26.

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Guido va de regreso adentro para avisarle a Pato que nos vamos a ir, yo no quise entrar así que decido esperarlo afuera a unos pasos de la entrada, pensativa, con la vista clavada en el Audi gris oscuro estacionado en la vereda de enfrente, el mismo en el que llegué. Tengo que olvidarme de eso, no repetirlo, no seguir con esa mentira y buscar un laburo que no implique venderme, por más berreta que sea lo que paguen. Este lugar lleno de gente de alta sociedad no es mi mundo.

-¿Tan rápido te plantó Guido?

Una voz femenina me habla y vuelvo la vista, encontrándome con la pesada de turno obsesionada con el rubio, claro.

-¿Qué? -pregunto, esperando haber escuchado mal. Es una mina tan confianzuda que no me extrañaría que esté queriendo hacerse la graciosa.

-Te vi llegar con Bruno, ahora te estas yendo con Guido, ¿trabajás doble turno hoy?

Es una mala leche.

-¿Qué te pasa, boluda? -contesto y me le pongo enfrente. Ni me acuerdo su nombre, sólo que es demasiado barbie.

-Ay, calmate, gordi -dice sonriendo y levantando las manos. -No es para que te enojes -me muestra la sonrisa más falsa que vi en mi vida, y eso que ví la mía. Hace una pausa y me mira con una ceja levantada, llevándose una mano al pecho. -¿Te llamás Cielo, no? ¿O sos Sofía? ¿O tenés algún que otro nombrecito escondido? -pregunta apropósito para provocarme, y da en el blanco porque agota mi poca paciencia.

-Me tenés podrida, idiota —le digo, empujándola de los hombros. Ella se queja y se tambalea un poco pero me enfrenta a manotazos torpes que alcanzo a esquivar con los brazos mientras le tironeo algunos pelos, aunque una de sus uñas de plástico llega a arañarme el pómulo.

-¡Eu, paren! -se mete Pato y se interpone entre las dos, alejándonos. Siento a alguien agarrando mi brazo que estaba en el aire listo para hacer volar una piña, y veo que es Guido.

-No, basta, Cielo —me pide. —¿Qué pasa?

-Ella empezó —se defiende la barbie. —Está re loquita esta piba, Guido -dice mirándome y señalándome. -Tené cuidado con ella, en serio.

Tiene los pelos revueltos, pero nada más, yo en cambio tengo la herida en la cara de sus uñas.

-Pero callate, ridícula, vos tené cuidado -le digo e intento hacerle frente de nuevo con una mano en alto, soltándome de Guido, pero ni alcanzo a tocarla que siento los brazos de él alrededor de mi cuerpo, impidiéndome moverme más. -¡Soltame!

-Cielo, escuchame, no le des pelota -dice, poniéndose en mi camino y mirándome, pero no lo puedo ver, estoy enfocada en la boluda y tratando de que él me suelte de una vez. Sin embargo cuando sus manos me agarran la cara con suavidad, me esfuerzo por mirar los ojos de Guido y suspiro, dispuesta a no armar más quilombo.

—Estás alteradita, medicate —escucho que dice ella por lo bajo, y me suelto de un manotazo de Guido pero me vuelve a frenar. La puta madre.

-Rajá de acá, Macarena —le dice Pato.

Ella murmura algo que no llego a escuchar y se va, volviendo adentro donde es el evento. Apenas siento que los brazos de Guido se aflojan y me sueltan, empiezo a caminar en dirección adonde se fue ella, pero él vuelve a agarrarme.

-¡Dios, basta, soltame de una vez, déjame en paz! -le grito, sacada. Tengo que desquitarme de alguna forma, más bien tengo que agarrarla a golpes.

-Cortala, Cielo, ya fue, no armes quilombo —dice Guido, frunciendo el ceño.

-¿Que yo no arme quilombo? Ah bue... dale, genial -digo sarcástica.

—¿Qué vas a hacer pegarle y después...?

—¡¿Qué te importa?! Problema mío —grito, suspiro con pesadez y apreto los puños, pero ya no quiero estar ahí, me tienen completamente harta todos. Quiero irme a otro lado. Guido sigue con la mano en mi brazo. —¿Me podés soltar, loco? Me voy.

—¿No ibas a venir a casa?

—No quiero ahora.

—¿Todo por un capricho?

—No es un capricho, no vas a entender —respondo seria, sé que no lo va a entender, ni siquiera tengo ganas de intentar explicárselo.

Él bufa y me suelta. Pato se aleja un poco para darnos privacidad aunque mi voz no suene demasiado baja.

—Siempre lo mismo —susurra Guido, y se pasa una mano por la boca, agobiado.

—¿Qué?

—Este show que haces, Cielo. Después de lo que pasó adentro esperaba que fueras vos la que me cuente todo y tratar de ayudarte pero no se puede, no te dejás.

—No vas a entender.

—Dejá de decir eso. ¿Qué sabes si voy a entender? —me interrumpe, enbroncado. Una venita se le marca en la sien y aunque no levanta su tono de voz, sí se nota el enojo en cada palabra. —¿Por qué mierda me prejuzgas siempre?

—Por todo esto, ¿no ves? No somos iguales, yo no encajo en estos lugares como vos.

—¿Entonces qué haces acá?

—No sé —respondo, levantando los hombros, y me paso las manos por la cara. —Te juro que no sé qué mierda hago acá. Estos lugares —señalo con la mano el lugar del evento —son para gente egoísta que vive en su burbuja, y yo no soy eso.

—¿Te estás escuchando? —pregunta, decepcionado. —¿Te parece que soy egoísta? ¿Que soy como el tipo con el que viniste hoy?

Tiene razón. Él me demostró muchas veces que no es un famoso egocéntrico al que sólo le importa la fama y la guita, sino todo lo contrario, es muy simple y reservado, mantiene su humildad, su carisma, su "normalidad" entre tantas cosas. ¿Por qué igual me da miedo abrirme?

Lo veo alejarse caminando, solo, y mis pies empiezan a avanzar a él cuando soy consciente de que está a mitad de cuadra y que no quiero dejar las cosas así de nuevo.

—Guido, pará —pido, y corro un poco hasta alcanzarlo en la esquina. Él se gira a verme y percibo sus ojos un poco aguados. Un remolino de angustia me comprime el pecho. —Perdoname, no te vayas.

—Me cansé.

—Te voy a contar todo lo que quieras, voy a ser sincera, en serio —pido con una desesperación que me resulta extraña y conocida. Se me forma un nudo en la garganta. —No te vayas —susurro.

—Necesito pensar.

Lo dice serio, seguro, enojado. Siento que algo en mí se rompe. Estoy desesperada. Lo estoy perdiendo. No puede ser.

—Hablemos, por favor —insisto intentando no perder la cordura, demostrándole que lo digo en serio.

—Ahora no.

—Ahora —lo interrumpo y le agarro las manos. —Vamos a tu casa como dijiste y...

—Cielo —me nombra, sin cambiar la expresión seria.

—Por favor... —susurro con un hilo de voz. Se me caen las primeras lágrimas pero no me importa que me vea llorar, ni rogarle, en realidad no me importa nada. No quiero perderlo, no me queda mucho más.

—Hablamos cuando estemos listos.

Lo miro a los ojos y me pregunto por qué me está abandonando, por qué está haciéndome lo mismo que me hacen todos. Le suelto las manos. Guido intenta secarme las lágrimas pero le doy un manotazo, alejándolo, y lo miro con bronca. No hace falta soltar los insultos o las palabras que se me pasan por la cabeza, estoy segura de que se lo transmito tanto como él me transmitió que se cansó de mí.

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B

uenas o no tan buenas 💔
Después de esto hay que escuchar diez días después y sacrificios en loop jaja 💔

tarde .guido sardelli.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora