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No salí de la casa el día anterior. No me sentía muy bien. Tampoco tenía ganas de lidiar con la gente, pero estudié a Ivar Stoll. Estudie su empresa, su familia, sus gustos. Me aprendí muchas cosas, pero me quede con muchas dudas.
¿Por qué después de vivir una vida bajo perfil, estaba apareciendo en el ojo público? ¿Por qué quería lo mismo que yo quería?
Tenía mis razones. Pero necesitaba conocer las suyas.
Tome de mi jugo de naranja y trate de centrarme. Ese hombre no podría vencerme. Había decidido algo, yo misma iría a hablar con el señor Grifols, e iba a quedarme con esos terrenos. Si o sí. No me importaba el costo.
Salir del apartamento no me tomo mucho tiempo. El sol estaba presente; y era algo que me gustaba. Amaba el sol. El caliente. Poder vestir lo que se me diera la gana sin temerle a un resfriado.
Cuando estuve abajo, el chofer que me contrató mi padre desde que era una niña me recibió. Me regalo una sonrisa sincera, y me molestaba decirlo, pero ese hombre, era lo más leal que tenía. Y sabía que me quería más que todos mis familiares juntos. Esos solo eran unos buitres que estaban esperando verme fallar, para aprovecharse de todo lo que tenía.
La familia de mi madre estaba en contra del matrimonio de mis padres, porque mi padre era un pobre diablo.
Era irónico que ese pobre diablo, con su astucia y avaricia, terminase multiplicando la fortuna de mi madre, y de forma exponencial.
John Foster, el mayor empresario de Londres en las últimas tres décadas. Su muerte era la evidencia de que puedes tenerlo todo, y acabar con nada.
— ¿Todo bien?
— Perfecto— me limité a responder y él encendió la radio. No para mi mala suerte, pero si para mi mal humor, estaban hablando del, ahora famoso, Ivar Stoll.
Parecería que había llegado para robar la atención, y para ser mi contrincante. Decían que estaba de vuelta en Londres, y que su regreso significaba un cambio para la empresa Stoll. Recalcaron que sería el soltero más codiciado, por su belleza y su fortuna.
Me daban dolor de cabezas.
— Privacidad.
Solo una palabra, y los cristales que me aislaban de todo comenzaron a subir. Una vez sola, tome una bocanada de aire y entre a mi correo electrónico.
Tenía muchos mensajes en la bandeja de entrada de mi correo principal, pero no eran de mi interés. Solo hombres, inútiles por cierto, tratando de conectar conmigo para ofrecerme tratos o en los peores casos, su estúpida amistad.
Solo tenía un correo cuando entre a mi cuenta secundaria. Tres palabras. Solo tres palabras bastaron para arruinar mi día.
De la nada, estaba tensa. Pero me recompuse y envié una respuesta.