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"Una vida por otra".

Los médicos salieron del quirófano tras largas horas que para nosotros fueron una tortuosa eternidad. Nos levantamos abruptamente. La doctora Clarisa Mbengono, acompañada de una interna,  pidió tranquilidad con su ademán. A juzgar por sus semblantes, no traían muy buenas noticias.

—Hemos conseguido estabilizar a la niña pero —enunció la mujer de cuarenta y muchos años, piel oscura como el café solo y cabello rizado, con gesto de preocupación— necesito hablarles en privado.

—Doctora, si es por el coste no se preocupe. Me haré cargo de todo —se apresuró a decir Haylie.

—No, no se trata de eso —aclaró la doctora—. Vengan conmigo, por favor.

A petición de doctora, la seguimos hasta lo que parecía ser la sala de reuniones del hospital, donde hablaríamos con total privacidad. La pieza era amplia, con paredes de cristal transparente, con vistas al exterior, y los asientos dispuestos alrededor de una larga y elegante mesa. Tomamos asientos. Ya habiendo ocupado las plazas, mi madre, Haylie y yo en sillas contiguas mientras al otro lado de la mesa teníamos a la doctora Mbengono, acompañada entonces de un señor calvo y con barba blanca, que rondaba aproximadamente los cincuenta y muchos, y junto a ellos, otro médico, una mujer con rasgos asiáticos, de más o menos la misma edad que la doctora Mbengono.

Ésta prosiguió su intervención.

—Les presento al doctor Omally, director de este hospital —el hombre nos dirigió una mueca equivalente a un saludo, con un casi imperceptible levantamiento de cabeza—. Y ella —señalando a su compañera, quien hizo lo mismo que el hombre— es la doctora Chang. Se encarga de gestionar todo lo relacionado con las donaciones de órganos y tejidos. Trasplantes en general —matizó.

Se me arrugó el ceño al oírla mencionar lo de las donaciones de órganos.

—Discupe, doctora —la interrumpí—. ¿Está diciendo que mi hermana necesita un trasplante?

La mujer suspiró después de dedicarme una mirada piadosa.

—Verán —tomó la palabra el señor Omally—. Hace dos días llegó a este hospital una niña de cinco años en estado crítico. Presentaba dificultades respiratorias y no podía ingerir alimentos ni líquidos por las vía naturales. Nada. Descubrimos que su corazón además de ser demasiado pequeño, presentaba una deformidad que le impedía bombear la sangre con normalidad. Esa niña, Sofía Hernandez, perderá la vida en menos de veinticuatro horas si no recibe un corazón sano.

—No entiendo nada, doctor —expresó confusa mi madre—. ¿Por qué nos están contando esto? Reconozco que es una pena lo que está sufriendo esa pobre niña y puedo imaginarme el dolor inmenso de sus padres pero, ¿qué tiene que ver eso con nosotros? Ni siquiera sabemos quiénes son.

—Sí, —el doctor tenía los codos apoyados sobre la mesa, con los dedos pegados a modo de un mantra— tiene toda la razón, señora Delilah.

—Además —continuó mi madre, dirigiéndose a la doctora Mbengomo—, usted nos dijo que habían logrado estabilizar a mi hija, ¿no? Creí que de eso quería hablarnos.

Las palabras de los médicos no auguraban nada bueno, tenía el presentimiento de que en algún momento se torcería algo, que a continuación vendría un 'pero'. Sin embargo, confiaba en que no fuera así. Tenía la esperanza de que mi hermana saldría de esa situación y volveríamos a jugar juntos, a sonreír. Tenía fe en que volvería a atosigarme a preguntas como acostumbraba hacer, que volvería a llamarla enana y ella se me echaría encima cuan perrito al ver llegar a su dueño.

ENCRUCIJADA: Amor o venganza [🔞]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora