Capítulo 40

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Entre la barriga, el calor y la sal del mar me estaba poniendo muy mal humor, y mi pobre novio estaba pagando por eso

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Entre la barriga, el calor y la sal del mar me estaba poniendo muy mal humor, y mi pobre novio estaba pagando por eso.

El sol se reflejaba en las aguas azules de Mónaco, convirtiendo el yate de Charles en un oasis flotante. Estábamos solos, solo nosotros dos y esa criatura que crecía dentro de mí, haciendo de las suyas con mis hormonas y mi paciencia.

Juliette estaba con Mason en Inglaterra, visitando a sus abuelos paternos. La liga había acabado, y como este verano no había Eurocopa ni Mundial los futbolistas tenían algo más de vacaciones.

—Charles, déjame —lo aparté cuando comenzó a acariciar mi cabello.

Él retiró su mano de inmediato, sorprendido por mi reacción, y su expresión se oscureció ligeramente.

—Lo siento —murmuró, alejándose un poco de mí.

Mi corazón se retorció de culpa por haberlo apartado así, pero mi mal humor persistía.

—¿Estás bien? —dijo.

—¿Por qué? ¿Tengo cara de estar mal?

—Solo me estoy preocupando por ti.

—No necesito que te preocupes por mí —respondí con frialdad, apartando la mirada y cruzando los brazos sobre mi pecho.

Él suspiró, resignado, y se puso de pie, caminando hacia el interior del barco.

Llevaba unos días insoportables. Lo sabía, Charles lo sabía, incluso el capitán del yate lo sabía. Mi humor era como una montaña rusa, y pobre de aquel que se encontrara en la trayectoria cuando decidiera que era momento de desahogarme.

Cada pequeña cosa me molestaba: el calor, el ruido de las olas, incluso el sonido del viento. Me sentía como si estuviera a punto de explotar, y por desgracia, Charles era el que recibía la peor parte.

Sabía que no era justo para él, que estaba llevando las cosas demasiado lejos. Pero en lugar de hacer algo al respecto, seguía adelante, como si estuviera empeñada en hacer de nuestra escapada algo mucho menos placentero de lo que podría ser.

Suponía que eran las hormonas del embarazo las que me tenían tan alterada, como si mi cuerpo estuviera jugando una broma cruel con mi estado de ánimo. Pero incluso con esa explicación, no podía evitar sentirme culpable por la forma en que lo estaba tratando.

Lo veía esforzarse por hacer que nuestro tiempo juntos fuera especial, preparando comida deliciosa, organizando paseos románticos por Mónaco, pero yo seguía encontrando formas de arruinarlo todo con mis arrebatos de mal humor.

RED LOVE - CHARLES LECLERCDonde viven las historias. Descúbrelo ahora