Capítulo 12

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- Llegas tarde. – fue lo primero que me dijo Sora.

- Me dijiste que...

- Sé muy bien lo que te dije, pero si quieres practicar conmigo tendrás que ser más rápida en el resto de las cosas.

Asentí. Ni siquiera tenía muy claro por qué había accedido a entrenar con ella. No había percibido un sentimiento por su parte que no fuera odio desde el día en que había llegado a Soulhaven. Ese día en particular tenía la misma mirada caliente, de rabia, que solía dedicarme.

Estaba sentada tras el escritorio de su difunto marido, con las manos entrelazadas, y sus michelines desbordándose por los laterales de la silla. Toda la estancia olía a su fuerte perfumé de jazmín y azafrán, dándome una extraña sensación de embriaguez. Todo mi cuerpo me pedía que huyera de allí, pero mi cabeza me decía que me quedara, y por una vez decidí hacerle caso.

Me senté frente a ella, por orden suya y solo hizo un asentimiento de cabeza por todo aviso antes de que las pupilas se le dilataran, y los ojos se le volvieran íntegramente negros.

Entonces, dejé de ver la sala donde me encontraba. Y me trasladé muy lejos de allí. Estaba en un campo muy amplio, de hierba alta, dos hombres me miraban a lo lejos, ocultos tras la maleza. Yo sabía que querían hacerme algo malo, no sabía el qué, ni por qué tenía esa certeza, pero así era. Así que empecé a correr y a gritar, pero nadie venía en mi auxilio estaba sola. Aterrada. Nunca había tenido tanto miedo. Pero solo eran hombres me repetía. Sin embargo, sabía que algo muy malo iba a sucederme. Llevaban un sobrero y un rifle cada uno, y no se movían de su posición, solo apuntaban pacientemente. Entonces oí un disparo, el dolor fue insoportable y me trajo devuelta al despacho, donde me encontré gritando a viva voz ante una satisfecha Sora.

- Eso que acabas de ver, lo vi yo con doce años. Y si hubiera sido tú, gritando y lloriqueando como una niña no habría sobrevivido.

- ¿Quiénes eran esos hombres? ¿Por qué querían matarme?

- Querían matarme a mí. Son discípulos de los Darkhunters, Mortinatos que los veneran como a dioses, y buscaban mi alma, pero solo se puede cazar si su recipiente está muerto.

- Ha sido horrible, siento mucho que te hicieran eso.

- Eso, es de lo menos horrible cariño, por eso es lo primero que te he enseñado. Ahora lo repetiremos, hasta que aprendas el temple y la destreza necesarias para salir con vida.

- ¿Por qué me ayudas? ¿Por qué ahora?

- Ahora, porque sinceramente confiaba en que desistirías antes. El por qué, tú no tienes la culpa de quién fue tu madre, ni quien fue mi marido, ni mucho menos de quién es mi hijo. La culpa de ese último es solo mía. Céntrate.

Y ese fue el segundo aviso antes de volver al paramo. Uno pensaría que esta segunda vez sería más sencilla al saber que se trataba de una alucinación. Pero no fue el caso, el miedo, el pánico, estaba igual de presente que momentos antes. Y de nuevo todo lo que podía hacer era gritar y correr.

Repetimos el ejercicio unas cinco veces, hasta que pude dominarme lo suficiente como para no salir corriendo y acurrucarme tras la hierba. En esta ocasión me volvieron a matar, pero Sora pareció más conforme con mi actuación.

- Lo dejaremos por hoy.

Había alcanzado en ese mismo momento un nuevo nivel de agotamiento, del cual no me creía capaz. Todo mi ser, a todos los niveles, necesitaba reposo absoluto. Y justo cuando me fui a tumbar, la chimenea de mi cuarto se avivó y apareció Pyron, más enérgico que nunca.

El Laberinto de AlmasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora