02. La Otra Amante.

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Durmió mal. Podría haberse quedado unos minutos más en la cama, pero ya no tenía sentido. Sacó las sábanas y las metió en el lavarropas, al regresar pondría un juego limpio.

Inició su rutina con un baño, como todos los días. Restregó su cuerpo con la esponja para quitar toda la suciedad, se sentía pegajosa. Odiaba tener que dormir cubierta de sudor... y de sus propios flujos vaginales.

Al salir de la ducha, usó un secador de pelo. Su cabello largo ondulado siempre le gustó, en especial porque bajo una buena fuente de luz algunos de sus mechones parecen más claros, algo que le da volúmen a su melena. Sin embargo, esa mañana no podía darle forma. Tomó un cepillo y se peinó con rabia. Quedó hecha un desastre. Optó por hacerse un sencillo rodete en la nuca y usó un palito con una mariposa en la punta. Eso al menos le daría un toque elegante.

Luego de lavarse los dientes contempló su cara frente al espejo y no quedó convencida. Tenía grandes ojeras, producto de una mala noche. Decidió ponerse algo de sombra y un poco de rímel. Quedó satisfecha con el resultado. El negro del maquillaje la ayudaba a realzar sus ojos grises. Le daba cierto aspecto felino que le gustaba mucho. Para los labios usó una pintura transparente que solo le aportaba un sutil brillo. Ya más tranquila con su apariencia, se vistió.

Camisa blanca y pollera negra hasta las rodillas, como siempre. Agregó a su atuendo unos anteojos de montura rectangular, a veces los usa para descansar la vista... y hoy sí que sus ojos necesitarían un descanso, los párpados le pesaban y aún no había comenzado el día. Se puso los tacos y salió.

Aún era temprano, pero tenía la esperanza de poder evitar a Osvaldo (algo muy difícil de hacer) y de pasar por alguna cafetería cercana en la que podría destinar treinta minutos a un buen desayuno. Lo necesitaba más que nunca. Estaba famélica y su cuerpo no arrancaría hasta recibir una buena dosis de carbohidratos y cafeína.

Abrió la puerta al mismo momento que su vecina de enfrente hacía lo mismo.

—Hola Sonia —saludó con una sonrisa automática—. ¿Qué tal? Buen día.

Sonia era una mujer soltera de unos cincuenta y cinco años que se mostró afable con Silvana desde el día en que comenzaron a ser vecinas.

—Ay, hola Silvana. Buen día. Me agarraste justo que estoy yendo a la panadería.

—Ok, entonces bajamos juntas.

Las dos entraron al ascensor, que por fortuna tardó pocos segundos en llegar hasta ella. Silvana presionó el botón "Planta Baja" y cuando comenzaron a descender, le preguntó a su vecina:

—¿Vas a la panadería?

—Exacto —respondió Sonia, con una sonrisa—. Estoy antojada de unos cañoncitos con dulce de leche.

—Si querés te llevo en el auto.

—No es necesario. Voy a una nueva panadería que está acá a una cuadra, la abrieron hace poco unas chicas que son muy amorosas. Hacen unas tortas riquísimas, deberías probar el cheesecake. Delicioso.

—Ah, mirá... ya era hora de que tengamos una panadería más cerca. La otra queda como a siete cuadras. Voy a ir cuando pueda.

—No te vas a arrepentir. Em... por cierto, Silvana. ¿Sabés algo de la discusión de anoche?

—¿Qué discusión?

—Como a las tres y pico de la madrugada me desperté porque escuché que alguien discutía en el pasillo, me pareció escuchar tu voz.

—Ay, sí, era yo. Te pido mil disculpas —Silvana se puso roja. Suplicó que su vecina no hubiera visto la escena. ¿Cómo le explicaría que una mujer desnuda la estuvo tocando de forma indiscreta?

Mi Vecino SuperdotadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora