Capítulo 22

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Me desperté en mitad de la noche con la fría mirada de Yulian atravesándome. Por un segundo pasé miedo, pero luego la habitual sensación de confort y seguridad que me proporcionaba él, volvió. Era una criatura simplemente preciosa. Y ahí la tenía a mi disposición. Sentado sobre el mismo sillón orejero donde yo había pasado las noches cuando él estaba débil después de la batalla en la taberna.

- ¿Qué haces? – le pregunté. – No sé si te has dado cuenta, pero es un poco siniestro observar a la gente mientras duerme.

- No te observaba, decidía cómo despertarte.

- ¿Cuáles eran mis opciones?

- Un beso, pero me arriesgaba a perder la casa, llamarte, pero a lo mejor corría la misma suerte, esperar, pero a lo mejor se nos hacía tarde.

- ¿Tarde para qué?

- Nos vamos a un lugar seguro para ti, y el resto de las habitantes de Almafera. Hasta que domines tu poder por lo menos.

- ¿Y qué lugar es ese?

- En lo alto de las montañas, vamos al pueblo donde nació mi padre. Alibury.

- ¿Alibury?

- ¿Lo conoces? Aparecía en uno de tus libros.

Yulian sonrió.

- Qué casualidad, que de todos los que tengo, escogieras precisamente ese.

- Leí muchos cuando trataba de averiguar en qué consistía esta vida.

- Hiciste bien. Ahora, en marcha. Coge las cosas que crees que puedas necesitar, te espero en la sala blanca. Trata de ser ligera con tu equipaje.

- Es la segunda vez que me raptas en mitad de la noche Yulian Evergrey.

- Esta vez me gusta pensar que tengo tu consentimiento.

Yulian me esperaba con el carruaje en la puerta de casa. Yo apenas había empaquetado, no había logrado adquirir demasiadas cosas en los meses que había pasado en casa de los Evergrey. Y Yulian no había traído de mi casa nada, así que técnicamente solo poseía un camisón. No obstante utilizaba a diario ropa usada que me había prestado Chiara, de hacía años, y esta había pasado a ser de mi propiedad, hasta cierto punto. Se guardaba en el armario de mi cuarto, y eso era suficiente para sentirme con el derecho a meterla en la bolsa de piel que me había dado Yulian.

Me subí en la parte delantera del carruaje junto a Yulian. Nunca me había montado en esa parte, él no dijo nada y fue sin duda la mejor decisión que podría haber tomado. El viento en mi cara, mis mejillas volviéndose rojas, y las vistas de una noche despejada.

Poco a poco fuimos elevándonos sobre la ciudad que había sido mi hogar los últimos meses. Veía como las casas, y sus personas se hacían más pequeñas, hasta convertirse solo en luces que brillaban muy lejos de nosotros. Y podía rozar las nubes ocasionales que aparecían con las manos, y se perdían entre mis dedos. En el fondo no eran más que vapor, a veces lo olvidaba.

En las alturas hacía mucho más frío y me alegré de haber aceptado la chaqueta que Yulian me había ofrecido antes de subir. Me estaba enorme, pero no me importaba, puede que por ello me sintiera más arropada, como una manta que te envuelve en una noche fría. Una noche como aquella.

A lo lejos se vislumbraban las cumbres de las montañas rocosas hacia las que nos aproximábamos. Era una cordillera impresionante, y prácticamente deshabitada, a penas se veían puntos de luz sobre ella. Y entendí porque nos dirigíamos hacia allí para practicar mi Forma.

El Laberinto de AlmasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora