No hay dolor más grande para una hija que el rechazo de su madre.
¿Los monstruos se crean o se hacen? Rhaenyra lo descubrirá con 𝒜𝑒𝓂𝓂𝒶
Portada: @Spider_Kath ❤️
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Aemma no era capaz de mantenerse tranquila, la rabia por la usurpación no la dejaba dormir y el constante sangrado por el prematuro nacimiento de su hija, Visenya, no la dejaba respirar.
En algún punto sus pies la arrastraron colina arriba hasta llegar a un par de cascadas gemelas que desembocaban en un río sinuoso.
De pie ante ellas las observó alimentar el río en un flujo constante, el ensordecedor sonido parecía calmar su abrumado temperamento y el dolor de sus pérdidas.
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Un sonido la estremeció pero no hubo temor alguno en ella, Vermithor, quien nunca la dejaba sola, rugió sin llegar a atacar al jóven dragón que sobrevolaba la marea.
Sin dudarlo esperó a que Vermithor se acerque lo suficiente y subió, ignorando atarse a su silla.
Llegó a lo alto y logró reconocer al hombre que se encontraba ahí.
Un asentimiento fue suficiente para invitar a Lucerys Velaryon a conversar en tierra.
Aemma, custodiada por la Reina Madre, Alicent, y la princesa Rhaneys, fue escoltada hasta el Trono de Dragonstone.
Lucerys no pudo evitar hacer una mueca, el trono que alguna vez portó Visenya Targaryen fue reformado y convertido en una cabeza enorme con el hocico abierto, como si estuviera apunto de lanzar fuego y, en el centro, Aemma lo miraba con evidente desconfianza.
¿Quién era él para ir a clamar la paz? Solo un hombre desesperado por la protección de sus dulces niños.
No podía perderlos y ellos no serían dañados como efecto colateral, así como no podía evitar declararse para alguna de las causas.
Su madre se lo dejo en claro, ella no daría su brazo a torcer fácilmente, por lo que sus esperanzas de frenar una guerra estaban en su hermana mayor quien vestía una armadura y, definitivamente, su traje de guerra.
