05. Las Reposteras.

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La pastelería se llamaba Vesubio, y a pesar de tratarse de un local pequeño, había sido decorado con mucho amor y buen gusto. Eso fue lo primero que atrajo a Silvana la primera vez que entró. Le transmitió la sensación de que sus dueñas le habían puesto mucho empeño a este emprendimiento. Y lo mejor fue descubrir que Vesubio no era solo una buena presentación, realmente había cosas muy ricas para probar. A Silvana no le gustaba abusar de las comidas dulces o con tanto valor calórico, pero estaba antojada de probar Chajá, un postre típico de Uruguay que estaba ganando mucha popularidad en Argentina, y que su vecina Sonia se lo había recomendado.

Al entrar al local le sorprendió que estuviera completamente vacío, y no... no se trataba solo de la ausencia de clientes. Ni siquiera las propietarias estaban allí. Esperó un par de minutos, mientras admiraba todos los postres y tortas que había en las vitrinas, pensando que le gustaría probarlos todos. Como nadie vino a atenderla, hizo sonar sus palmas; pero no hubo respuesta. Extrañada se acercó a la puerta que se encontraba detrás del mostrador. Estaba entreabierta y al asomarse entendió por qué las propietarias no la atendieron.

La más alta de las dos, rubia de ojos claros y pelo lacio, y piel bien bronceada, estaba sentada en un sillón, desnuda de la cintura para abajo y con las piernas abiertas. Recordaba que ésta era la que se había presentado como Karina el día que las conoció. A la otra la conocía como Rocío, de pelo negro y revelde y unos preciosos ojos grises y carita angelical. Esa misma estaba de rodillas en el piso propinándole una intensa chupada de concha a su esposa.

La casualidad quiso que Silvana entrara justo en el momento en que la concha de Karina explotó. Una serie de chorros de líquido transparente saltaron contra la cara de Rocío y ésta se entusiasmó mucho con este regalo y empezó a chupar más fuerte y con más ganas, sin siquiera apartarse. Toda su cara quedó cubierta con este líquido vaginal.

Karina gemía y su cuerpo se sacudía con fuerza. Silvana supuso que estaba teniendo un intenso orgasmo. Fue a mitad de este proceso cuando la rubia giró su cabeza y la vio.

—Ay! —Gritó y se puso inmediatamente—. Ay... ay... perdón, ah... uhmmm ya te atendemos. Te pido mil disculpas.

Rocío también pareció asustarse, pero se mantuvo muda, mirando a la recién llegada con los ojos bien abiertos.

—No, no... la que tiene que pedir perdón soy yo —dijo Silvana—. No debí entrometerme de esa manera. Es que... como nadie me atendía... creí que les había pasado algo malo. Me asusté.

—Agradezco tu preocupación —dijo Karina, con una gran sonrisa, ni siquiera se molestó en cubrir su desnudez. Silvana notó que tenía una concha muy bien formada, completamente depilada... y sin marcas de bronceado—. Danos un minuto y te atendemos. No te vayas, por favor...

—Okis. Las espero en el local.

Silvana siguió revisando las vidrieras sin poder borrar de su mente la impactante imagen erótica con la que se había encontrado. Se sentía mal por haberse metido en la intimidad de esas dos mujeres y si bien prefería volver a su casa y hacer de cuenta que nada había pasado, sabía que huír en ese momento solo haría que Karina y Rocío se sintieran muy mal. No quería que eso ocurra.

La pareja de lesbianas salió del cuarto del fondo, Rocío aún se estaba secando la cara con una toalla y Karina tenía el pantalón desabrochado, podía ver su ropa interior.

—Vuelvo a pedirte disculpas por lo que ocurrió —dijo Karina, definitivamente era la más habladora de las dos—. Aprovechamos un ratito en el que no entró nadie y... bueno, perdimos la noción del tiempo.

—Está bien, no pasa nada... me parece muy lindo que disfruten así de su matrimonio. Hay gente que cuando se casa pierde la chispa, pero se ve que eso no le ocurre a ustedes.

Mi Vecino SuperdotadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora