26. Recuperar el Control.

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La minifalda le ajustaba y si se descuidaba se le podría ver la tanga, pero aún así marchaba con la frente en alto. Sus compañeros de trabajo la desnudaban con la mirada. Ella los ignoraba con aire de superioridad. Quizás se ganaría el desprecio de algunos, le daba igual. No estaba allí para hacer amigos, sino para cuidar su dignidad.

Sí, tuvo que pasarse un par de largas horas comiéndole la concha a Vanina Marchetti; pero hoy esa Cruella de cotillón descubrirá que esta gata tiene garras.

Vanina se olvida que llegó hasta allí sabiendo hacer su trabajo, conoce cada detalle de los contratos de inversión, porque ella misma redactó muchos y se encargó de que otros tantos sean firmados. Buscó a Rogelio DiLorenzo, no porque tuviera ganas de verlo, sino porque lo necesitaba. Se lo llevó hasta uno de los baños del fondo de la oficina, esos que no usa nadie. No le dijo ni una sola palabra, le bajó el pantalón y se tragó toda su verga flácida.

Quizás después podría contarle sobre esto a Renzo, si es que él quería absoluta sinceridad. Le diría que le chupó la pija a Rogelio para poder acceder a una oficina en particular: la de su jefe José Nahuelpán.

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Minutos más tarde Silvana estaba en su oficina tomando un café para sacarse el gusto a semen de la boca. Le resultaba fascinante como algunos hombres eran capaces de largar tanta cantidad de leche cuando a su novio le salían apenas unos chorritos tímidos. Rogelio le rebalsó la boca con su descarga y le hizo tragar todo.

La puerta de la oficina se abrió y Vanina Marchetti entró como un toro en una corrida. Sus ojos estaban inyectados de ira.

—¡Fuiste vos!

—¿Eh? ¿De qué hablás?

—¡El contrato! No te hagás la boluda, Silvana. Ya lo teníamos listo, solo quedaba firmarlo...

—Me imagino que eso ya está hecho. ¿Tengo que atender ahora a los europeos?

—No. —Hizo una pausa y miró con odio a Silvana que sorbía plácidamente su café—. Volvieron a Europa. No sé cuándo van a volver, se fueron muy enojados.

—Pero... ¿qué pasó?

—No te hagás la boluda. Sabés perfectamente qué pasó. —Silvana no se dio por aludida, siguió mirándola con cara de sorpresa—. Hay irregularidades en la redacción del contrato. Y no puede ser. Margarita lo redactó y aseguró que estaba todo en orden. Alguien lo modificó: fechas, cifras, nombres de empresas. Todo mal. Obviamente no quisieron firmar.

—Oh... qué lástima. Quizás Margarita deba prestar más atención cuando redacta contratos. Son temas sensibles. No pueden tener errores —sorbito de café.

Vanina Marchetti sabía que Silvana seguiría negando todo, a pesar de que ella debía ser la culpable. Entendió el mensaje y supo que seguir por esa vía era inútil.

—Esta vez te lo dejo pasar, porque sí, admito que te presioné mucho. Pero si me hacés perder dinero, Silvana... vas a terminar en la calle.

—Quizás sea lo mejor para las dos. Acepto el despido, si es que hay una buena indemnización... porque sería un despido sin motivo, ¿cierto? También podríamos resolverlo en la corte, podría contarle al juez la clase de servicios que tuve que prestarle a tus inversores.

—No tenés evidencias de eso. Es tu palabra contra la mía.

—Los europeos están enojados con vos. Les prometiste un contrato y no se llevaron nada. En cambio a mí me aman. ¿De qué lado se pondrán en la corte? Me pregunto si querrán celebrar conmigo si gano el juicio. La pasaríamos de maravilla en la suite de un lujoso hotel.

Mi Vecino SuperdotadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora