Me gustas

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Sarah

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Sarah.

Estábamos en una situación difícil. Así como él no confiaba en mí para hablar en mi empresa, yo tampoco confiaba en él para hablar en su casa.

¿Qué pasaba si estaba haciéndome lo que él no quería que yo le hiciera?- no sería tan estúpido o ¿si?

— Ivar.

— ¿Si?

Tome una respiración sin exagerar.

— No confío en ti— mi voz parecía afectada—. Me estás pidiendo hacer eso, pero no te conozco. ¿Qué me dice que no vas a traicionarme cuando todo esto acabe? Además...

— ¿Te dije que hablas mucho?

Volvió a interrumpirme y achique los ojos en su dirección. Quería tener el poder de lanzar fuego por los ojos, e incinerarlo.

— Me lo dijiste, Ivar.

— ¿Te dije que eres admirable?

Mi pecho se detuvo, por una milésima de segundos. Sentí que mi corazón dejó de latir pero me recompuse.

— No. Eso no me lo habías dicho.

— ¿Y te he dicho que me gustas?

Dure largos segundos en captar la pregunta, y cuando lo hice, mis mejillas se encendieron. Ivar caminó hasta el sillón, y justo cuando sentí que iba a besarme, un ladrido me tensó hasta los huesos.

Mire al lado, y vi a un peludo completamente blanco.

— ¿Es tu perro?

— Sí. Es un Samoyed. Sonrisa ven acá.

El perro se acercó a nosotros e Ivar lo cargó en sus brazos. La imagen fue asesina, juro que fue lo más lindo que vi en toda mi vida.

Y le agradecí mentalmente al perro por salvarme de caer en sus besos nuevamente. No podía pasar, no ahora, porque no estaba lista, porque me afectaban, porque me encendían hasta la médula y me hacían perder el control. Esas eran las terribles consecuencias de los besos de Ivar. Y en mi mente, se creaba la pregunta de si valía la pena, perder el control por sentirme así, tan deseada y ansiosa con sus labios sobre los míos.

— Es hermoso.

— Hermosa— me corrigió Ivar sonriéndome.

Por un momento, se me olvidaron las razones por las cuales estaba ahí. Fue algo efímero, irreal. Sentía que conocía a Ivar desde hace tiempo, y que solo estábamos compartiendo un momento íntimo.

Volví en mí cuando Sonrisa lamió mi brazo.

— Vuelve a la cama sonrisa— Ivar le hablo a su perrita como quien le hablara a un bebé y algo en mi pecho se llenó de afecto.

¿Dónde estaba el monstruo que quería quitarme lo que me pertenecía?

Sonrisa se marchó inmediatamente escucho la orden, dejándonos solos y con un silencio que no me gustaba mucho. Recordé los motivos de mi visita y me puse en pie. A pesar de mis tacones de 6 centímetros, no llegaba a la altura de Ivar. Era demasiado alto, y la duda de cuanto medía me atravesó la cabeza, pero no iba a preguntar algo que podría encontrar en el internet.

En ese momento, tenía que hablar de negocios. Y aunque mi desconfianza estaba flotando en el ambiente, tuve que regalarle el beneficio de la duda, en orden para matar mi curiosidad y para acabar con la visita rápidamente. Tenía miedo, a lo que pudiese pasar si me quedaba demasiado tiempo.

— Ivar.

— Sí. ¿Dime?

Mire el lugar con atención por primera vez. Las paredes estaban pintadas de blanco con toques verdes. Y la decoración en sí era verde, de tonos oscuros que no pude identificar.

— ¿Qué es lo que quieres hacer con el señor Grifols?

Lo pensó. Me fijé en su rostro, pulcro. Tenía dos líneas en la frente que se arrugaban siempre que pensaba con profundidad. Me estaba fijando en los pequeños detalles que lo conformaban, desde su físico hasta sus acciones.

— Escuché cuando le dijiste que verías como sus acciones se iban por el piso. Y luego te reirías de él.

— ¿A qué quieres llegar con esto?

Tenía miles de dudas, y él, en lugar de ofrecerme respuestas, solo me ofrecía más preguntas.

— Hagamos que sus acciones caigan. Hagamos que tenga que ofrecer esos terrenos por migajas.

La idea no me parecía tan mal. Pero ¿por qué Ivar quería ayudarme? Éramos competidores, buscábamos ganancias, y no veía donde, ni con qué él ganaría haciendo algo como eso.

— Quieres destruirlo— insinué.

— Quiero ayudarte a hacerlo— fue como una corrección. Y no pude identificar lo que sentí, pero me gustaba. Me hacía sentir poderosa, Ivar tenía y hacía algo que los demás hombres no, me hacía sentir a su altura, no me menospreciaba.

Y quise aceptar inmediatamente, pero logré contenerme: primero, tenía que hacer que me respondiera una pregunta.

— ¿Por qué quieres ayudarme?

Alejó la vista por cortos segundos y luego volvió sus ojos a los míos. Su marrón era intenso, común, pero intenso. Y la forma en la que te miraba, te hacía sentir que estabas siendo mirara por alguien poderoso, único, como un dios de mitología griega.

Insistí con mi mirada en obtener su respuesta, y caminé dos pasos. Solo dos para llegar a su lado, con una distancia casi nula, y haciendo que sintiera mi respiración en su cuello. Levante la mirada hasta volver a conectar nuestros ojos.

— ¿Por qué, Ivar?

— Porque me gustas. ¿No es obvio?

Su respuesta logró dejarme muda; y pocas cosas lo hacían. Había dicho que le gustaba hace rato, pero consideré que era juego. Y ahora, lo estaba repitiendo. Su voz estaba bañada en convicción, no estaba presente la inseguridad, ni el miedo.

La respiración pareció atascárseme y mi corazón dio un latido de muerte. Podía escucharlo. Bum, bum, bum. Cada palpitación tomaba más fuerza, y era como si mi presión arterial saliera disparada.

Bien. Tenía que centrarme. Tenía que seguir mi plan.

— Tú también me gustas Ivar.

Las palabras no pesaron en mi lengua como pensé que lo harían. Y eso me tensó por completo. Estaba casi convencida de que todo era un juego, de mi parte y de la suya.

Yo no podría gustarle a Ivar, a los hombres no le gustaban las mujeres que sabían valerse por sí misma. No le gustaban las mujeres poderosas, inteligentes. No le gustaban las mujeres que estuvieran a su altura en todos los aspectos.

Por esas razones, supe y comprobé que ambos estábamos jugando el mismo juego.

¡¡¡Que cosas!!!
Pero uno de esos me gustas no es real. Que nosotros sepamos.

 Que nosotros sepamos

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El Juego de SarahDonde viven las historias. Descúbrelo ahora