Capítulo 21

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Sarocha se sirvió un dedo de Zacapa Royal, decidida a calmar los nervios de la espera. Treinta y cuatro años y, todavía, Rebecca la hacía comportarse como una adolescente ahogándose en hormonas.
Qué desfachatez de mujer.
Se tomó lo que quedaba en el vaso de un solo trago y sintió el calor del líquido rojizo expandirse por el cuerpo. Escuchó el timbre y se levantó con tanta rapidez que un ligero mareo la obligó a detenerse. Respiró profundo en un intento de frenar los latidos desquiciados del corazón.
Esa mujer sería su fin, pero qué fin tan delicioso.
Fue hasta el telefonillo y abrió. Esta vez no salió a recibir a Rebecca, se quedó sosteniendo la puerta como un portero de hotel de postín. No quería ver, si acaso estaban, las dudas en los ojos de su ex. Escuchó los pasos apresurados que se acercaron, lanzando su cuerpo a un frenesí de palpitación y calor.
Rebecca entró y se detuvo, mirando indecisa a Sarocha, como intentando adivinar en qué punto estaban. Ella lo entendía porque hizo lo mismo, buscó en el rostro de su ex el significado del encuentro. Y entre todas las emociones que se podían ver, Sarocha escogió ver el hambre, el deseo sin matices que Rebecca no podía esconder, el mismo deseo que ya estaba siendo dolor entre sus propias piernas.
Cerró la puerta con torpeza, cubrió la nuca de Rebecca con las manos y la atrajo hacia sí. Besó el beso que había esperado tantos años para volver a ser besado, torpe, errático y atormentado. Cuando las dos lenguas se encontraron como en un ritual de reencuentro, Sarocha gimió, desesperada. Fue el gemido del deseo presente, el gemido de un "al fin".
Con la lengua, recorrió cada uno de los recovecos de la boca de Rebecca, pero no era suficiente, quería tenerla toda.
Se desprendió de los labios de Rebecca e inició un camino por su cuello. Recorrió con la lengua los músculos largos y, no satisfecha, chupó.
Escuchó un sonido ahogado e impotente salir de la boca de su ex. Errática, pasó la lengua por el mentón, volvió a la boca y atrapó los labios, feroz.
Giró a Rebecca y la presionó contra la puerta, juntó las caderas y se removió, incapaz de resistir el impulso de buscar alivio al deseo que amenazaba con doblarle las rodillas.
Sintió los brazos de Rebecca rodearla y atraerla hacia sí con fuerza. Las caderas empezaron una lucha por llegar más lejos, por ganar profundidad.
Sarocha comprendió que un roce más y estaría perdida. Se separó, luchando por por cada bocanada de aire. Miró a Rebecca y se vio reflejada en los ojos extraviados, en la respiración errática. Sonrió.
¿Cama o sofá? -preguntó con voz quebrada su ex.
Cama.
Tomó a Rebecca de la mano y entrelazó los dedos, presionando con fuerza, como temiendo que un instante tan ansiado se le fuera a escapar. Tiró de ella y se apresuró a subir las escaleras de dos en dos. Giró a la izquierda y llegó a su habitación. Volvió a tirar de Rebecca hasta tenerla a pocos
centímetros de sí.
¿Prisa? —preguntó su ex con un aire juguetón.
Mucha —respondió Sarocha.
Coló las manos por debajo de la camiseta blanca y se deshizo de ella con ayuda de Rebecca. Quiso sentir la delicada piel pegada a la suya y sin dudarlo, se desprendió del vestido a toda velocidad. De inmediato sintió las manos de Rebecca llegar a la espalda, intentando abrir el sujetador. La detuvo.
—Todavía no.
Escuchó el sonido frustrado de su ex, pero no le hizo caso porque toda su atención estaba en el sujetador que cubría los pechos perfectos de Rebecca. Pequeños para los estándares actuales, pura perfección según estándares Sarocha.
Recorrió con delicadeza los brazos de Rebecca, su espalda, y cuando llegó al broche, lo desprendió con suavidad. Deslizó el sujetador por los brazos, disfrutando cada segundo que la acercaba más a las cimas blancas de coronación rosada.
Primero repartió caricias tiernas alrededor del pecho, llegó al botón y lo estimuló con un poco más de intensidad. Se inclinó y dio un primer lametazo, casi como una cata.
Escuchó la lucha de Rebecca por respirar y la ignoró. Volvió a lamer el otro pezón, atrapó los pechos entre las manos y pellizcó.
—Eres perfecta.
Me muero por comerte —dijo mirando al rostro contorsionado por el deseo de su ex.
De un plumazo desapareció toda delicadeza. Rebecca se lanzó a la boca de Sarocha, famélica. Se tiraron a la cama enredadas entre sí. Besaron, mordieron, chuparon con torpeza y desesperación. Sarocha abrió la cremallera del pantalón vaquero de Rebecca, intentó bajarlo, pero estaba muy ajustado. Se irguió y tiró de él.
Cuando la tuvo solo cubierta por una braga negra, experimentó el impulso tonto de detenerse a reverenciar la vuelta a casa. Reaccionó y volvió a posar la boca sobre un pezón rosado. Trazó círculos rápidos con la lengua, presionó y después chupó.
Pasó al otro pezón y cuando tuvo a Rebecca jadeante y temblorosa, luchando por rozar sus caderas con Sarocha, bajó a la frontera de la braga. Besó la humedad que se veía entre las piernas, sacó la lengua, plana, y presionó.
Rebecca intentó mantenerle la cabeza entre sus piernas, pero ella se lo impidió. Ligeramente erguida, tiró de la braga.
Cuando vio la carne rosada, brillante de humedad, el pulso entre las piernas de Sarocha se hizo apenas soportable. Quiso alivio en ese instante, montar sobre Rebecca y moverse hasta que las dos quedaran satisfechas y jadeantes. No lo hizo porque había algo que quería más.
Se inclinó, sacó la lengua y trazó un canal sobre el canal, saboreando, movida por la gula, su mejor lugar en el mundo, su plato preferido, el único sitio al que nunca querría volver a renunciar.
Deseó gritar a todo pulmón, pero en su lugar siguió trazando líneas, círculos y electrocardiogramas nacidos de los movimientos caóticos de Rebecca. La oyó gemir, casi al borde. Con un brazo intentó contener la oscilación de las caderas y con el otro se acercó a la entrada empapada.
Con la punta de los dedos se abrió paso entre los labios rosados, presionó y se deslizó entre tanta humedad. Contuvo con más fuerza las caderas de Rebecca, sacó los dedos y volvió a entrar, más lejos, con más ímpetu. Una y otra vez, una y otra vez. Un sonido primario salió de la boca de su ex, las caderas rompieron toda contención y en los dedos de Sarocha, las paredes suaves se contrajeron en una fiesta de espasmos.
Se quedó dentro, presionando. Sintió las piernas que la atraparon con fuerza y por unos pocos segundos, todo fue
inmovilidad en tensión.
Cuando las piernas se relajaron, sacó con cuidado los dedos.
—Ven —escuchó.
Miró hacia arriba, hacia el pelo alborotado y el brillo satisfecho de Rebecca. La Rebecca bien follada, una de sus favoritas.
Se impulsó con las manos y se dejó caer en el pecho desnudo.
De inmediato, los brazos y piernas de Rebecca la engulleron y ella deseó tener las llaves de ese fortín de carne y huesos.
Tenerlas para desaparecerlas, lanzarlas lejos y que nadie nunca pudiera sacarla de ahí.
Pero la mujer en su cama tenía otros planes. Sintió una pierna colarse entre las suyas y abrirse paso hacia su braga empapada. La carne sensible volvió a temblar, pero Sarocha decidió que había algo que quería más.
—Después, ahora déjame estar aquí —dijo y señaló el hombro de Rebecca.
La vio sonreír y acomodarse sobre las almohadas. Ella
deslizó la
cabeza en el hombro de huesos largos y cruzó una pierna sobre el cuerpo que llevaba 12 años echando en falta.
—Siempre te gustó estar así —escuchó.
Rebecca tenía razón. Ella era su espacio seguro, la persona con la que mostrarse vulnerable no significaba abrirse al peligro. Incluso después de tantos años, Sarocha confiaba sin
reticencias en Rebecca.
Es que tienes muy buenos huesos —dijo y depositó un beso en el hombro que la sostenía.
¿Solo los huesos?
No voy yo a contribuir a tu ego, para eso ya tienes el ejército del pajarito
Y dale con mi ego, es como si escuchara a mi madre. No sé de dónde sale esa idea.
Sí, ¿de dónde, mmm? —otro beso en el costado.
Que tú hables de ego ya es echarle morro, diputada -dijo
Rebecca, picada.
Los arrebatos adolescentes de Rebecca, otra cosa que extrañó
Sarocha.
No se podía venir de dónde venía la mujer a su lado sin ser un poco absurda, sin adolecer de engreimiento.
Nung y Richard hicieron un magnífico trabajo, pero el resto del mundo nunca había parado de decirle a Rebecca cuán
especial era.
El resultado era una mujer formada a conciencia, tal como sus padres, y ella misma después, quisieron que fuera.
Generosa, leal y sí, con episodios de engreimiento de vez en cuando. Sarocha adoraba esa pizca de imperfección. Y pensar que una vez ella estuvo a punto de destruir todo eso.
No se merecía a Rebecca, pensó, y luego tembló. Abrazó el cuerpo con fuerza.
¿Estás bien? —preguntó Rebecca.
Sí, con un poco de frío —respondió, levantándose -.
Espera que nos pongo una manta.
Se inclinó y tomó la manta que había al pie de la cama, ahora llena de arrugas después de la batalla del sexo.
—¿Tu madre y tú? - escuchó.
Miró a un lado, hacia la única foto de su madre que tenía a la vista. Ella tendría unos 8 años y su madre unos 28. La mujer miraba a la niña con lo que todo el mundo llamaría afecto. La manifestación más evidente de afecto de su madre, una foto de hacía décadas.
Sarocha se sorprendió de no sentir las barreras levantarse, la respuesta habitual cuando le preguntaban por su familia.
Sí, yo tenía unos 8 años.
Y ya eras guapa y obstinada.
Sarocha rió, agradecida a Rebecca por regalar al momento un poco de ligereza. Cubrió sus cuerpos con la manta y volvió a acomodarse en el pecho. Estuvo a punto de suspirar de placer, pero se contuvo. Estaba rozando el ridículo.
¿Obstinada? ¿Por una foto?
Es evidente, observa la mirada. Es la misma con la que nos pones a temblar desde el estrado.
Seguro estaba molesta por algo, pasé mi infancia molesta.
Estoy segura de que tenías tus razones. Los niños molestos
siempre las tienen.
Sí, las tenía.
¿Cómo te has sentido estos días? -preguntó Rebecca con suavidad.
Bien. Sé que está lejos de ser sano, pero la muerte me hizo reconciliarme con mi madre —hizo una pausa —. O al menos
juzgarla con menos dureza.
¿Por qué?
¿Por qué?
Me refiero a por qué crees que pasó eso, por qué la juzgas ahora de forma diferente.
¿No nos pasa a todos? Un hijo de puta muere y de pronto
era una gran persona.
Tú no eres todos. Tú llevas las rencillas a la tumba, Sar.
Sar, volvía a ser Sar. Sarocha sintió que el corazón le iba a explotar de enternecimiento, pero decidió hacer como si hubiese escuchado una palabra más. No quería espantar a Rebecca con esta nueva versión, sensible y afectiva de sí misma.
Creo que es porque ya no están las molestias cotidianas afectándote el juicio. Se gana distancia para ver el cuadro
completo - explicó.
¿Te pasó lo mismo con tu padre? Aunque disculpa, realmente no sé si vive.
No vive y ese sigue siendo un hijo de puta a pesar de la muerte.
Un hijo de puta muerto, supongo que un mejor tipo de hijo
de puta.
Rebecca no dijo nada, solo la abrazó con más fuerza. Un gesto perfecto, como solo lo sabía hacer ella.
-Sarocha.
Sintió el ligero movimiento en su brazo antes de registrar la voz. Se había quedado dormida, aunque no sabía durante
cuánto tiempo.
¿Qué hora es?
Casi las dos. Ya me voy -susurró Rebecca.
¿Ahora? ¿Por qué no te quedas?
Sabes que no es buena idea.
¿Buena idea? ¿A quién le importan las buenas ideas a las dos?
Venga, vuelve a acostarte.
—Lo siento, tengo que irme.
Fue entonces cuando el cerebro atontado por el sueño de Sarocha comprendió lo que estaba sucediendo. Rebecca no debía irse, ella quería irse.
¿Por arrepentimiento, por establecer claras las líneas de lo
que eran?
¿Y qué eran? ¿Valía seguir llamando a Rebecca su ex? ¿O ahora eran algo más? O algo menos, ¿una follaenemiga?
Se sintió ofendida y estuvo a punto de responder de con malos modos, pero se contuvo. ¿Cómo actuaría Rebecca en
su lugar?
—Lo entiendo, te acompaño.
—No hace falta, quédate descansando.
Rebecca se inclinó, enmarcó el rostro de Sarocha con las manos y juntó los labios durante unos segundos. Otra forma maravillosa de Rebecca de decir lo que ella necesitaba escuchar.
El gesto fue suficiente para borrar todo rastro de mal humor o duda.
Esperaría por ella con la obstinación que siempre le sobró, la esperaría como un acto de expiación necesario por el daño que causó.

No puedo odiarte Donde viven las historias. Descúbrelo ahora