28.

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Al día siguiente invito a Guido a cenar a casa, dudosa sobre mis habilidades culinarias pero segura de que alguna forma voy a tener para ingeniármelas. Él llega puntual a las ocho de la noche con varias latas de birra en una bolsa del super.

—Me encanta ese buzo, ¿es nuevo? —pregunto cuando entramos a la cocina. Es negro, dice el nombre de la banda en letras blancas y tiene algunos detalles en blanco que no sé bien si son líneas.

—Lo tengo hace unas semanas, cuando quieras te lo presto —me dice sonriendo y se frena a mirarme de arriba a abajo. —Y vos te pusiste esa remera por algo especial? —me pregunta enarcando las cejas; también es de la banda, es la que tengo de mar del plata con la calavera y detalles en rojo.

—Sí, para honrar al invitado.

Guido sonríe y me agarra de la cintura plantandome un beso lento que me permite disfrutar de la textura de sus labios, percibir entre medio contra mi piel una leve barba que a la vista no se alcanza a ver casi. Huele a desodorante de hombre y a jabón. Es un beso que no quiero parar nunca, pero el sonido del microondas nos saca de la burbuja de a poco.

Me separo con lentitud a pesar de que él sigue repartiendo besos y mordiéndome los labios para que no pare.

—Esperá, sino se me va a arruinar todo —le pido riéndome, alejándolo contra mi voluntad con las manos en el pecho. Bufa y accede, rodando los ojos.

—A ver, ¿cuál es el menú, chef? —curiosea mirando todo lo que estoy cocinando y abre una birra, tomando de la lata para después compartirme. —¿Ñoquis?

—Un intento —murmuro y tomo un trago. —No me salió la formita.

Guido se caga de risa y lo fulmino con la mirada, devolviéndole la lata y yendo a ponerle sal al agua que puse a hervir.

—Lo tenés que hacer con un tenedor, amor —dice entre risas y me quedo ida en su última palabra, con el corazón estallado de felicidad. Él no parece notarlo y deja la lata, yendo a agarrar un tenedor frente a la mesa donde están los intentos de ñoquis que todavía no metí a hervir. —Mirá, vení.

Me acerco, tratando de estar atenta a sus explicaciones pero perdida en lo lindo que se ve enseñándome, en su paciencia, en la sonrisita.

—¿Se entiende? —me pregunta, mirándome. Asiento, pero la verdad no presté atención y él se da cuenta.

—Pero ya fue, dejemoslos así.

—Como alumna te pondría un uno —se burla y me deja un puntito de harina en la nariz. Me limpio y le saco la lengua.

—¿Qué culpa tengo de que el profesor este tan fuerte? —lo contradigo y me muerdo el labio. Él se ríe a carcajadas y lo noto levemente nervioso, volviendo a agarrar la birra. —Tan lindo todo nervioso.

—¿Qué decís? Pesada, ya te dije que nada que ver —se muerde el labio haciendo montonsito.

—Uy ajá, como digas —respondo sonriendo segura de que tengo razón. Me doy vuelta para mezclar la salsa pero antes que alcance la cuchara los brazos fuertes de Guido me rodean desde atrás y siento todo su cuerpo pegado a mi espalda, con su respiración a la altura de mi oído.

—Ojo, linda, o te lo voy a demostrar contra la mesa... —susurra en mi oído dándome corrientes eléctricas en el cuerpo. —de nuevo —agrega con picardía y me muerde el cachete.

—¡Guido! —me quejo de la mordida, soltándome. Él se ríe y se aleja rápido para evitar que se la devuelva. Suspiro. —Ya vas a ver después, ¿sabes? —le advierto entre risas y me encargo de terminar de cocinar, sino voy a terminar a los besos con él de nuevo y sé que así no vamos a cenar nada, y ni loca voy a desperdiciar este esfuerzo que hice para cocinar ñoquis.

tarde .guido sardelli.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora