¿Por qué tenía que ser así? Me preguntaba si mi padre, desde la muerte, se estaba burlando de mí por lo difícil que estaba siendo todo. A pesar de que él mismo se había encargado de convertirme en la mujer que era, sabía que me guardaba resentimiento por no ser un varón, y porque su hijo murió conmigo en el vientre.Mire al señor Stoll una última vez, sin decir nada. Le dediqué una mirada asesina y di la vuelta buscando llegar a la oficina. Ya me había quedado sin las ganas de llamar a mi abogado, no quería meterlo en el asunto tan pronto. Si bien confiaba en él como abogado, tenía mis limitaciones en cuanto a quien confiar con respecto a los terrenos.
Ángel Ventura era un buen abogado, pero no estaba lista para compartir las cosas privadas con él.
Me detuve por dos segundo, estaba recta y sintiendo una mirada en mi cuello. En todo mi cuerpo.
— ¿No viene señor Stoll?— Ni siquiera yo supe que tono utilicé para referirme a él, pero mi cuerpo cosquilleo con su respuesta.
— Detrás de usted, señorita, siempre detrás de usted.
¿Había entendido bien? No perdí el tiempo pensándolo y entre. Segundos después, escuché sus pasos y lo vi sentarse, pero a diferencia de minutos atrás, frente a mí.
Podía ver sus ojos azules brillar con reto y avaricia. Tenía una de sus manos apoyada de la mesa, y la otra, parecía descansar en su pierna.
— ¿No ibas por tu abogado?— me pregunto Henry.
— Lo pensé mejor, y puedo ser mi propia abogada.
Todos los presentes me miraron con un toque de incredulidad, y sonreí. Me digné a hacerlo.
Aunque no era una abogada, mi menor en la universidad había sido leyes, quería estar al tanto de todas las reglas que no podía romper, en el mundo de los negocios y en todo lo demás.— Empecemos esto.
Iba a matarlo. Podía jurar que iba a hacerlo.
Teníamos una hora. Una maldita hora, y no llegábamos a nada. Solo sentía su mirada encima de mí, porque quien hablaba era su abogado.Y Henry, ese idiota solo se había el más difícil. Quería sacar provecho de lo que mi madre tanto se esforzó en conseguir.
Apreté mi mandíbula y mis puños debajo de la mesa. Solía tener el autocontrol de una roca pesada, era muy difícil moverme acorde a lo que los demás quisieran, pero estaba perdiendo la paciencia. Estábamos en un punto perdido, y en lugar de avanzar, estábamos retrocediendo. No iba a conseguir esos terrenos tan fáciles, Ivar Stoll era un maldito estorbo.
Y quería deshacerme de él. Quería que tomara su camino de vuelta al lugar de donde había regresado.
— Te daré 10 millones más de lo estipulado.
Trate de que fuera la última palabra, pero Ivar me miró con reto en sus ojos marrones. Una de sus manos reposaba en la mesa, jugando con un lápiz entre sus dedos, y la otra, seguía oculta por debajo de la mesa.
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El Juego de Sarah
RomanceEn la guerra y en el amor todo se valía. Y yo, simplemente mentiría sobre el amor en una guerra.