03.

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Un rato después Guido y yo nos charlamos la vida mientras tomamos birra tras birra. Bah, en realidad yo le pregunto cosas de los shows y trato de que sea él el que habla porque no tenía nada que decir sobre mí. Sé que en algún momento me va a tocar hablar.

—¿Y vos qué haces de tu vida? Aparte de cruzar como el culo la calle.

Estamos borrachos, no en exceso, entonces nos hablamos con confianza y se siente como si nos conociéramos de antes. Confort es lo que siento.

—Mi vida es un quilombo, si no hablamos de eso hoy genial.

—Bue, te haces la misteriosa.

—No, boludo —me defiendo, riéndome. —Pero en serio, capaz en otra ocasión te cuente y me vas a dar la razón.

—O sea que me querés ver de nuevo.

—¿Qué?

—Dijiste en otra ocasión.

—Ah, sí —me pongo nerviosa porque no me dí cuenta y juego con la chapita de la lata que quedó pegada en la misma. —Bueno, salvo que esto sea una amistad de una noche y ni nos vimos.

Guido me saca la chapita de la lata y lo miro, encontrándome con su mirada que es bastante penetrante e imponente. Un par de mechoncitos rubios se le escapan por abajo de la gorra que tiene puesta con la visera hacia la nuca, y tiene unos labios carnosos y rosas que me embobo viendo. Se dá cuenta porque sonríe mostrando los dientes, y yo me pongo nerviosa de nuevo.

—Bueno... —murmuro, despegando mi mirada hacia alrededor. Todos seguían más enérgicos que antes bailando. —¿Qué hora es?

—No tengo idea, ¿estás apurada?

Reconozco el tonito desafiante.

—¿Te importa? —respondo de igual forma, enfrentándolo. Él se ríe y cuando tira la cabeza hacia atrás puedo ver bien su cuello masculino. Basta.

—Sí, me importa —dice sentándose más cerca de mí. —Sos la única razón por la que sigo acá.

—Que razones chotas debes tener entonces.

—Ahí no estoy de acuerdo —dice muy cerca de mi cara. —La verdad sos una muy buena razón.

—¿Sí?

Me acerco un poco más, atraída como si fuese un imán. La peleita de miradas sigue un poco más y yo no pienso perder.

—Buenísima.

Su mano viaja a mi pierna, por encima de la rodilla, y siento que se me eriza la piel.

—Estás jugando fuerte, eh...

—¿Yo? Nada que ver —murmura haciéndose el desentendido. Me muerdo el labio mientras sonrío.

—¿Así querés que sea esto? —mis dedos recorren su hombro y bajan por su brazo marcado haciendo líneas imaginarias. Su piel se eriza.

—Te llamás Cielo pero sos bien infernal.

Suelto una carcajada por su ocurrencia. Es un chamuyero de manual.

—Te llamás Guido pero sos un chamuyero.

—No, malísimo —dice arrugando la nariz, y me cruzo de brazos y le saco la lengua, dándole la espalda. De repente siento el calor de su pecho contra en mi espalda y sus manos en mi cintura. —Si me volves a mostrar esa lengua agarrate.

—No me desafies —pido sin moverme, sintiendo cómo el calor que irradian sus manos parece expandirse por mi cuerpo.

—Te advierto.

Enarco una ceja y me giro para sentarme frente a frente y poder verlo, encontrándome con su mirada expectante y curiosa. Me paro y veo sus ojos pasearse por mis piernas con poco disimulo, pero como siempre digo, los ojos están para mirar así que no me molesta.

—Vení, vamos a bailar.

—No, ni en pedo —se niega, y se abre otra birra para darle un trago enseguida.

—Dale, ortiva, vamos —insisto y no le doy opción porque tiro de su mano, llevándomelo. Suena una canción movida en inglés pero no tengo idea de quién es, pero me gusta el ritmo y todos parecen conocerla porque también bailan. Bailo levemente, Guido está inmóvil frente a mí tomando la birra y mirando alrededor con cara de pocos  amigos.

—Para ser una estrella de rock sos bastante ortiva —le digo, y su mirada me encuentra. No dice nada, solo me saca la lengua. —Que mal educado.

Suelta su típica risa burlona, y aprovecho la oportunidad para bailarle e intentar que al menos haga un par de movimientos. Mis brazos rodean su cuello y su mano libre, porque en la otra tiene la lata, va a mi cintura.

—No puedo moverme sola —digo cerca de su oído dando a entender un doble sentido. Sus dedos se clavan con un poco más de firmeza en mi piel.

—Dios, piba... —suspira. —Me estás matando.

Sonrío.

—¿No vas a bailar? —pregunto, y él niega. Igualmente yo tampoco bailo, solamente estoy abrazada a su cuello, hablándole al oído con la certeza de que eso le gusta. Abro la boca y deslizo la punta de la lengua por su lobulo una única vez. Su mano me aprieta.

—¿Por qué no nos vamos? —me dice con su voz grave.

Lo miro y puedo ver unos ojos más oscuros y brillosos.

—Bueno, pero primero quiero pasar al baño, ¿dónde era?

—Allá, veni —dice dándome la mano y llevándome. Era el mismo donde fui al principio de la noche y estaba vacío. Guido esperó en el pasillo de afuera, yo entré y me miré al espejo.

En realidad no quería ir al baño como tal, así que me asomé al pasillo.

—Guido.

—¿Qué pasa? —pregunta él guardándose el celular y acercándose. Ya se había terminado la lata porque no la tenía.

Tiro de su mano cuando está cerca y me acerco a su cara, atrapando sus labios sin permiso. Él reacciona instantáneamente, acercándome más a su cuerpo mientras sus palmas me agarran del culo. Es un beso para nada suave, ni delicado, sino lo opuesto, era brusco, salvaje, desesperante. Escuchamos unas risas femeninas en el pasillo y nos separamos, pero Guido tiene una reacción rápida y me mete con él en un cubículo, escondiéndonos de quienes venían. Estamos metidos en ese cuadradito donde la única forma que podíamos estar era pegados uno al otro. El rubio se lleva el dedo índice a los labios pidiendo silencio. Tiene los labios rojos por el beso.

Las dos voces femeninas se dejan de escuchar y ellas se van, pero para ese entonces Guido y yo no tenemos intenciones de salir y nos estamos comiendo a besos de nuevo. Siento que una de sus manos baja por mi abdomen y me desabrocha a ciegas el botón del short. Arqueo la espalda cuando su mano se mete por debajo de mi ropa interior y la yema de su dedo zigzagea por mi intimidad.

Nos dejamos de besar y se me escapa un gemido involuntario. Él me mira y me hace seña de silencio, mientras eleva una de mis piernas y me hace apoyar el pie en el bordecito del inodoro, para así tener más acceso entre mis piernas. Me contengo para no gemir pero se me vuelve imposible. Otro grupo de chicas entra al baño y pienso que él va a parar, sin embargo sigue moviendo sus dedos en mí y yo retengo gemidos. Se me escapa uno y nos miramos. Su mano libre se apoya contra mi boca, cubriéndola e impidiendo que los sonidos se escaparan para que no nos descubran.

De esa manera tan particular el rubio desencadena el éxtasis en mi ser dejándome libre cuando se asegura de que ya no iba a gemir. Mi respiración queda agitada. Él vuelve a abrochar mi short y baja mi pierna, y así como si nada, con una sonrisa cómplice y satisfactoria, sale del baño y me deja todavía procesándolo todo.

tarde .guido sardelli.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora