C u a t r o.

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Se frotó los ojos con las manos y después volvió a poner su vista en el piso pero la foca seguía ahí, sólo que ahora se veía mal.
Asustada, corrió de nuevo al escritorio y borró lo que había escrito. Cuando se dio la media vuelta, la foca había desaparecido.

- Tengo que estar soñando se decía a sí misma, cerraba los ojos y luego repetía lo mismo.

Pero la libreta seguía sobre el escritorio y ella sobre la cama abrazando sus piernas.
Se levantó con lentitud y pensó que sería buena idea hacer una prueba más. Tal vez todo había sido producto de su loca imaginación.
Tomó el lápiz, ya que las plumas estaban inservibles.

Quiero mi cabello de color azul.

Era algo simple e imposible, su cabello no podría cambiar su tonalidad así como así.
Caminó hacia el espejo y cuando vio su reflejo volvió a gritar. ¡Su cabello era azul!

- Esto es imposible - dijo tomando su cabello y acercándose más al espejo.

Inmediatamente fue a borrar lo que había escrito y regresó frente al espejo, para comprobar que el cabello en su cabeza volvía a ser castaño.

- ¿Qué narices es esto? - se preguntó a sí misma.

Tomó su celular y marcó el número de su mejor amigo.

- ¡Phineas! - gritó en cuanto él respondió a su llamada.

- Hola. ¿Tan pronto me extrañas? - bromeó Phineas mientras se tallaba los ojos, había estado jugando video juegos desde que llegó a casa y los ojos le ardían.

- Tengo que verte, ahora mismo - ella ignoró su pregunta, su amigo siempre hacía ese tipo de comentarios.

- Guau, si que me extrañas - respondió el muchacho mientras sofocaba una risa.

- Phineas, cállate - le ordenó -. Me acaba de suceder algo muy loco.

- ¿Te secuestraron los extraterrestres?

- Te veo en media hora en el Café de Lola - su cafetería preferida -. Necesito contarte algo con urgencia.

- Suenas realmente preocupada así que ahí estaré.

Terminó la llamada y ella fue a pedir permiso a su madre para salir.

En cuanto pronunció el nombre de Phineas, su madre le dio permiso enseguida y hasta le dio un poco de efectivo. Se los agradeció y comenzó a caminar hacia la calle donde tomaba el autobús, con la mochila en el hombro y la libreta dorada en el interior.
Sentía que todos la observaban, o tal vez sólo era producto de su imaginación y de los excesivos nervios.
El secreto que guardaba ahora era mágico y nada creíble si nadie lo veía con sus propios ojos. Sentía la necesidad de compartirlo con alguien para estar segura de que no estaba alucinando, de que eso era realmente verdadero. Que la magia existía en ese mundo.

La libreta mágica.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora