El Honrado

Capítulo 28

AN: He querido publicar este capítulo desde que lo escribí.

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"¿Estás diciendo que cientos de Vlka Fenryka perdieron la vida en Lorgath Prime y no lograron su objetivo en absoluto?" El Lord Inquisidor Arima del Gran Clan Kishou miró fijamente el informe de inteligencia que le llegó, marcado como un objeto de extrema importancia. Aproximadamente 756 miembros del Vlka Fenryka murieron en la campaña para pacificar la rebelión en Lorgath Prime; Extraoficialmente, estaban allí para evitar la invocación de Kairos Fateweaver por parte del mismo culto de herejes y brujos que había superado al gobierno anterior en un golpe rápido y sangriento que provocó la muerte de miles de ciudadanos imperiales leales.

"Sí y no, mi señor."

"Por supuesto." Arima suspiró mientras pasaba la página. "Las cosas nunca son tan simples como eso."

Kairos Fateweaver fue uno de los Demonios de Tzeentch más poderosos conocidos en el Imperio. Y, apropiadamente, los Lobos de Fenris trajeron casi todos los activos que poseían para intentar salvar la situación antes de que sistemas enteros se perdieran bajo la influencia del Caos. La fuerza que habían ejercido era realmente poderosa, todo el poder del Vlka Fenryka, capaz de conquistar mil mundos. Su respuesta inicial fue rápida y brutal, como se esperaba de ellos. En un solo día, la rebelión fue aplastada por completo, sus líderes perseguidos y ejecutados, y los guerreros rebeldes se dispersaron y masacraron dondequiera que pudieran haber estado.

Eso fue hasta que encontraron un elemento que... no tenía sentido.

Un solo hombre... solo un hombre, afirmaron los sobrevivientes, que poseía poderes como nunca antes habían visto: alguna forma de invulnerabilidad que lo hacía inmune a casi cualquier cosa, además de la capacidad de destruir partes de una ciudad entera con impunidad. Ni siquiera tuvieron ninguna posibilidad. El hombre los derrotó por completo e hizo que Vlka Fenryka pareciera una legión de tontos y niños. Al final, lo que perdieron los Lobos de Fenris fue de mayor valor que el mundo que lucharon por salvar de las garras del Caos: cientos de semillas genéticas, perdidas, destruidas de manera tan total y completa que no quedó ningún rastro.

Los ojos de Arima se entrecerraron ante eso. Había muy pocas entidades singulares en toda la galaxia capaces de tales hazañas de poder y casi todos eran demonios. Y eso fue lo más desconcertante: su enemigo, de hecho, no canalizó las energías del Caos, sino que ejerció algo completamente diferente, la forma más rara de Hechicería en toda la Vía Láctea, sus practicantes son tan pocos y tan raros que menos de El 1% de la población humana incluso sabía de ellos.

Sus Sacerdotes Rúnicos, los pocos que lucharon contra el monstruo humano, sólo tenían una conclusión; su enemigo era un Hechicero Jujutsu, único en su clase, más poderoso que cualquier Usuario de Maldición que hayan conocido, más poderoso que cualquiera de los Grados Especiales vivos, lo que significaba que el hombre mismo era de Grado Especial, elevando su número a la asombrosa cifra de once en todo el Imperio.

Eso no era bueno, porque no existían los usuarios de maldiciones de grado especial; era inaudito, impensable. Y, más que eso, todos los hombres de Grado Especial eran miembros de la Legión de los Devoradores.

Arima ya podía ver el dolor de cabeza que se avecinaba. Los Jefes del Clan Jujutsu iban a desatar sus fuerzas en el momento en que se enteraran de esto, lo que significaba que este problema debía resolverse antes de que llegaran a ellos el conocimiento del incidente. Especialmente no quería pensar en lo que haría la Legión Devoradora si se enterara de esta debacle; Esa legión de psicópatas sedientos de sangre era impredecible y destructiva, temida tanto por leales como por traidores, porque la única razón por la que no fueron declarados renegados fue el hecho de que los Altos Señores tenían demasiado miedo de ellos como para hacerlo. Y también porque los Devoradores, de hecho, ayudaron al Imperio de vez en cuando, cuando les apetecía o cuando hacerlo era simplemente un efecto secundario afortunado de lo que estuvieran haciendo en ese momento.