Silvana se sentía fatal. En un arrebato de calentura dejó que Osvaldo se la cogiera (y por el culo). Y, para colmo, le mandó fotos a Renzo con la pija en la boca y la cara llena de semen. Se estaba haciendo la idea de que su novio la iba a dejar y eso la mortificaba.
Le recordó a la vez que perdió un celular. No fue el aparato en sí lo que echó de menos. Eso lo pudo reemplazar, y por un modelo más nuevo. Lo que extrañó fueron las fotos y videos que tenía guardados allí. Era un material bastante comprometedor. Cuando lo tenía en su poder, no sentía un gran apego por él, aunque lo revisaba a menudo... en especial cuando quería masturbarse. Era mejor que el porno de internet. Verse a ella misma en situaciones sexuales le provocaba algo especial.
Un par de días después de perder el celular sintió ganas de pajearse... y fue recién ahí cuando entendió el valor de esas fotos y videos... y sintió genuina bronca. Al día siguiente preguntó a cada compañero de trabajo si no habían visto su celular por alguna parte, porque ella estaba segura de que tuvo que perderlo ahí... o en la calle, cuando volvía a su casa. Nadie sabía nada. Tuvo que aceptar, con mucho dolor, que había perdido esa fuente de inspiración masturbatoria. Pero Silvana no sabía que pronto esas fotos y esos videos volverían para jugarle una mala pasada.
«¿Qué voy a hacer si Renzo me deja?», se preguntó mientras se bañaba. La ducha aún no había sido reparada. Era domingo, para comprar los repuestos debía esperar un día más. Su comportamiento inapropiado la hizo considerar por qué Renzo es tan importante para ella. Se acostumbró a él. Necesita alguien que esté con ella en esos días en los que no aguanta estar sola. También desea mantener viva la esperanza de poder formar una familia algún día, como están haciendo Dalina y Silvio... bueno, más o menos. Silvana pensó que no tiene sentido iniciar una familia con una relación en la que hay infidelidad.
«Esta vez sí le fuiste infiel. No lo podés negar. Y con Malik también». La voz de su consciencia estaba siendo muy crítica con ella. Por eso prometió portarse bien con Renzo, si es que no la deja. «Ya llegaste demasiado lejos, Silvana ¿qué te pasa? Tenés que enderezar tu vida».
Quería pasar un domingo sin sobresaltos. Se vistió con una de sus calzas deportivas, un top negro y salió a trotar por parque Rivadavia. A los pocos minutos se dio cuenta de que correr no estaba brindándole esa desconexión mental que tanto le gustaba. Por eso decidió caminar un poco, quizás eso la ayudaría.
No había hecho ni dos cuadras cuando pasó por la pastelería Vesubio, la de sus amigas lesbianas. Le sorprendió verla abierta un domingo. Entró para comprar algo rico. Si no podía matar la angustia con ejercicio físico, lo haría con exceso de azúcares.
Al ver que no había clientes ni tampoco nadie detrás del mostrador, Silvana sonrió. Sabía exactamente dónde tenía que buscar a Rocío y Karina. Llegó hasta la puerta trasera y al abrirla se encontró con una escena de lo más peculiar. Rocío estaba de rodillas en el suelo, completamente desnuda. Su pelo negro y alborotado estaba manchado con algo blanco que parecía crema. Esa misma crema estaba esparcida sobre la concha de Karina. La rubia estaba sentada en una silla, también desnuda, con las piernas bien abiertas.
—Oh, Silvana... ¡qué susto! —Exclamó la rubia.
—Perdón si las interrumpo.
—No pasa nada —siguió diciendo Karina—. Vení, entrá. Rocío está probando nuevas recetas de crema, para los postres.
—¿Siempre prueban así las nuevas recetas?
Rocío soltó una risita entre tierna y picarona.
—Sí —dijo—. Es una costumbre que tenemos desde hace tiempo.
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Mi Vecino Superdotado
Ficção GeralSilvana vive sola, tiene novio y ama la rutina. Tiene control sobre su vida hasta que el senegalés Malik se muda al depto contiguo. Ella descubrirá que la vida sexual de Malik es muy activa y los ruidos no la dejarán en paz.