4: Los Dragones sin jinete

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Aemma hizo una reverencia a su tío Daemon, quien parecía totalmente desconsolado.

Sus pequeñas hijas, poco más pequeñas que ella, la miraron con sorpresa cuando Daemon le sonrió con tristeza.

—Has crecido mucho, Aemma.

—Al igual que Carax.—Contestó ella y Daemon no pudo evitar enderezarse para mirarla con atención.

—¿En serio? La ultima vez que lo ví parecía una lagartija al igual que tú.

Ella sonrió divertida.

—Eso fue hace muchos años, ahora ya puedo montarlo.

Las niñas la miraron con la boca abierta.

—Ellas son mis hijas, Baela y Rhaena.

Aemma sonrió ligeramente.

—Es bueno conocerlas, lamento su perdida.— Las menores asintieron aferrándose al brazo de su padre.

Daemon acarició sus manos antes de volver a mirar a Aemma.

— ¿Y tu madre?

— Se encuentra con Padre.—Señaló con el mentón al Rey y a la Reina, quienes se mantenían en un rincón con sus últimos vástagos.

Daemon no quiso corregirla por lo que asintió y le permitió marcharse.

***

Aemma se encontraba en el balcón de su habitación junto a Aemond disfrutando de las vistas mientras el anochecer achechaba sin contemplación.

Mientras Aemma abrazaba sus piernas disfrutando del silencio un sonido llamó su atención.

Un par de dragones jugueteaban en el cielo, sin jinete eran libres.

En silencio, como casi siempre que estaban juntos, los jóvenes Targaryen se miraron, no hacían falta palabras.

Nunca hicieron palabras entre ellos dos.

Aemond se puso de pie sacudiendo su ropa antes de extenderle la mano.

Aemma se encontraba aún en pijama, aún así, aceptó la aventura sin dudar.

Aemond la ayudó a ajustar su bata mientras salían a escondidas del castillo en medio de la oscuridad.

—¡Ven!— Grito Aemond cuando vio a Aemma quedarse estática mirando al cielo.

— No... yo... debo ir...— Balbuceó.

— ¿A donde? ¡Debemos ir por Vaghar!

— Debes ir tú.— Dijo con seriedad tomándolo por los hombros.—  ¡Necesito irme ahora!

—¿Qué? ¿No irás conmigo?

La pregunta de Aemond quedó como un susurro cuando sintió los labios de Aemma estamparse contra los suyos en un beso delicado.

— Esto es por si mueres, bobo.— Dijo antes de correr hacia el otro lado.

 Aemma corría por la colina de arena, ya muy lejos para volver al castillo, aún así estaba decidida.

Oyó un mortal rugido de un dragón color bronce retumbó bajo sus pies logrando que caiga contra la arena en un golpe sordo.

Se puso de pie tan rápido como pudo y corrió hacia el origen.

Sus ojos violetas se encontraron con un par de enormes ojos, casi de su tamaño, de color bronce, una llamarada fue lanzada al aire que a duras penas logró evitar mientras se resbalaba contra la arena bajo sus pies.

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