13. Puta de Oficina.

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Mientras Silvana se dirigía hacia su oficina, pudo sentir la mirada de todos sus compañeros y compañeras siguiéndola. Ella avanzó con el pecho hinchado de orgullo, con las tetas al borde de destrozar su camisa. Sabía que le bastaría con una ligera inclinación de su cintura para mostrarle la concha a todo el mundo, porque esa minifalda no le cubría prácticamente nada.

"Dios, las cosas que tengo que hacer por culpa de Paulina", pensó. Pero sabía que no podía echarle toda la culpa a su amiga, ella siempre podía negarse a participar en estos jueguitos eróticos. Sin embargo, Paulina prometió que le mostraría algo realmente interesante (y que ese algo involucraba a Malik). La curiosidad de Silvana se disparó hasta el cielo.

Durante las primeras dos horas se encargó de realizar su trabajo con el profesionalismo que la caracterizaba.

José Nahuelpán, su jefe, se acercó a ella en dos ocasiones para preguntarle sobre auténticas tonterías que hasta un becario podía haber solucionado. Lo que Silvana no sabía era que José intentó armarse de valor para pedirle que, por favor, se abotonara la camisa. Pero no se animó a decírselo. Lo único que atinó a decir fue:

—Silvana, discúlpenme... usted tiene pechos muy... em... generosos. ¿No le da miedo que pueda ocurrir un accidente? —Por supuesto, los ojos de José estaban absolutamente perdidos en medio de ese gran escote que dejaba entrever el comienzo de un corpiño de encaje blanco.

—No me preocupa —respondió Silvana, sin dejar de prestar atención a sus tareas de oficina—. Si llegara a ocurrir, confío en que mis compañeros son lo suficientemente maduros como para no hacer un escándalo. Tal y como lo hicieron esa vez que Carolina se le rompió la pollera y quedó prácticamente en culo. Pobrecita, la de comentarios estúpidos que tuvo que aguantar.

—Em... sí, sí... lo recuerdo muy bien. Ya tomamos cartas en el asunto. Hicimos que esas personas se disculparan con Carolina y llamamos a una charla especializada en "comportamiento apropiado en la oficina".

—Exacto. Entiendo que todo eso fue muy bien, así que... no veo el problema. Además, sería muy extraño que ocurriera un accidente de ese tipo. Conozco mi anatomía.

—Muy bien, solo quería estar seguro de que no fuera un inconveniente para usted. Que tenga un buen día.

Cuando por fin se quedó sola, aprovechó para levantarse la minifalda y tomar algunas fotos de su concha. Se las mandó a Paulina y recibió una respuesta casi de inmediato:

—Me encanta ver tu concha; pero estás haciendo trampa. Ya sé que estás sola en tu oficina. Ahí hay poco riesgo de que alguien te interrumpa. Si querés mostrarme tu compromiso, sacate fotos en alguna otra parte... y los baños no cuentan.

—Maldita —respondió Silvana—. Más te vale que todo esto valga la pena. Porque me estoy jugando el trabajo.

—Va a valer la pena, te lo aseguro. Ah... y no te olvides de usar el dildo... lo quiero ver bien metido en tu culo —añadió un emoji que guiñaba un ojo.

Silvana se preguntó dónde podría sacar esas fotos sin correr riesgo de ser descubierta y se le ocurrió una idea brillante. Consultó los horarios de reuniones, y no había ninguna programada, eso significa que...

—La sala de reuniones está vacía —dijo en voz alta.

Llevó su bolso, donde escondía el juguete sexual, y se encaminó rápidamente hasta la sala de reuniones.

Era más amplia que su oficina, contaba con una mesa larga y doce sillas: cinco a cada lado de la mesa, y dos en los extremos. Si se apresuraba, podría sacar varias fotos. La próxima reunión sería dentro de tres horas, por lo que tenía tiempo. El riesgo estaba en que alguien del personal de limpieza quisiera entrar justo en ese momento.

Mi Vecino SuperdotadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora