12.

991 77 14
                                    

La burbuja perfecta llena de paz en la que estuve esa noche con Guido fue seguida de un huracán de desgracias la siguiente semana. Papá cayó en cana por comprar drogas ilegalmente, Leo gasta sus últimos pesos en intentar pagarle a un tipo al que le deben y, como no alcanza para saldar la deuda, yo tengo que llegar a un extremo que siempre me negué a alcanzar de nuevo salvo que una situación lo exija. Esta es una. No voy a dejar que a mi familia le pase algo si puedo evitarlo, y puedo, aunque no quiera.

Estoy en el bar de uno de los hoteles más caros de buenos aires, con una pollera negra bastante subida, un top que deja poco a la imaginación, labios fucsias, zapatos altos. Hecha un gato, básicamente. Unos minutos después de estar ahí fingiendo bailar un poco, mi momento de actuar llega cuando diviso a un hombre cuarentón, con guita, mirándome dd arriba abajo. Le dedico una sonrisa leve y él se acerca haciéndose el galán.

—¿Cómo te llamas, linda? —pregunta en mi oído para que pudiera escucharlo a pesar de la música. La nariz se me llena de olor a perfume caro y fuerte.

—Sofía —miento, creándome la identidad falsa —, ¿y vos, lindo?

—Que lindo nombre, Sofi. ¿Tomamos unos tragos? —me pregunta, sin decirme cómo se llama. Seguro es alguien conocido, acá vienen muchos empresarios y gente del ambiente. Sonrío y asiento, dejándolo llevarme de la cintura hacia la barra.

Mi cabeza empieza a activar sus mecanismos de defensa y bloquear cada una de las sensaciones, preparándose para el desenlace de esa noche. Comienzo con unos tragos, unas caricias sugerentes, siguen los besos, y la habitación del hotel en la que ya había estado una vez, casualmente.

Antes de irme agarro la plata que me deja en la mesa de luz y la cuento, después me la guardo, saliendo de la habitación y dejándolo ahí dormido.

Cuando llego a casa Leo está dormido en el sillón con unos papeles en las manos, y al escucharme se despierta.

—Tomá —le digo, tirándole el fajito de billetes agarrados con una gomita elástica. Él lo atrapa antes de que le dé en la cara.

—¿Qué... de dónde sacaste esto? —pregunta confundido y somnoliento, levantándose. Me voy a mi cuarto, sacándome los zapatos. —Cielo, contestame.

—No me jodas, ahí tenés la guita para sacar a papá. Es la última vez que arreglo sus cagadas —digo seria y enojada, yendo hacia el baño para desmaquillarme.

Me siento sucia pero al menos no siento más nada, ni siquiera angustia.

Mi hermano parece tener ganas de joderme la noche porque decide seguirme y, apoyado en el marco de la puerta, me mira.

—Cielo, ¿de dónde sacaste esto?

—¿Qué te importa? Buscaban plata, acá esta. Pagale a quien sea que le deben y dejense de hinchar las pelotas —respondo agobiada y quiero cerrarle la puerta pero se pone en medio y forcejea. —¡Salí, boludo!

—¿Te cogiste a alguien? —me pregunta sin moverse, ignorando que trato de encerrarme y que quiero estar sola.

—¡Salí, déjame en paz!

—¡Contestame, Cielo!

Al límite, dejo de forcejear y pego un manotazo a las cosas que hay en el lavamanos tirando al suelo un cepillo de pelo, la pasta dental, el jabón liquido. Un espejo mío de mano que había ahí también cae y se rompe.

—Sí, me cogí a un tipo por plata. ¿Y sabes qué? Fue por tu culpa y la de papá —suelto con rabia y el calor de las lágrimas me recorre las mejillas. Mi hermano me mira descolocado y después con lástima. —Ahora déjame en paz. Quiero estar sola.

—Cielo.

Me largo a llorar con un desconsuelo que desconocía llevar conmigo, una angustia gigante que empieza a liberarse de mí. Leonardo quiere acercarse pero lo empujo. También llora.

Las semanas siguientes ya había conseguido un laburo que no involucrara vender mi cuerpo. Era un puesto de flores de una señora muy amable y dulce que no pudo encontrar mejor momento para aprecer como un ángel. De todo lo demás estaba desconectada, incluído Guido, que me mandó un par de mensajes a los que apenas respondí para finalmente dejarlo en visto. No me daba la cara para hablarle de nuevo. Me sentía una forra.

Sin embargo el que aparece a pesar de que tampoco le había respondido es Pato, alegrándome la mañana.

"Qué haces, Cielín. El sábado hacemos un asado con los chicos, Benja, Pau, mis hermanos, solamente. Venite!"

Para ese entonces es obvio que todos saben que me peleé con mi hermano, seguro fue él el que difundió la pelea, aunque sin dar motivos, ya que Leonardo era casi tan reservado como yo. Me inquieta un poco ir, no sé si es lo correcto. Releo el mensaje un par de veces más, imaginando distintas situaciones.

"No prometo nada jaja"

"Si te tengo que rogar lo voy a hacer... no jodo"

Sonrío. Pato es un personaje.

"Te diría que no sólo para verte rogar"

"Sos mala eh..."

Cuando llega el sábado ya estoy decidida a ir, o más bien obligada porque desde el jueves que Pato no deja de mandar mensajes recordándome el asado y rogando que vaya. Seguramente iba a ir, pero era divertido ver cada mensaje suyo.

Hubo un momento en el cual mandaba audios, y en uno llegué a escuchar la voz de Guido de fondo, cosa que confirmo cuando vuelvo a escuchar esa parte del audio unas cuántas veces, y siento angustia. Lo extraño, lo necesito, y quizás cuando me vea no me de bola y no lo juzgo, pero me conformo con poder escucharlo reírse por lo menos una vez y contagiarme de su energía un poquito.

----------
Hola, chiquis, gracias a quiénes comentan, me gusta mucho leerlas.
Y gracias por el apoyo que le están dando a la historia <3

tarde .guido sardelli.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora