta a su lado, alguien le hubiera preguntado a Rebecca cómo iba su relación, ella no habría dudado en decir que todo iba genial, que estaba viviendo la gran historia de amor de su vida. Un minuto después escucharía que «No soporto seguir fingiendo. Creí que podía, pero ya no te soporto más. Me voy».
Y remató con un «Eres patética, todo el día fingiendo ser más de lo que eres. Y tú no eres más que una niña de mamá».
¿Cómo era volver a ver a la bella Sarocha? Pues una mierda, eso debería ser, pero la realidad era mucho más lamentable.
Volver a ver a Sarocha estaba siendo maravilloso, excitante, terriblemente adictivo.
Había algo mal en ella, ¿cómo podía permitir que esa mujer siguiera teniendo influencia en su vida? ¿Cómo era posible que su cuerpo reaccionara como lo hizo en el ascensor?
Rebecca se estremeció al pensar en el ascensor. Cómo arriesgó un roce en medio de un grupo de adversarios políticos. Un roce mínimo con propiedades expansivas que
no avizoró.
Apenas un centímetro de piel que entró en contacto con otra piel fue suficiente para poner su cuerpo a cantar.
¿Qué cómo era volver a ver a la bella Sarocha?
—Está siendo difícil papá, pero yo no olvido.
Su padre no respondió de inmediato, nunca lo hacía porque «las palabras que dejas ir, Beck, nunca puedes volver a encerrarlas». El poder de la palabra es un gran poder, aprendió Rebecca desde pequeña, y como todo poder, exige
mucha responsabilidad.
—Nunca se olvida, Beck. Somos recuerdos, muchos nos hacen crecer, ser mejores, otros son grilletes del pasado que nos impiden avanzar.
Su padre no dijo más, no hizo preguntas, dejó al silencio hacer su mejor trabajo: dejarnos desnudos ante nosotros mismos, sin escapatoria.
Gracias, papá —respondió Rebecca—. Ahora te voy a dejar, voy a prepararme para el programa en la tele.
Cierto, ¿sobre qué es?
Es uno de estos nuevos formatos que hay ahora. Invitan a gente muy diferente a debatir con calma sobre temas polémicos.
¿Debatir con calma tú y Sarocha?
Su padre soltó un sonido alegre y escéptico, un reflejo de su
propia actitud.
Ya sé, lo tengo complicado, ¿eh?
Estoy seguro de que te divertirás. Venga, hasta pronto,
Beck. Te queremos.
—Hasta pronto, papá.
Después de colgar, Rebecca se permitió cerrar los ojos unos minutos.
En poco tiempo tendría que empezar a prepararse para el programa.
Estaba agotada de no hacer nada y aparentar que hacía mucho. Ella, acostumbrada a proyectos con objetivos concretos, a números que alcanzar, a cambios tangibles que introducir, se desesperaba con la naturaleza teatral y lenta de
la política.
Clara le pedía paciencia, insistía en que todo cambiaría una vez que llegaran a tener el verdadero poder, pero para eso, como mínimo, quedaban cuatro años.
Mientras tanto, había que intentar ser claves para aprobar leyes y hacer ruido para ganar votos cuando llegara el momento.
Cada día, Rebecca sentía el peso de haberse convertido en una de las caras más conocidas de Nueva Izquierda. Y todo por unas tontas fotos y un guiño que se debió ahorrar. No estaba arrepentida de su decisión de entrar en política, pero quería hacer cosas, avanzar, impulsar una mejora real.
En cambio, tenía un programa de televisión con su ex, a quien nadie conocía como su ex, y en el que debía aparentar cierta cordialidad. Quiso jugar a la revolución y terminó en medio de un culebrón de media tarde.
«Bravo», pensó Rebecca, «bravo».
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No puedo odiarte
FanfictionSarocha abandono a Rebecca hace 12 años, tras esa dolorosa separación se reencuentran nuevamente pero esta vez en un escenario diferente, ahora son rivales políticas. ¿Podrá el nuevo encuentro reavivar el amor que una vez compartieron? ¿O será mas f...