Sarah.
— No puedes besarme— Me alteré cuando salí de mi ensimismamiento. Y le dediqué una mirada mortal, que él recibió con la sonrisa de un niño travieso.
¡Por todos los edificios que se habían construido bajo mi mandato en la empresa Foster!
Mis labios todavía cosquilleaban y sentía una extraña emoción por dentro de mí. ¿Así se sentía besar? ¿Como si el mundo se detuviera y tú y quién te besaba fueran los únicos con la capacidad de movimiento? ¿Como si las olas del mar te arrollaran por segundos, y luego te devolvieran a la orilla?
No podía negar que fue abrasador. Y aunque fingía, no me disgustó su beso.
Me disgustaba Ivar, pero no sus labios, y por Dios que quería más.
— No te escuché.
Tome distancia cuando desee que volviera a besarme. No podía caer tan bajo, no con el hombre que quería robarme lo que me pertenecía.
Mi mente era una maraña de pensamientos, y entre esos, me di cuenta de que había olvidado el plan que había creado. Y eso significaba que, actué sin pensar en el plan. Deje que me besara, le devolví el beso, y ahí estaba, deseando más.
La vida era injusta muchas veces.
— La tierra está llamando a la señorita Sarah Foster.
— Eres un idiota— negué con la cabeza frustrada. No me gustaba salir de mi zona de confort, pero con Ivar, todo era fuera de mi zona. El maldito me arrastraba a terreno inexplorado para mí.
Y eso no me gustaba.
— ¿Había dicho que soy el idiota que te robó tu primer beso?
Quise chillar pero me contuve.
— Olvídate de eso. No pasó.
Mis palabras fueron como un golpe para su orgullo. Lo supe porque se acercó nuevamente con la intención de besarme pero me alejé. Solo que no llegue tan lejos. Sus manos me sujetaron, y me mantuvo bajo su dominio, por segundos que me parecieron minutos largos.
¿A qué estaba jugando?
— Puedo recordártelo.
Negué con la cabeza, pero volvió a unir nuestros labios. Y como una idiota, le seguí el juego. Me pegué de sus labios con ganas, los acaricié con los míos, y los mordí. No hubo quejas, solo un sonido gutural que me dejó loca y sin ideas.
Ese hombre era caliente. Era la tentación hecha persona. Y lamentable, todos éramos pecadores con la manzana correcta.
Ladee mi cabeza cuando dejó mis labios y viajo a mi cuello. Agradecí no haberme puesto perfume, porque no pude concebir la idea de él alejándose por el químico. Mientras más me mostraba, más quería. Y ya no me estaba importando que fuera con él. Sus manos recogieron mi cabello y lo echaron hacia atrás, obteniendo todo el acceso a mi cuello.
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El Juego de Sarah
RomanceEn la guerra y en el amor todo se valía. Y yo, simplemente mentiría sobre el amor en una guerra.