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Flashback

Narrador omnisciente

50 años atrás

A los pocos días Maxwell Pritchet y la joven Catherine volvieron a coincidir, esta vez fue en una soleada tarde de un domingo, cuando ella estaba saliendo de un boticario a pagar una vieja deuda que contrajo al tomar medicamentos para su madre. El dueño del establecimiento la conocía muy bien, la había visto corretear por esas cutres calles cuando ella no era más que una mocosa, por ende, le permitía coger algunas medicinas que necesitara y así pagarle cuando pudiera.

—¿Señor Pritchet?

Maxwell Pritchet, quien en ese preciso instante iba acompañado de otro caballero, mucho mayor que él pero igual de elegante, se detuvo y se giró al reconocer la voz de la dama.

—Oh, pero qué agradable sorpresa. Es la señorita sin nombre. —El comentario bromista de Pritchet le sacó una ligera sonrisa a la joven, quien se acercó a saludar con amabilidad a los caballeros.

—Buenas tardes —enunció educadamente Catherine.

—Este es mi socio, el señor George McNally —Pritchet empezó haciendo las presentaciones. Sabía que tenía ante él la oportunidad perfecta para conocer el nombre de aquella señorita que tanto le había cautivado desde su primer encuentro.

George McNally rondaba los sesenta y pocos años, al menos eso intuyó la joven Catherine al advertir el canoso cabello del caballero y sus notorias arrugas en el rostro y manos. Apesar de todo, el señor McNally sí parecía un hombre íntegro, al contrario que su joven y atractivo socio, Maxwell Pritchet.

El señor McNally se quitó el sombrero, revelando así su abundante y bien peinado cabello, tomando la mano de la chica para besarla una vez ésta le digera su gracia.

—Un placer conocerla, señorita...

—Davis, señor —dijo la chica, con una mirada juguetona dirigida a Pritchet antes de volver su atención al gentilhombre que sostenía su mano con piadosa mansedumbre—. Catherine Davis. Y el placer es mío.

—Catherine Davis —pronunció con dulzura el señor McNally—. Un nombre hermoso para una flor hermosa —añadió, para entonces plasmar un suave beso en el dorso de la mano de la chica.

Mientras tanto, Pritchet solo asentía ligeramente, sin borrársele del rostro una sonrisa victoriosa.

—Disculpe mi osadía pero ¿se encuentra bien? —inquirió al constatar los diminutos envaces de vidrio que sostenía la joven.

Las facciones de Catherine se contrajeron, no entendió la pregunta de McNally hasta que éste señaló los envaces.

—Ah. Lo siento —se disculpó—. Son para mi madre, está un poco enferma y las necesita.

—Entiendo —McNally asintió apesadumbrado—. Espero que se recupere pronto.

—Muchas gracias, señor McNally.

—Si necesitas algo, lo que sea, puedes pedírmelo —añadió Pritchet.

—Lo tendré en cuenta.

—Bueno, no le quitaremos más tiempo. Ha sido un placer conocerla, señorita Davis. Y espero que no sea la última vez.

—Lo mismo digo, señor McNally. Que les vaya bien.

Los encuentros entre Catherine y Pritchet se volvieron más frecuentes. Ambos jóvenes sentían una atracción el uno del otro que no se atrevían a confesar todavía.

ENCRUCIJADA: Amor o venganza [🔞]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora