Capítulo 4

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Salir de la casa de los Evergrey fue la primera aventura. De no haber sido por Pyron, jamás lo habría logrado. Era un intrincado conjunto de pasadizos, escaleras y recovecos que, se distribuían sin ningún sentido. Subías para bajar, ibas a la izquierda para llegar a la derecha, y hacia delante para acabar en la parte de atrás. Atravesando por el camino todo tipo de habitaciones, de todos los colores, estilos y épocas, llenas en algunos casos de máquinas antiguas que desconocía. Todo ello para llegar a un regio portón de madera, custodiado por dos barras de hierro que, chirrió al abrirse.

Y mis ojos que, ya habían atisbado por la ventana lo que encontrarían en el exterior, siguieron sin dar crédito. Avanzamos calle abajo, andando despacio, permitiéndome prestar atención a cada una de las construcciones que nos encontrábamos, así como los escaparates y el resto de los peatones.

No había ni un solo vehículo motorizado, tan solo se veía ocasionalmente algún caballo. Pero eso no implicaba que la gente se desplazara necesariamente a pie. Muchos de ellos parecían ser capaces de flotar en el aire y arrastrarse de un lugar a otro empujados por el viento. Otros viajaban montados sobre unas criaturas totalmente desconocidas para mí, constituidas aparentemente de tierra y plantas, que me recordaban ligeramente a un rinoceronte pequeño o algo similar.

Había edificios de todo tipo, unos me recordaban a las construcciones burguesas parisinas, otros a las casas medievales bávaras, y en medio de todo surgían elementos impredecibles, como bóvedas de gristal, o engranajes gigantes metálicos que giraban rítmicamente en la fachada de las casas. Toda la ciudad eso sí, parecía mantener una cuidada gama de colores, blancos y dorados. Siendo la única excepción de los cristales, los cuales en muchas ocasiones presentaban tonalidades más vividas. Existiendo edificios hechos únicamente de este material.

Lo más extraño sin embargo era que, toda la ciudad parecía estar cubierta de una especie de niebla baja que serpenteaba por los adoquines, en una dirección, la misma a la que nos dirigíamos nosotros.

- ¿Qué es eso? – le pregunté a Pyron.

- ¿En serio Cas? Son almas. Pensaba que el maestro te habría explicado lo básico. Soulhaven se construyó en Almafera, para proteger las almas que llegaban aquí desde todos los mundos. Luego sus habitantes descubrieron que podían hacer cosas más interesantes con ellas que, cuidarlas. Ya sabes aprendieron hacer truquitos con el poder que sustraían de ellas.

- ¿Y no les pasa nada a esas almas?

- Bueno, eso es como cuando donas sangre Cas, un poquito ni lo notas, si se pasan te mareas, pero acabas recuperándote. El problema es si te drenan por completo. Esto es lo mismo. Las almas ceden voluntariamente parte de su energía a los Soulhunters, y mientras solo usen esa, todo está bien. Lo malo, es cuando abusan de ellas, y las fuerzan, robándoles su esencia. Esos son los Darkhunters.

- ¿Y a dónde van?

- Al mismo sitio que nosotros, al Laberinto de Almas.

Entonces lo vi, alzándose impotente sobre una de las desnudas montañas que rodeaban la ciudad de Soulhaven. Era una fortaleza gris oscura que, contrastaba por completo con la alegría que desprendían las calles de la urbe. Muros altísimos de hormigón se extendían a lo largo de la falda de la montaña y en el centro había un torreón formado por un prisma perfecto. Toda la construcción era de cortes rectos y limpios, con una sencillez, que simplemente no concordaba con nada de lo que había visto hasta el momento.

- ¿Es eso de ahí? – le pregunté a Pyron

- No es precisamente discreto, ¿verdad?

- Es...

- Aterrador. Esa es la palabra que buscas. Es un lugar horrible para pasar la eternidad ¿eh? Pero siempre es mejor que encontrarte con un Darkhunter que te absorba por completo.

El Laberinto de AlmasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora