"El bibliotecario" ||Final||

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Parte 3 •Final•

Santo Cielo. Sus rodillas se debilitaron, y casi colapsó en el piso. Ella realmente iba a hacer esto.

—Dame palmadas en el culo.

Sus labios se curvaron hacia arriba en una malvada sonrisa.

—Con mucho gusto. Date la vuelta e inclínate en el estante.

—No estás sorprendido.

Se rió.

—No lo creo.

—Pero..

—Date la vuelta.

Hizo lo que le pidió, sintiéndose como si hubiera sido transportada hacia un sueño. Un extraño y pervertido sueño que le haría despertar cubierta de sudor y caliente como el infierno. Le rogaba a Dios que él no tuviera intenciones de dejarla insatisfecha.

Miró por sobre el hombro y lo vio sacar un grueso marcador de libros hecho de cuero de un catálogo que yacía en el gabinete de arriba. Lo golpeó contra su mano y sonrió.

—Esto lo hará muy bien.

Ella no podía hablar. No podía respirar. ¿Qué mier** estaba haciendo?

Él dejó el marcador de libros en el estante junto a la mano de Martina. Entonces sus cálidas manos se deslizaron por sus piernas, levantando el borde de su vestido de verano, deslizándose a lo largo de sus muslos hasta que se lo subió completamente alrededor de su cintura. Pasó sus dedos por debajo del cinto de las bragas, y recordó que usaba su tanga de satén rojo.

—Mmmm. Sabía que eras una chica pervertida.

La verdad era que habían sido el único par de bragas que tenía limpias, pero no se molestó en corregirlo. No que pudiera hablar de todos modos.

Bajó sus pantaletas todo el camino hasta sus tobillos. Ella se las sacó, y él le dio un ligero golpe en el cul*.

—Separa tus piernas".

Se quedó sin aliento, pero hizo lo que le ordenó. Las sala de archivadores era fría y el aire freso la hizo incluso más conciente de cuan expuesta se hallaba. Sus mejillas se sonrojaron otra vez.

—No te muevas.

Tomó el marcador de libros. Las manos de ella temblaban donde se apoyaba en la plataforma. Pero la humedad goteaba por su conc**. No había estado así de excitada en años.

¡Palmada! Él golpeó su culo con el marcador de libros. Se quedó sin aliento. Maldita sea, eso dolía.

Antes que pudiera recuperar el aliento, la zurró nuevamente. Dolía, pero la sensación parecía ir directo a su clítoris. Se inclinó hacia delante y le susurró en su oído.

—Di 'rojo' si quieres que pare".

Ella asintió. Él lamió su cuello otra vez, enviándole oleadas de calor a través de su cuerpo. Luego dio un paso atrás y la nalgueó nuevamente. Se mordió el labio para contener un chillido.

La palmeó una y otra vez. Más rápido y más duro con cada acometida. Su ***** ardía, pero se hallaba tan caliente que no podía evitar hacer rodar sus caderas, y luego volverse hacia las bofetadas. Maldición, necesitaba que la foll-aran. Esto era tan bueno como había imaginado que sería.

De pronto él se detuvo. Se giró para mirarlo. Su pecho subía y bajaba, y sus ojos estaban muy abiertos y llenos de necesidad. Sostuvo su mirada mientras alzaba la mano por entre sus piernas y jugaba con su clítoris.

Ella se quedó sin aliento.

—Más.

—Dime qué es lo que quieres.

—Quiero que me folles.

Él dejó caer el marcador de libros y alcanzó el cierre de sus pantalones. Lo observó con los ojos muy abiertos mientras se desabrochaba el botón y se bajaba la cremallera. Su polla era tan larga y dura que sobresalía más allá de la cintura de su bóxer negro. Ella se lamió los labios y trató de recordar cómo respirar.

Jalando la billetera de sus pantalones, sacó un condón. Empujó sus pantalones y ropa interior lo suficientemente como para liberar su verga, la cual cubrió en tiempo record.

—Ábrete más", ordenó con voz entrecortada mientras se paraba entre sus piernas.

Ella amplió su postura y arqueó su espalda, dándole el acceso que necesitaba. Empujó profundamente y no pudo contener un grito. La montó fuerte y rápido justo como la había zurrado. Martina sintió que se disparaba hacia el orgasmo más rápido de lo que nunca antes le había sucedido. Maldita sea si no era tan bueno como aseguraba. Él envolvió su cuerpo con su mano para jugar con su clítoris, y ella explotó como fuegos artificiales. Sus músculos internos estrecharon su verga, y Jorge dio un grito ronco. Bombeó en su interior llenándola con cortas y profundas estocadas mientras se corría.

Ninguno de los dos se movió por varios segundos. Entonces escucharon que la puerta se abría al final del pasillo. "****". Jorge se salió de ella y le alisó el vestido. Se apresuraron alrededor de la esquina del pasillo mientras oían que unos pasos se acercaban. Trabajó frenéticamente para meter su camisa dentro y cerrar sus pantalones.

Ella intentó disminuir su respiración mientras alisaba su vestido y se peinaba con los dedos. Los pasos se acercaban. El pánico la golpeó.

—Mis bragas, susurró.

Él sonrió y palmeó su bolsillo,

—Las tengo.

Los pasos siguieron de largo y continuaron hacia el final del pasillo. Oyeron que se abría una puerta mientras el intruso entraba en la habitación adyacente.

Una vez que el miedo a que los detectaran murió, la vergüenza golpeó. Las mejillas de Martina comenzaron a calentarse tanto como aún lo estaba su trasero. Estudió los estantes para evitar mirar a Jorge.

—Ahora, vamos a buscar esas cartas.

Sus palabras la asustaron, y se forzó a sí misma a mirarlo. Sus gafas ya no estaban torcidas, y su cabello lucía frescamente estilizado. Era una vez más, y en cada pulgada, el bibliotecario arrogante que mantenía el poder sobre los materiales que ella más necesitaba.

Aparentemente, estaban volviendo a sus funciones originales. No podía decidir si debía sentirse enojada o aliviada. Entonces recordó que no llevaba bragas. Ella le tendió una mano.

—Necesito mi tanga.

Él sonrió y sacudió su cabeza.

—Puedes volver por ella el próximo sábado.

The End.

One Shot's ||Jortini||Donde viven las historias. Descúbrelo ahora