3: Lágrimas saladas

7.6K 919 17
                                    

Aemma amaba profundamente a su madre y adoraba, a pesar de sus once días del nombre bien llevados, acurrucarse entre sus brazos para dormir.

Aún así, un tragedia llegó a su vida.

Había visto la reacción pacífica y serena de Helaena cuando le sucedió, pero en ella era simplemente la mayor tragedia de la historia, mayor que la Caída de la Antigua Valyria.

La señal de que se estaba convirtiendo en una mujer había llegado una fatídica mañana de verano.

Aemma miró la evidencia con el rostro desencajado mientras la Reina parecía más preocupada en que ella encuentre la calma.

—¡Por los dioses, madre!— Dijo la princesa mientras se enderezaba en toda su basta altura.— ¡Esto es horrible! ¿Qué tal si ahora Carax no me reconoce? 

Su madre carcajeó.

—¿De qué te ríes? ¡Oh, no! ¿Algo más en mi ha cambiado? ¿Acaso mis ojos ya no son violetas? 

—Preciosa, nadie lo nota más que tú, lo juro.— Contestó la Reina.— Traigan un baño caliente para mi princesa.

— Madre.— Sintió el beso en su blanquecinos cabellos.— ¿Podría ir a mi habitación?

— ¿Por qué?

— No tardan en llegar mis hermanos y...

— ¿Qué pasó? ¿Alguien está herido? —Pregunto Aemond al ver el desastre.— ¿Acaso te estas muriendo?

El pánico en su voz solo aumentó la incomodidad en Aemma, quien salió corriendo mientras lágrimas surcaban sus mejillas.

—¡Aemma!— Gritó Aemond mientras intentaba llegar a ella pero fue detenido por la reina.

— Eso fue muy descortés de tu parte, Aemond, eso no es de caballeros.

— Pero madre, ¿Qué sucedió? ¿Acaso está enferma?

—Que maleducado eres, Aemond.— Lo regañó por ultima vez mientras era vestida con premura por sus doncellas antes de salir en busca de su hija.

Aemma se había metido con todo y camisón en el agua fría de su baño de anoche mientras sollozaba en voz baja.

El corazón de Alicent se encogió. 

—Mi preciosa niña, el agua fría te hará mal, ven aquí con mami.

—  Aemond ya no me querrá , mamá.

La sorpresa embargó a Alicent.

—¿Cómo puedes pensar eso?, Aemond te adora.

— Ya no querrá estar conmigo porque estoy cambiando.— Dijo con molestia. 

—Ustedes son hermanos, mi preciosa niña.— Dijo con decisión.— Ustedes nunca estarán separados. Él te querrá siempre.

Luego de un baño caliente y una comida ligera Aemma estaba lista para enfrentar el día.

Se encaminó hacia el pozo dragón, muy a pesar de que su madre le había ordenar ir con los septos, ella necesitaba confirmar que Carax seguía reconociéndola.

— Buenos días, princesa.— Dijo su Guardia Jurado, Ser Criston Cole, que había designado por su madre.

—Buenos días, Ser.

Aemma, por primera vez desde que su padre, el Rey, admitió su inicio de entrenamiento junto a sus hermanos varones, se encontraba vistiendo un hermoso vestido rojo con dorado que su padre le regaló, aún así, llevaba una piedra preciosa de color celeste en su cuello, regalo de Ser Laenor, que la marcaba como lo que era en realidad, una Velaryon.

Aemma siempre caminaba con la cabeza en alto y los ojos brillantes de astucia dispuesta a desatar todos los males del universo para su propia diversión, aún así había algo que odiaba.

—¡El terror rosa!— Los gritos infantiles de Jacaerys y Lucerys Velaryon la tensaron de inmediato logrando que apriete los dientes.

Ingresó al lugar con los ojos ardiendo en llamas en el momento justo que un cerdo con alas hacía acto de presencia. 

—¡Dejadlo en paz, niños!— Dijo con altivez mientras sentía su corazón apretarse ante la imagen de su hermano avergonzado y triste.

— Hermana.— Intento disculparse Jacaerys pero era muy tarde, su hermana había visto rasgos de una maliciosa realidad, les gustaba molestar a Aemond por creerlo inferior a ellos por no tener un dragón.—Lo lamentamos, Aemma.

— ¡No es conmigo con quien tienen que disculparse!—Bramó la peliblanca mientras tomaba la mano de Aemond.—Nos vamos.

—¿Por qué siempre lo eliges a él? ¡Nosotros somos tus verdaderos hermanos!

— ¿Perdón?— Dijo ofendida.— ¡Sois terribles hermanos! Se la pasan molestando a Aemond.

—¡Pero Aemma!

— Pero nada.— Dijo colocando sus manos sobre sus caderas de forma casi teatral.— Espero que aprendan un poco, hoy nadie montará un dragon.

El silencio desbordó en el lugar, incluso Aegon pareció sorprenderse ante la fuerza de joven.

— ¡Lord!— Llamó al cuidado.— Se cierra el pozo dragón por hoy. 

— Princesa.

— No puedes tomar esa decisión.— Dijo Aegon.

— ¿No puedo?— Sonrió con astucia.— Bien, iré donde mi padre, el Rey, y le diré lo sucedido.

Los pequeños jadearon ante la imagen del Gran Rey Viserys, era bien sabido por toda La Fortaleza Roja, Aemma era su consentida y todo lo que ella pidiera o ordenase se le era cumplido.

— Tramposa.— Se quejó Aegon mientras se despedía de Fuego Sol, los demás lo imitaron con pesar.

Aemma disfrutó verlos irse derrotados con el ceño fruncido antes de tenderle la mano a Aemond.

— Muevete, iremos a entrenar mientras practicamos Alto Valyrio.

— ¿Qué? ¡Ya entrenamos hoy!

— ¿Así planeas reclamar un dragón?

Aemond boqueó ante la idea antes de sonreír.

— Vamos. 

—Espera.— Dijo recordando que su madre le había advertido no entrenar en su condición.— Ser Criston, entrenará con mi hermano hoy.

 ***

Aemma entró al comedor corriendo a los brazos de su padre, el Rey, quien no dudó en apretarla contra su pecho y llenarla de besos.

—Mi adora princesa.— Dijo luego de un rato.— Tengo noticias.

— ¿En serio, padre?

La mirada de Rhaenyra se enfocó en la menor, a su lado, Laenor parecía encontrarse sumergido en una niebla oscura a causa de la ultima notica.

— Debemos viajar a  Marcaderiva. 

—¿Ma-marcaderiva? —La joven princesa sabía que ese era el lugar de su verdadero padre.

—La hermana de tu padre, Lady Laena, ha fallecida.

Aemma miró a Ser Laenor con pena, todos parecían estar de luto pero ella no sentía nada más que incomodidad.

Ella no solía pasar tiempo con Lady Laena, aún cuando ella lo había intentado, Rhaenyra siempre encontraba alguna objeción.

Ella se acercó a Ser Laenor con lentitud, Jacaerys y Lucerys se encontraban aferrados al hombre quien la miró con sorpresa.

Aemma hizo una reverencia antes de tomar su mano y llevarla a sus labios.

—Lamento su perdida, Ser.—Pronunció en voz baja.

Toda la mesa se encontraba en silencio, aún así, la única que pareció sorprendida fue Rhaenyra cuando Ser Laenor se aferró a la niña entre lágrimas.


𝔸 𝔼 𝕄 𝕄 𝔸 ||  𝕃𝔸 ℂ𝔸𝕊𝔸 𝔻𝔼𝕃 𝔻ℝ𝔸𝔾𝕆ℕDonde viven las historias. Descúbrelo ahora