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Nueva York era inmensa. Sus despampanantes rascacielos, su bullicioso tráfico y sus calles abarrotadas de gente caminando a contrarreloj pronto se volvieron parte de mi mundo. Nos estábamos adaptando bastante bien aunque seguía teniendo problemillas con el tumulto. Me resultaba incómodo ir apretujado por el metro. La vida en la granja, sin lugar a dudas, era la antítesis de la de la ciudad. Aquí el aire era de todo menos puro, y los conductores locos no dudaban en darle al claxon a cada rato —virgen santísima, pura contaminación acústica—. Aun con eso, teníamos ante nosotros una oportunidad para cambiar nuestras vidas a mejor.

Mi oportunidad de convertirme en alguien exitoso.

Habían transcurrido semanas desde nuestra llegada a la urbe y todavía no habíamos tenido el placer de conocer a la mujer para la que trabajaba mamá ya que se encontraba en Francia, desfilando en la fashion week de Paris. La amiga de mamá que nos ayudó a mudarnos, la señora Alice Hoffmans, tenía un carácter fuerte podía llegar a intimidar. Era estricta y quería que se hicieran las cosas correctamente en todo momento. Habitualmente vestía una blusa blanca de mangas largas, una ajustada falda negra, a la altura de las rodillas, enmarcando su figura, unas mallas transparentes y unos zapatos negros. Su cabello largo recogido en una coleta y sus lentes de encaje le daban un aire a bibliotecaria solterona sin aparente vida sexual.

—Jovencito, espero que te tomes muy en serio este trabajo y no me defraudes —advirtió tajante como de costumbre.

La señora Hoffmans había tirado de sus contactos para conseguirme empleo como camarero en una pequeña cafetería. Nunca había trabajado como tal pero aprendo rápido y eso era bueno. Llevar café a los clientes no puede ser tan difícil como gestionar granjas. Fuere como fuere, estaba dispuesto a dar lo mejor de mí y poder ascender a puestos más importantes con mejores salarios para que mi madre no tuviera que trabajar más.

—No se preocupe, señora Alice. Le prometo que daré lo mejor de mí.

Estaba entusiasmado y ávido por empezar a ganar dinero. Esto era la gran ciudad e iba a vivir el sueño de cualquiera con hambre de crecer y hacerse un nombre en este mundo.

Comenzaría el trabajo al día siguiente, por lo que la noche anterior empollé todo lo posible hasta quedarme dormido.

Dado que la escuela de Julia quedaba de camino a la cafetería, madre me encomendó la tarea de llevarla los días que pudiera. Eso no implicaba ningún problema, me gustaba pasar tiempo con Julia aunque a veces me atosigara a preguntas.

Me levanté veintidós minutos antes de que sonara la alarma y fui a darme una ducha para luego prepararme un vaso de leche con huevos fritos y tostadas. Mientras mamá ayudaba a Julia a peinarse, yo le preparé unos sándwiches de jamón y queso que guardé en su mochila.

—Ya es hora, enana. Tenemos que irnos —avisé, cargando su mochila—. Despídete de mamá.

Le dio un beso en la mejilla y corrió hacia la salida.

—Id con cuidado, hijos —se llevó las yemas de los dedos a los labios para luego despegarlos—. Os quiero.

—Sí, má. Y nosotros a ti —conjugamos Julia y yo.

Cada vez que salimos de casa nos dejaba más que claro lo mucho que nos quería. Cuando no respondíamos, nos persiguía hasta la calle y lo grita para que todos se enterasen. Recuerdo una vez, de adolescente, me olvidé de decirle que la quería, me persiguió hasta el aula de clases sólo para que lo dijera. Pasé tanta vergüenza...

—Y mucha suerte en tu primer día, cariño —gritó asomada al marco de la puerta.

—Gracias mamá.

ENCRUCIJADA: Amor o venganza [🔞]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora