10.

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Cuando Cielo sale del bar el frío le da en la cara y el alcohol le baja de golpe, mareándola. Va caminando en zigzag, con una mano apoyada en la pared a modo de sostén, pero en apenas un par de pasos se detiene junto al cordón de la vereda para sentarse ahí. No mira nada en específico, capaz la calle, pero está borrosa por el pedo que se agarró y porque está llorando.

Una risa chillona le aturde los oídos y arruga el entrecejo levantando la mirada.

—¿Cielo? Qué haces acá.

Guido se le acerca preocupado y se agacha a su altura, y la chica de la risa chillona, la colorada, queda atrás mirándola desconcertada. Parece que nunca vio a una borracha llorando sola.

—Guido de Airbag, qué onda —lo saluda Cielo con una sonrisa como si no tuviera los cachetes llenos de lágrimas, sin moverse de su lugarcito. —Estoy tomando aire —dice, sintiendo las palabras pausadas arrastrándose de su garganta porque uno en pedo gesticula menos, aunque se esfuerza por ser la excepción a la regla. —En un toque ya me voy.

—¿Estás sola? —le pregunta él, serio, sin mover un solo músculo para sonreír o reírse.

—No, con vos —lo jode ella y suelta una risa —Sí, boludo, con quién querés que esté.

Guido suspira y se gira, poniéndose de pie. Cielo lo saluda con la mano despidiéndose y enseguida apoya la frente en la misma mano, cerrando los ojos. Le duele la cabeza, le da vuelta todo y tiene una licuadora de emociones que no puede controlar.

—Cielo.

Al escuchar la voz abre los ojos, él sigue ahí, la colorada no. Guido se agacha a su altura y la toma del mentón con una mano.

—Pensé que te habías ido —susurra y corre la cara para que la suelte.

—No te voy a dejar sola, menos así. Vení, vamos —pide el rubio tratando de convencerla para que se levante. Aparte la nota desabrigada con ese top que le deja los brazos, el pecho y el abdomen descubiertos, pero ella no parece darse cuenta siquiera.

—¿Sos joda? Andá con esa colorada mortal, no seas gil —responde frunciendo el ceño. —Yo estoy joya.

—No estoy jodiendo, Cielo —insiste Guido, parándose. —Levantate, dale.

—Dejame en paz, Guido —pide harta y no se mueve, sino que se abraza a sus propias rodillas y mira a otra parte. Se da cuenta que Guido en vez de irse se sienta al lado suyo y el calorcito que irradia su cuerpo cerca hacen que empiece a sentir el frío donde no la alcanza.

—No sé qué te anda pasando, Cielo, pero aunque no llevemos mucho de conocernos podés contarme lo que quieras y te voy a escuchar, dar una mano si puedo. No seas boluda.

Cielo solloza y Guido ve que está llorando de nuevo pero no la presiona ni dice nada más, y es lo que ella necesita, porque por fin le da atención bajo una mirada cansada y apagada.

—¿Podés abrazarme? —pregunta con la voz baja y quebradiza. Se ve indefensa. Guido no dice nada y la abraza, conteniéndola sin saber lo mucho que para ella significa que alguien esté en ese momento. Los brazos del rubio frenan el frío en su piel, y ella apoya la mejilla en su hombro. No tiene que pedirle si pueden quedarse un rato en silencio porque no hace falta, ambos lo hacen.

—Mi viejo y mi hermano volvieron a tomar y drogarse —confiesa de repente, sorprendiendo a Guido que no esperaba la revelación. Cielo esta calmada moviendo entre sus dedos una pulserita roja que cuelga de la muñeca de él. —Mi papá volvió hace una semana, nos dijo que estaba en rehabilitación y que quería cambiar, boludeces así. Con mi hermano le creímos pero no pasaron ni veinticuatro horas que los dos desaparecieron hasta la madrugada del día siguiente, drogados. Discutí con ellos y me encerré hasta que me desperté en algún momento y no estaban. Pero tampoco estaba mi compu, un parlante, la tele... —hace una pausa breve. —Leo había dejado toda esa mierda hace años. De mi viejo ya nada me sorprende, ¿pero Leo? —dice dolida, incrédula, y se le escapan varios sollozos.

tarde .guido sardelli.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora