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Sarah.
¿Podía sentirme peor?
Mire a mi alrededor una vez Florencia se había marchado. Lo había hecho dejando un sabor amargo, y una verdad dolorosa. Ella tenía razón. En todo, en odiar a mi padre, en odiarme a mí porque yo no podía odiarlo por completo, y en querer estar con su hija.
Estaba entendiendo muchas cosas. Y me enojaba entenderlas, porque me hacían ver como una idiota. La vena del odio resaltaba en mi interior, y solo quería acabar con todo.
Y la respuesta a la pregunta era sí. Podía sentirme peor, lo hice cuando recibí una llamada en mi teléfono, y lo hice cuando escuché su voz.
— Te dije que necesitaba un mes.
— Un mes es demasiado tiempo. Necesito lo que es mío.
Quise reírme ante eso. ¿Lo que era suyo? Sus palabras eran solo un eufemismo, porque si bien recordaba, lo que se ocultaba en esos terrenos era mío. Le pertenecía a mi madre, quien lo puso en nombre de Henry Grifols con la creencia de que eso la mantendría viva. Y aun así, la muerte no dudó en buscarla.
Y me pertenecía a mí, porque lo que había en esos terrenos era un riesgo para mi persona, para mi reputación, para mi empresa y para mi libertad.
A veces me arrepentía de tener conocimientos sobre todo. Sobre los objetos, los papeles, la evidencia que existía en esos terrenos. Si bien, no sabía a quienes señalaban muchas de esas evidencias, sabía que valían mucho dinero, y que le daban poder a quien las obtuviera en sus manos.
Yo no las tenía. No por completo, porque esos terrenos estaban en las manos de Grifols, y en una extraña competencia entre Ivar Stoll y yo. Quería creer que ellos no sabían las armas poderosas que se ocultaban bajo tierra en ese edificio. Quería creerlo. Pero la duda era fuerte. ¿Y si Ivar en lugar de competir buscaba destruirme?
— Recuerda que también hay cosas que me pertenecen.
— Te pertenece solo lo que puede destruirte, lo que te hace culpable a los ojos de la ley.
— No soy culpable.
— Mataste a un hombre.
— No vuelvas a decir eso.
— Por lo visto te pesan tus pecados, por eso ayudaste a Julie ¿no?
Sus palabras hicieron que mi mente desenterrara secretos que solo nosotros sabíamos. Ese era mi mayor miedo, en esos terrenos, había algo de mucho valor, pero no me interesaba. No más que los papeles y los videos que me hacían ver culpable de ese crimen.
Pero yo no era culpable, o eso quería creer. Tal vez si lo era, tal vez por querer hacer que mi padre se sintiera orgulloso de mí, termine condenándome.
Puse todo de mi parte para calmarme, pero ya estaba hasta la madre de tener que calmarme. Ya no quería limitarme, quería pelear, quería gritarle, quería que me pagase por todo lo que me estaba haciendo pasar.
La muerte de mi padre no fue nada buena, porque solo trajo desgracias.
¿No que todo desaparecería con su muerte? No, estaba ahí, él estaba ahí, y los fantasmas que había dejado estaban atormentándome.
— No vuelvas a llamarme. No quiero escuchar tu voz.
— Entonces tendrás que verme en persona. Recuerda que mis pecados son los tuyos, pequeña Foster.
Suspire. ¡Maldición!
— Haré lo que tenga que hacer. Conseguiré los terrenos, conseguiré lo que hay en ellos y luego voy a deshacerme de los títulos. No quedará rastros del apellido Foster.
— Eso es lo que quería escuchar. Y por consideración, permitiré que dures un mes en conseguirlos.
— Bien.
— Haz lo que tengas que hacer.
Colgó la llamada y me fijé que lo hizo antes de que pasaran 3 minutos. Tenía miedo de que enviara a rastrearlo, o peor aún, lo entregara a la policía. Y realmente; era lo que más quería.
Respire profundo buscando calma y cuando no la encontré, me vi enviando un mensaje.
¿Nos vemos? -Sarah Foster.
El receptor leyó mi mensaje en menos de un minuto, y en lugar de responder con un mensaje, me llamó.
Mis manos cosquillearon por contestar el teléfono, pero me contuve y me di tiempo. Uno, dos, tres. Tome la llamada y respire lento.
— Buenos días, señor Stoll.
Lo escuché reír fuerte y duro, y no pude descifrar de dónde venía el alivio y el calor que me llenó el pecho. Solo ignoré el sentimiento.
— Buenas tardes, señorita Foster, creo que está confundiendo las horas.
Mire el reloj en la pared, queriendo que él estuviese equivocado, pero era yo. Estaba muy alterada, eso era.
— Ganaste— dije fingiendo pesar, pero con una sonrisa en los labios. Me di cuenta de que me gustaba hablar con él, molestarlo.
Y eso no era nada bueno.
— ¿No tienes ganas de pelear?— Inquirió con su tono divertido y rodé los ojos aunque él no tuviera la capacidad de verme.
¡Carajo! Estaba imaginando la sonrisa en su rostro, y sus ojos marrones brillando.
— No tengo ganas de competir— Contesté sin ganas, pero era mentira—. Te escribí porque necesito hablar contigo.
O porque solo pensé en ti mientras hablaba con el demonio que me hacía sentir mal.
— ¿Es importante?
— No te contestaría el teléfono, ni te dijera para vernos, si no fuera importante y sobre negocios.
Agregue lo último para no dejarme en evidencia.
— Bien. Te envío la dirección de la casa de mi madre. A las 8.
— Pero...
— Sé puntual.
Colgó la llamada sin dejarme hablar y lo maldije.
Ahora, tenía una cita a las 8, en la casa de Ivar.
Imperfecto. Eso era, algo imperfecto porque no quería estar rodeada de su madre. No me agradaba.
Faltaban varias horas para encontrarme con él. No perdí el tiempo e hice lo que me daba paz. Busque mi cuaderno de dibujos y comencé a trazar líneas sin sentido, pero que terminaron creando una pequeña casa.
Pensé en muchas cosas, y no quería aceptarlo, pero cuando mi mente recordó el rostro de Ivar, fue cuando me sentí más inspirada.
•••
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